La ingeniería es complemento, no juez

“Despertó en mí, un fuerte sentimiento de empatía y una amarga sensación de injusticia. Fue la investigación en campo, cuando mi manera de entender la problemática y mi quehacer universitario comenzó a alterarse; involucrarme con la gente afectada por los daños al medio ambiente. Convivir con ella, poniendo un rostro, nombre y personalidad a esos actores que conforman el Ecologismo de los pobres…”

Por: Esaú Cervantes

¿Qué es lo que hace un ingeniero ambiental? Una pregunta que había escuchado más de 20 veces, y que a pesar de repetir mi respuesta ensayada seguía sin responderme. Me ablogferraba a pensar que un Ing. Ambiental es más que “un profesional que analiza las condiciones y dinámicas que se producen en los sistemas ambientales para generar propuestas que los protejan y garanticen su preservación” como rezan los folletos promocionales del ITESO. Esperaba que la carrera tuviera un impacto más profundo en el mundo y la sociedad que lo habita y de la realidad del México de la cotidianamente nos quejamos y hacemos poco por transformarla. En mi inquietud busqué donde podía trabajar como voluntario para -mediante la práctica- responderme esa pregunta del millón. Así fue como me involucré con el CIFS, su programa de Ecología Política, y en esta cruzada que me ha llevado más allá de la ingeniería y de lo ambiental.

Tras dos años de  recorrido, reconozco que pasé por una serie de procesos que modificaron mi visión de la realidad, mi forma de interactuar en ella y la transición surgida al contacto con el otro. Se me planteó una oportunidad y un reto: confrontar lo teórico con lo real desde la Ecología Política y la Ingeniería Ambiental, aplicando los conocimientos que iba formando tanto en las clases como en el CIFS para intervenir activamente en la sociedad. El desafío del cambio de pensamiento conllevó de lo lineal y simplificador hacia lo dinámico y complejo.

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Acá en la sierra

Por María José Pérez Cuétara, estudiante de Diseño y miembro de nuestro PAP Procesos Educativos Indígenas en la sierra huichola, quien nos comparte su experiencia sobre sus primeros días en la sierra wixárika.

Cuando llegamos, no teníamos idea de que fueran a señalarnos como “mestizas”. Nos imaginábamos que la casa sería un cuarto pequeño sin mayores comodidades y también creímos que adaptarnos sería fácil, que todos nos recibirían con los brazos abiertos. Pero fue al revés. La casa es sencilla pero es más de lo que necesitamos para estar cómodas, y la gente es amable pero al mismo tiempo creemos que es hermética a lo exterior, o sea, a nosotras.

Copia de DSCN9096Lo primero que nos impresionó fueron los paisajes de la sierra y las tortillas. Después, conocimos la secundaria Tatuutsí Maxakwaxí, y todo se volvió real: daríamos clases en una escuela wixárika. Por la tarde, nos citaron para presentarnos formalmente con los profesores, pero nos desanimamos un poco ante lo que sentimos como “frialdad” con la que recibieron nuestra llegada. Todos hablaron en wixárika y nosotras no entendimos nada. Fue hasta el final del día que el subdirector, Fermín, nos agradeció habernos atrevido a dejar la ciudad y viajar doce horas para pasar un semestre completo con ellos. Después de estas palabras, nos quitamos la primera impresión y comenzamos a sentirnos bienvenidas.

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