Mirar con perspectiva de género: el juego de cifras sobre la situación de las mujeres en México

La raíz de estas desigualdades no se debe a acontecimientos naturales o biológicos, sino que tienen su origen en las construcciones culturales que moldean y son moldeadas por cada sociedad

Por Elsa Ivette Jiménez

Con alguna frecuencia lxs feministas escuchamos señalamientos respecto a matizar nuestras observaciones y demandas. Se nos dice que en realidad la desigualdad entre hombres y mujeres ya no existe o está desapareciendo, incluso se citan estadísticas para reforzar el punto. Lo que insistimos -como dice el personaje de una caricatura- es en ir “más allá de lo evidente”, desentrañar los significados, de construir los conceptos y normas, hurgar en los procesos e identificar las variables que nos ayuden a ilustrar el cómo y el porqué de los hechos sociales que diferencia a varones y hembras en la especie humana. La raíz de estas desigualdades no se debe a acontecimientos naturales o biológicos, sino que tienen su origen en las construcciones culturales que moldean y son moldeadas por cada sociedad.

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Cartel de la campaña de la Red Universitaria de Género

Para ejemplificar el argumento y aprovechando que el jueves pasado (17 de octubre) se celebró el día mundial para la erradicación de la pobreza, propongo hacer un pequeño examen sobre las condiciones de vida de las mujeres mexicanas, retomando para ello algunos datos obtenidos por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) en el estudio titulado “Pobreza y Género en México. Hacia un Sistema de Indicadores” (2012). Este ejercicio nos puede ayudar a ilustrar que, aunque al observar algunos macro indicadores desagregados por sexo la diferencia entre hombres y mujeres no parece significativa, cuando empleamos la mirada de género abrimos la puerta para abordar situaciones más complejas y profundas.

De acuerdo a las cifras obtenidas por el Coneval, el porcentaje de población en situación de pobreza y en las distintas categorías de pobreza que maneja este organismo (pobreza moderada y extrema), así como la relación de población vulnerable por carencias sociales y por ingresos , la diferencia entre hombres y mujeres en los indicadores  del 2010 es de menos de dos por ciento y la brecha ha venido reduciéndose al comparar los resultados obtenidos en el periodo 2008 a 2010. Si nos quedamos con este primer dato podríamos argumentar que hemos logrado la paridad  de género, pues hombres y mujeres se encuentran en la misma situación de pobreza y vulnerabilidad.

Sin embargo, si continuamos revisando el resultado del resto de variables construidas precisamente para identificar las desigualdades de género, nos encontramos con esta reveladora información:

  • Los hogares dirigidos por mujeres tienen una razón de dependencia mayor (el número de proveedores es apenas mayor al de dependientes económicos) por lo que son mayores las presiones para satisfacer las necesidades económicas de estas unidades. En estos hogares también hay mayores probabilidades de experimentar inseguridad alimentaria severa.
  • Más mujeres que hombres tienen acceso a la salud, pero a diferencia de los hombres, ellas no  obtienen esta garantía por vía directa (ya sea por trabajo  o contrato independiente del servicio) sino por fuentes indirectas como es la seguridad social de su pareja o por programas de gobierno.
  • Aún en circunstancias de precariedad y en la etapa del curso de vida de mayor productividad son menos las mujeres que se insertan en el mercado de trabajo. Sin embargo, es mayor el porcentaje de mujeres que trabaja de manera subordinada y sin contrato, así como el de aquellas que trabajan sin recibir pago.
  • Es menor la proporción de mujeres que se emplean con jornada laboral completa, esta tendencia aumenta en los hogares catalogados como pobres.
  • Las mujeres trabajadoras perciben ingresos menores a los de los hombres en todos los niveles de escolaridad a excepción de las mujeres en hogares considerados no pobres con escolaridad nula o preescolar. En cambio, la diferencia salarial por sexo aumenta en la población con mayores cualificaciones.

De lo anterior podemos desprender algunas conclusiones; la primera, la mirada de género ayuda a abordar con mayor complejidad la realidad social; la segunda, las estadísticas desagregadas por sexo no dan cuenta –por si solas- de la variedad de situaciones que afectan diferenciadamente a hombres y mujeres, señalaría también que los indicadores cuantitativos tienen un valor descriptivo, pero habría que acercarnos a estudiar cada realidad para poder explicar cómo se dan estos procesos, cuáles son sus raíces, de qué manera se entrelazan con otras variables explicativas. Por último, cierro con la invitación a seguir pensando desde la Universidad en la variedad de situaciones de inequidad de género presentes en la sociedad, en el mismo campus incluso, y a buscar soluciones ante estas.

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