La historia de Rosa González

Por Iliana Martínez Hernández, licenciada en Relaciones Internacionales por parte del ITESM campus Monterrey y miembro del Programa de Asuntos Migratorios del Centro de investigación y Formación Social [CIFS-ITESO].

Rosa es la primera persona que veo cuando llego a trabajar todos los días. Es esa persona que resuelve todos los detalles para que el Centro donde trabajo siempre esté andando. Es de esas mujeres que tiene el balance perfecto entre fortaleza y bondad, eficiencia y confianza, en fin una gran persona.

Como nos ha sucedido frecuentemente en el Programa de Asuntos Migratorios [Prami], una vez más encuentro una historia de migración donde menos me lo espero. Por pedacitos había escuchado a Rosa contar un poco sobre su experiencia como migrante en Estados Unidos. Sabía que ella tenía una visión muy crítica y quería escuchar su punto de vista como mujer migrante. ¿Cambiaría su perspectiva al abordarlo desde su condición de mujer?

La charla con Rosa da para un documental completo sobre sus experiencias en Estados Unidos. A pesar de que no vivió tanto tiempo allá, migró tres veces en su vida: la primera siendo una niña, otra al cumplir dieciocho años y finalmente siendo una joven madre. Cuándo le pregunto si su condición de mujer hizo que ser migrante fuera más complicado para ella, piensa que sí, pero duda. Entonces regresamos sobre los pasos de sus periodos en Estados Unidos y vamos desmenuzando. Aquí solo rescato algunas reflexiones a partir de nuestra charla.

English? No problem! Macho latino, ¡aaaaaa! ése si fue un reto.

Lo que para muchas personas migrantes constituye uno de los mayores retos, pareciera que para Rosa no lo fue, siendo que ella aprendió inglés al año de estar allá. Tenía que sobrevivir y quería seguir estudiando. Sin embargo, al preguntarle sobre los retos cuando obtuvo su primer trabajo, me dice: “llegar a ser manager del restaurante de comida rápida donde trabajaba”. Como todos, comenzó desde abajo y mientas mejoraban sus habilidades para comunicarse, iba ganándose la confianza de sus jefes “gringos”.

La división de labores en el restaurante estaba muy clara: los latinos a la cocina, los gringos en el mostrador (al frente). El hecho de que Rosa fuera nombrada manager representaba un logro muy importante. Ella había saltado lo que para muchos migrantes representa la barrera más complicada de cruzar: era bilingüe.

Superó muchos obstáculos culturales, lingüísticos, laborales, pero cuando le pregunto por su mayor reto en este trabajo siendo mujer, me dice sin dudarlo: hacer que sus compañeros latinos aceptaran que una mujer, y encima más joven que ellos, mandara. “¿Por qué una mujer va a mandar a un hombre? Y un salvadoreño, ¡peooooor!”, recuerda Rosa. Consciente de las injusticias y los malos tratos que recibían sus compañeros latinos (salvadoreños, nicaragüenses, colombianos, puertorriqueños), ella escoge quedarse a cargo del turno donde están “los latinos” para poder echarles una mano.

A pesar de estas buenas intenciones, como mujer, tiene que ganarse el respeto de sus compañeros. Lo logra.

Cadenas globales de cuidados

Durante la charla, comento con Rosa el concepto de las cadenas de cuidado para saber su opinión. La idea de las cadenas hacen referencia a que, para que una mujer pueda tener un desarrollo profesional tiene que haber otras mujeres que la substituyan y se queden a cargo de sus labores de cuidado (hogar, hijos, comida, padres, vestido, etc.).

En el caso de las cadenas globales, se asume que una mujer migrante apoya a la mujer “nativa” en el país de destino con estas labores de cuidado; y que muy probablemente la mujer migrante deje en manos de otra mujer, en su país de origen, el cuidado de sus hijos y/o de su hogar.

No he terminado de explicarle cuando Rosa ya está asintiendo enérgicamente y me cuenta. Su madre se dedicó todo el tiempo que estuvo en Estados Unidos a cuidar hijos de “gringitas” o de otras latinas, y hasta la fecha, mantiene relación con algunos de los niños que cuidó. Como una segunda madre para ellos. Además de la experiencia de su madre, el romper con esta “cadena” es la razón por la cual Rosa decide regresar a México definitivamente.

La tercera y última vez que Rosa está en Estados Unidos migra con su esposo e hijo de ocho meses para trabajar en el área de contabilidad de una empresa. Sin embargo, para poder mantener una vida con los altos costos en Estados Unidos, la pareja tiene que trabajar, lo cual implica que Rosa debe dejar a su pequeño hijo en otras manos que lo cuiden. Este es probablemente uno de los sacrificios más grandes que ella tendrá que hacer, y que termina por hacerla reflexionar sobre el valor del trabajo y el de la familia. Escoge su familia, hace sus maletas y regresa a México.

Pantalones

Después de varias preguntas y de repasar varios capítulos de su vida, al concluir nuestra charla, nos dimos cuenta de que su experiencia como migrante ha sido decisiva en su vida y de muchos modos influyo en la mujer, madre y profesionista, que es hoy. Rosa cuenta que antes de irse era una muchacha “muy tímida, muy dejada”, y que haber tenido que sobrevivir en condiciones complicadas en Estados Unidos forjó su personalidad de muchas maneras.

A reserva de que me diga Rosa que estoy loca, creo que resumiría su experiencia como mujer migrante, en una frase que me dice en referencia a su transformación en su modo de vestir, pero que creo que es una bella metáfora de su tiempo en el otro lado: “Yo aprendí a andar de pantalón todo el tiempo allá.” Y sí, nunca la he visto usando falda.

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(1) Rosa González es un seudónimo, en referencia a la identidad social que utilizó ella por algún tiempo en EE.UU.

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