Las mujeres migrantes como símbolo del feminismo mexicano

Texto y fotografía: Bernadette Eguía – PAP Migración en la frontera México-Estados Unidos. Estudiante de Psicología del ITESO

“Nadie dijo que la vida es fácil. Hoy comparto mis experiencias, tengo 25 años y pienso que querer es poder…” (Andrea, Michoacán).

Andrea es una de las tantas mujeres que caminan por la frontera día con día con la esperanza de estar de nuevo con sus hijos y familiares.  Para ellas, la vida no es más que una prueba de amor hacia los suyos. La fe es su principal recurso y el cariño es su principal motivación.

En el transcurso de mi estadía por estas tierras fronterizas me he encontrado con varias mujeres que traen consigo una historia que muchas otras mexicanas quisieran (y debieran) escuchar.  Su discurso refleja fortaleza, decisión, riesgo, tristeza, frustración, carácter y determinación.

Desafortunadamente, un rasgo particular de este grupo de  jóvenes y señoras migrantes es que viven la violencia como una constante en sus vidas, no solo durante su trayecto por la frontera, sino desde su lugar de origen. Sin embargo, la mayoría de las que ha vivido violencia, no reflejan una actitud de victimización, sino que los atropellos se volvieron parte de una historia  de agencia que las forjó  a ser las personas que son actualmente.

La mayoría de ellas habla desde una postura digna, similar a la que propone el feminismo: se trata de personas que buscan estar activas en la sociedad,  que se encuentran en una lucha constante por reclamar sus derechos humanos; que a lo largo de su vida, han logrado identificar mecanismos sociales y culturales que influyen en la subordinación femenina y  como consecuencia, ha sucedido que ellas resignifiquen su proyecto personal de vida.

Las mujeres migrantes son, en sí mismas, personas que están en el proceso de encontrar(se).

Un espacio en donde se comparte el pasado y el presente es el Albergue Nazaret, un hogar para mujeres migrantes en Nogales, Sonora, que ofrece ayuda humanitaria a cualquiera de ellas que lo requiera. En dicho lugar, he tenido el honor de reconocerme a través de los ojos e historias de ellas y he sido partícipe de la introspección que logran hacer durante los espacios de acompañamiento psicológico que se ofrecen en el albergue. Dicho proceso se basa en el autoconocimiento y la toma de decisiones inteligentes que por la situación de vulnerabilidad que viven, es importante fortalecer.

Como estudiante de la carrera de Psicología, debo de admitir que durante este PAP he estado viendo una realidad muy cruda y a la vez esperanzadora. He logrado identificar que para poder conocer a la persona que está frente a mí, es necesario contextualizar su historia: conocer su pasado, su entorno, sus raíces. De esta manera, la persona que se encuentra frente a mí no sólo es un “migrante”, sino que se vuelve una “Andrea”, una “Cecilia”; a partir del contacto humano, ellas logren dignificar su proceso migratorio, su identidad y sus lucha.

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