Los Juegos Panamericanos: Piñata de Clase Mundial

Por William Quinn Anderson, Maestro en Comunicación de la Ciencia y la Cultura por el ITESO y miembro del voluntariado “Por Nuestro Río”, de la universidad.

En los días anteriores a los Juegos Panamericanos, que se celebraron en Guadalajara en octubre pasado, los residentes de la ciudad anfitriona no se limitaron a quejarse por las molestias de los carriles preferenciales en el Periférico y las rutas alternas: también se mortificaban preguntándose si su ciudad tendría la capacidad para realizar un evento de tal envergadura. Obviamente la organización de un encuentro mundial es un desafío para cualquier ciudad, algo como la legendaria hazaña del ingeniero tapatío Jorge Matute Remus, quien subió el edificio Telmex sobre rieles y lo movió diez metros para permitir la ampliación de la avenida, todo sin interrumpir las actividades normales dentro del edificio.

Sin embargo, el Ing. Matute ya no está con nosotros, y los tapatíos, observando de cerca los preparativos para los Juegos, tenían razones sobradas para preocuparse. La construcción de las sedes seguía literalmente hasta el último minuto; caso crítico fue el estadio de atletismo (menos mal que esos eventos iniciaban el décimo día). El huracán Jova anegó la región dos días antes de la ceremonia inaugural, y circulaban rumores de que se tendría que cancelar la ceremonia, o peor, cambiarla a la Ciudad de México. Un conocido mío que es médico del deporte me confesó su pánico de que Guadalajara fuera a quedar en vergüenza precisamente cuando estaban volteados hacia ella los ojos del mundo.

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