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* V Cumbre Continental de los Pueblos Indígenas del Abya Yala
Es urgente retomar y revalorizar conocimientos y sabidurías de nuestras civilizaciones ancestrales. La concepción de mundo de nuestras hermanas sociedades indígenas-originarias aporta alternativas ante la multidimensional crisis humana en que el modelo de desarrollo explotador nos ha inducido.
Por Rodolfo González Figueroa rodorganico@hotmail.com
En este preciso momento, en este espacio-tiempo, muchas y muchos seguimos buscando respuestas y nuevos-viejos caminos que nos conduzcan hacia una condición humana más armónica, en unidad y equilibrio con nuestra madre-(padre) tierra. Pero sin embargo continuamos con nuestra mirada buscando culpables y dedos acusatorios, como si no fuésemos la parte misma de las consecuencias. Cada una y uno seguimos pensando en explotar, usar, aprovechar a la madre tierra como si fuera ajena y no parte de nosotros, de nuestra propia naturaleza. Pero, es preciso recordar, lo que científicos de distintas partes del planeta han constatado.
Nuestros genes se diferencian en un mínimo porcentaje al de los demás seres de este mundo, llámense animales, plantas o minerales. Nuestros abuelos y abuelas ya sabían esto pero sobre todo lo sentían. De este modo a pesar de nuestras diferencias y nuestro inhumano antropocentrismo, somos semejantes y estamos unidos a todo lo que nos rodea, mantiene y crea. Estamos compuestos casi de los mismos genes que un sapo, un ave, un cactus, un río.
Las civilizaciones originarias y nuestros abuelos y abuelas lo saben, mantienen el profundo vínculo con todo lo inmediato y mediato, conservan la capacidad de dialogar, aprehender y aprender de todo lo que les circunda. Tan es maestro un catedrático de una universidad de prestigio como una planta en medio del desierto o un robusto árbol del bosque. El aprendizaje proviene tanto del cielo como de la tierra y ningún conocimiento o saber es superior o inferior a otro, sino complementario.
En el sentir-saber de nuestras culturas originarias nombrar es una manera de llamar. Por eso hablar de explotación, neoliberalismo, despojo, materalismo, privatización, exclusión, etc… es llamar o, puedo decir atraer, a un sistema esclavista patriarcal que infra-humaniza la vida, que prioriza el capital a costa de la diversidad, es hablar de un imperio que persigue la desintegración de la humanidad así como la de otros seres que habitan, cohabitan, sienten, se crean y recrean en este espacio-tiempo que nos ha tocado vivir.
Muchos de nosotros nos estamos olvidando de hablar de, o mejor dicho de hablar con, los cerros, las nubes, las aguas, las tierras, los animales, esa infinidad de seres y lugares desde donde nuestros ancestros nos hablan, nos aconsejan y buscan enseñarnos-compartirnos ese modo de vida en unidad, respeto, armonía, equilibrio y abundancia. Y en cambio, gastamos nuestro tiempo hablando de las cosas malas; de las políticas y programas público-gubernamentales enajenadores y privatizadores de tierras, vientos y aguas, mercantilistas, corporativistas, patentadores y secuestradores de la vida, la dignidad, la felicidad y la esperanza. Mantenemos enfocados nuestros pensamientos en la rentabilidad económica de nuestros proyectos anteponiendo el bienestar humano al bienestar planetario, telúrico o cósmico.
Desde luego, los que somos humanos todavía, no podemos permitir la destrucción de nuestra madre tierra por aquellos que se despojaron de su humanidad para convertirse en los asesinos de ella y además asesinos de otros seres humanos que cayeron en sus cuentos capitalistas. Nada va cambiar mientras este modelo occidental positivista, lineal y mecánico no voltee su mirada hacia la sabiduría de las y los abuelos, de la gente que sigue arraigada en la tierra en continua reciprocidad y complementación con todos sus-nuestros elementos.
Pero sobre todo, muy importante recuperar desde nuestra indivi-dualidad la parte espiritual, los códigos identitarios de nuestras culturas, nuestros símbolos, nuestras formas locales de organización, educación, producción. Retomar el principio de unidad para que, como menciona el indígena Aymara David Choquehuanca, “El conocer se pueda complementar con el cosmo-cer para no hablar más del conocimiento separado del sentimiento. Posicionando así nuestro pensa-siento”. Pues la cabeza no está separada del corazón. Cuando hablo entonces de recuperar ésta, nuestra cosmovisión, en realidad es recuperar nuestra cosmo-bio-visión, poniendo en el centro la vida. Ya que nuestras culturas originales son culturas de la vida. Bajo este entendido la visión humana integral debe estar integrada por las visiones, pulsaciones, vibraciones, sensaciones biológicas y cósmicas.