Migración masculina y separación familiar

Por: Bernardo Enrique Roque Tovar

Migrar significa separación. El que migra deja su tierra y, en muchas ocasiones deja a su familia con la consciencia de que puede  durar mucho tiempo, quizá años, sin volverlos a ver. Para el hombre que se va, dejando esposa e hijos, puede significar el inicio de mantener su imagen a  través de llamadas, cartas, regalos y desde luego, el dinero que pueda mandar para mejorar la economía de la familia. Para la mujer que se queda en el lugar de origen, se convierte en asumirse como jefa de familia, apoyarse en las familias extensas y en aprender a vivir con la ambigüedad de saberse casada pero sin pareja. Para los hijos, la figura del padre a distancia se puede volver una condición   a la cual habrá que adaptarse.

Las familias afrontan esta situación de diversas formas: a veces se lucha por el sueño del re-encuentro, ya sea en el país de origen o en país de migración. Todos juntos en el nuevo destino o el padre regresa a casa para quedarse. Migrar al nuevo destino puede significar más separaciones. Imagínese el escenario donde la esposa, en busca del marido, deja a los hijos al cuidado de los abuelos.

Aun cuando cada vez es más común que se presente la migración de la mujer por sí sola e incluso de niños, la migración masculina sigue siendo estadísticamente la más frecuente, especialmente cuando el país de destino es Estados Unidos y México el país de origen. Las consecuencias a nivel de la salud mental del migrante  y de la familia que se queda pueden ser diversas, pero de manera general se pueden englobar bajo el nombre de una separación ambigua: no se está físicamente presente, pero si  se está psicológicamente presente.  Cuando se desea mantener el sentido de familia en la distancia de la migración, es necesario hacer diversos ajustes para que se mantenga la figura, la imagen y la autoridad paterna. Así son las familias trasnacionales.

Este proceso puede ser complicado y no es una tarea fácil. La esposa puede sentirse sobrecargada en fungir toda la responsabilidad de crianza y al mismo tiempo mantener la figura del padre con los hijos. Éstos a su vez pueden guardar sentimientos ambivalentes por tener un padre migrante. Para éste último, estar a kilómetros de distancia puede significar una impotencia aceptada, sobre todo cuando la estadía en el país de destino es ilegal.

De manera quizás algo paradójica, el proceso más difícil en esta situación es cuando se da el momento de la reunificación familiar. Para muchas familias es empezar desde cero: los hijos no están acostumbrados ni a la presencia ni a la autoridad del padre, los esposos pueden tener dificultades en encontrarse de nueva cuenta como pareja, el esposo puede sentir que ya no pertenece a esa familia.  El  sueño de estar todos juntos de nuevo implica elementos de realidad muy importantes que están presentes en la migración.  Sin embargo, el que migra lo hace buscando una mejoría en todos sentidos.

 

 

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