El pretérito es el futuro. Segunda y última parte.

Texto y fotos por Rodolfo González, joven campesino. Ingeniero en Recursos Naturales y Agropecuarios, con orientación en Agricultura Sustentable. Miembro de la Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias [RASA] y trabaja en el Centro de Apoyo para el Movimiento Popular de Occidente (CAMPO A.C.).

Al siguiente día: Resplandece la  quietud de Tetapán al medio día. Por la calle bolsas de plástico circulan en círculos fugaces y desaparecen con el viento. Nadie camina en esa soledad pues es “Pueblo de Viejos” según dicen los mismos abuelos en una de nuestras reuniones.

Cuando llega el jueves, día de reunión de ancianas y ancianos, es cuando se ve gente en la calle. Es que al medio día en esta comunidad el sol quema, los pocos jóvenes que quedan se van a  trabajar a La Primavera, Bioparques y Desert Glory, empresas agroindustriales establecidas en la región. Sólo se ven llegar los camiones distribuidores de Coca-cola, Sabritas, Sonric´s, Marinela que dejan tras de sí exhibidores llenos de chatarra, provocan bolsas vacías y abandonadas de las comerciantes y amenazan la salud de las personas.

“Poca gente, cada vez menos. Este pueblo pronto será fantasma” Presagia con tristeza Don “Chayito” mientras desgrana con sus manos callosas, curtidas de tierra, unos molcates* que su hija le dejó en aquella carretilla bajo el mezquite, ese que quedó mutilado por el Huracán Jova.

En cambio Don José, opina distinto, el piensa que Tetapán no quedará solo. Imagina que quizá pronto los aguacateros y el aguacate les dará trabajo a los jóvenes, intuye que aunque sea gente de afuera, principalmente michoacanos tendrán trabajo para que no salgan a las Agroempresas  y pueda mejorar la economía familiar y los jóvenes quedarse. Pero, de pronto Don José, hace una pausa…” ¿Quién entonces va sembrar el maíz y agarrar el arado? ¿Quién continuará cuidando la semilla y haciendo la labor como nosotros? A nadie le interesa”. Don José se confunde, mira al piso, cierra los ojos y se los talla con aquellas manos, evidencia de todo un esfuerzo por cuidar la tierra y los maíces.

Queda un silencio entre el grupo.

Ellas y ellos emprenden un viaje nostálgico hacia el pasado, un recorrido por la memoria, largo andar, empolvados recuerdos, sentimientos encontrados.

“También lo del costalillo”; recuerda y habla, de pronto, Doña Esperanza, “es una cosa que antes nos unía y nos daba trabajo. Todos sabíamos hacer costalillo, sabíamos tejerlo y luego íbamos a venderlo o cambiarlo por cargas de leña, de maíz si no teníamos, o traíamos algunas frutas. Así era nomás, si tenías cosecha y sabias hacer costalillo pues estabas bien”.

El costalillo, es una especie de morral, hecho con la fibra del maguey. El maguey es buena planta, generosa y que sirve de mucho, dice aquí la gente. Antes complementaba la vida en el campo. Muchos tenían su taberna para hacer vino o mezcal. El vino servía para las fiestas, para ponerle al ponche y para motivar el trabajo, las alegrías, las distenciones, las inspiraciones y las buenas sensaciones.

“Yo me echaba mis vinos después de cada jornada”, cuenta, con entusiasmo, Don José. “Es como para festejar que cumplimos la tarea. Y era del que yo hacía. Luego mi mujer y los hijos con la fibra se ponían hacer el costalillo. Yo llevaba el maíz, la calabaza, el frijol. Y ellos traían otras comidas para complementar con lo que se vendía del costalillo y cambiábamos por varias cosas”.

La despedida es acompañada de melancolía al final de la reunión. Sus ojos no ven lo que hay alrededor, están contemplando el interior, su pasado. Las miradas de los presentes traspasan estructuras, se van con el aire a tocar los tiempos con el corazón, aquellos del calzón de manta y la trenza alegre y coqueta.  Para unos está bien recordar porque se reviven sentimientos. Y revivir lo pasado, hace creer muchas de las veces, que la realidad si se puede transformar, aunque sea un ratito, aunque sea desde nuestro interior, aunque cerremos los ojos.

Invisibilizar el presente, desfragmentar el dolor, hacer que la crudeza de la crisis actual se olvide con la poderosa memoria, la inmortal, eterna e invencible memoria campesina. Esa que se echa andar, que desenrolla lo enrollado por la opresión, que despliega esperanzas y contundentes visiones de que pronto, la sociedad volverá a ser lo que fue.

“No entiendo porque a los jóvenes no les gustan las comidas de aquí, ya no les gusta el nopal, el bonete, es más unos ni frijoles quieren”, asevera Santitos. Pero Goya le responde; “yo veo que a los niños chiquitos cuando uno les empieza a dar, si les gusta todo lo natural y se lo comen. Será porque no saben todavía de otras cosas”.

Los niños, una oportunidad, muchas ilusiones.

El campo educó a esta gente. En el grupo no son más de tres los que saben tomar el lápiz y escribir lo que saben leer. La mayoría ignora la lectura y desconoce la escritura en papel. Pero todos y todas supieron leer su tierra y escribir con surcos sobre ella.

Habría que dejar de mandar los niños a la escuela, “para que se eduquen como nosotros, los jóvenes ya no les interesa, pero los niños quizá sí, hay que llevarlos a la labor”, afirma don Chayito.

Una propuesta bastante humana, necesaria y urgente… pienso yo.

*Molcates son mazorcas tiernas que no alcanzan a desarrollarse completamente pero ya son comercializables.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *