Encima de migrante e indígena, mujer.

Por Mileva Rolón Palomera, estudiante de Ciencias Políticas y Gestión Pública. Becaria en el Programa de migración del CIFS.

– ¿Te gusta estar aquí?
– No…
-¿Por qué?
– Porque solamente cuido a mis hermanos, todo está muy aburrido siempre.

Janet, de catorce años y oriunda de Michoacán, trataba de explicarme cómo era su vida en el albergue. Ella, junto con su familia (papá, mamá y dos hermanos menores), llegaron hace seis años desde un pueblo cercano a Pátzcuaro, y aunque no sabe cuándo regresará a la escuela, tiene la esperanza de hacerlo pronto.
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– Hola, ¿Puedo platicar contigo?
Se encogió de hombros, murmuró palabras en su idioma, y buscó con la mirada al marido. Él inmediatamente salió a preguntar quién era yo y qué iba a hablar con ella. Con un rictus de molestia contestó que ella no sabía hablar español.

– No pude entrevistar a la mujer.
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Estas dos mujeres migrantes comparten un común denominador, ambas viven en el albergue de una empresa mexicana encargada de la recolección y distribución de tomate de invernadero. Ninguna de ellas es jornalera, sus esposos o familiares varones sí lo son.

En el lugar residen familias migrantes que son en su mayoría indígenas, provenientes de estados como Guerrero, Michoacán, Oaxaca y Chiapas. El asunto es que la diferencia de género dictará una predisposición evidente del rol que jugarán. Si son mujeres, serán las encargadas del hogar o la limpieza del albergue; si son varones, podrán ser cabeza de familia y ganar según la actividad que desempeñen en la empresa, de $100.00 hasta $400.00 pesos al día.

La tarea mejor pagada es la de fumigación, actividad que es destinada exclusivamente para los hombres. Esta acción es justificada por la supuesta buena voluntad de la empresa hacia con las mujeres para no exponerlas a sustancias tóxicas –como si los hombres tuviesen una especie de protección natural ante armas químicas- . De esta forma, las mujeres que se encuentran trabajando en el invernadero son confinadas a los mismos puestos: limpieza, guardería y cocina. En sus casas hacen exactamente lo mismo, pero sin paga. Pocas veces son ellas las jornaleras.

Evidentemente no se trata de una condición de la empresa, si ellas así lo decidieran podrían trabajar en las mismas tareas –con excepción a la de fumigación-; pero no es así, es más bien una presión cultural. El hecho de trabajar junto a una mujer y peor aún si es miembro de su propia familia, les resulta molesto, casi denigrante a sus maridos y familiares hombres.

La trabajadora social del lugar, me dio cuenta de que casi todas las familias dentro del albergue, cerca de 400, sufren algún tipo de violencia, sobre todo psicológica: “Las mujeres nada más se callan, los hombres son los que hablan y dicen que sus mujeres no hablan español para que no digan nada, pero no es cierto, ellas hablan y entienden perfectamente el español, lo sabemos cuando vienen a cobrar, ahí sí hablan”.

Las más perjudicadas continúan siendo las mujeres, quienes a pesar de todo, tienen que hacerle frente a la invariable opresión de sus padres y maridos, reduciéndolas siempre a los mismos roles; mantenerse firme en un hogar que cambia incesantemente, conservar la cabeza fría, y si se puede, partirse el lomo por los hijos. Pero es que no hay opción, son mujeres. Niñas cuidando a niñas y niños, pronto se convierten así en especialistas.

Si el papel de los migrantes jornaleros indígenas está muy diluido en lo público, el de las mujeres migrantes lo es aún más. ¿Acaso están destinadas a ser las invisibles de lo que ya de por sí lo es?

Y no sólo son las jornaleras, ni las indígenas; todas cabemos ahí. Se nos ha encasillado en roles tan específicos y la discriminación por género se ha trasminado por tanto tiempo y por generaciones, que jurarían algunos, que fuimos creadas para desempeñar siempre los mismos papeles en la sociedad. Y tristemente, cuando una de nosotras los evita, seguramente será sustituida por otra mujer, que por gusto o no, los aceptará. Comienza el ciclo de nuevo.

Habrá que pensar, si a estas mujeres les pasaremos al costo la celebración de este ocho de marzo.

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