Valente Aguilar revisa el interior de su casa, afectada por el alud. Fotografías: Antonio Vega Flores.

Por: Juan Raúl Casal Cortés

San Gabriel, Jalisco, 8 de junio de 2019.- Lo que tenía, ya se me fue; lo bueno fue que la libré, dice José Trinidad López mientras mira alrededor de su sala, como si a través de la delgada capa de lágrimas que cubre sus ojos pudiera ver los muebles y las demás cosas que se llevó el lodo. Una semana después de que el alud de madera y lodo llegara hasta las casas de San Gabriel, las labores de limpieza y búsqueda continúan.

A falta de otro lugar, la Casa de la Cultura municipal se convirtió en el centro de mando de los bomberos y Protección Civil. La prioridad es rehabilitar los dormitorios de las casas y limpiar las calles para evitar que la combinación de lodo y humedad atraiga a mosquitos y, como consecuencia, enfermedades como el dengue.

José Alfredo Rodríguez Hernández, comandante de la Unidad Estatal de Protección Civil y Bomberos Jalisco, a cargo de la coordinación de las corporaciones que trabajaron en San Gabriel, habla sobre las cosas que es necesario llevar a cabo para que las viviendas y las calles del pueblo regresen a la normalidad. También está consciente de que los recuerdos de lo que se vivió y el duelo por quienes no sobrevivieron son algo que no se puede lavar con agua o recoger con una pala. “Tienen que aprender a vivir con esto que pasó”, lamenta el comandante.

A pesar de las labores de limpieza, una buena parte de las calles sigue pintada de gris. Las líneas en las paredes, que le indican a quien pase por ahí qué tan alto llegó el lodo en las casas, son el recordatorio de lo sucedido. El paisaje está lleno de habitantes Gabriel, gente de protección civil y voluntarios: todos llevan una escoba o una cubeta en las manos; los que no, reparten víveres o ropa a los que les haga falta.

Aparte de todo el trabajo, la semana después del alud fue un periodo en el que la gente del pueblo recordó todo lo que se perdió y el hecho de que hay quienes todavía no creen lo que pasó. Claudia Leticia Espinoza cuenta cómo nunca había pasado algo así desde que sus padres llegaron a San Gabriel y ella nació, hace 54 años.

Las cosas pequeñas que ya no están tienen un impacto grande en las personas. Para Clara Castillo lo peor no fue que un tronco derribara la barda trasera de su casa: “Antes de que esto pasara, yo me venía a sentar aquí al jardín a ver mis plantas, ahora ya no puedo”. También describe que la pérdida material no fue lo que le pareció más terrible de la semana: “Yo me asomé del techo y vi a una muchacha que se la llevaba el río”.

La catástrofe no sólo inspira tristeza en la gente. La casa de Valente Aguilar es una de las que están a la orilla del río; por lo tanto, fue de las que más daños sufrieron. “Todo se perdió”, son sus palabras. El interior de la vivienda está completamente vacío, a excepción de un baúl con ropa que está llena de barro. El baño no sirve, ya que lo taparon la tierra y las plantas que entraron. Todo eso no impidió que su familia y él se llenaran las manos de lodo y dejaran sus marcas en la pared, debajo de una cruz, junto a una foto en blanco y negro de los padres de Valente cuando aún eran jóvenes.

Las labores de limpieza, reposición y reparación no se van de detener en un futuro cercano; la tristeza y el miedo que siente la población de San Gabriel tampoco se van a ir pronto. A la par, el deseo de regresar el lugar a lo que era antes de que llegaran los troncos y el lodo es lo que mantiene a todos con las herramientas en las manos, a los voluntarios llegando de distintos sitios y a los bomberos y protección civil en uniforme.

Interior de la casa de Valente Aguilar. Fotografías: Antonio Vega Flores.