“Cada pintura es como hacerme un monumento”

Por: María José Frías

Caballetes, cuadros y esculturas se apoderan del lugar. Se asientan y toman el espacio. Lo habitan. Lo reclaman como propio. Una nueva conquista, que lleva por armas pintura y aguarrás, avanza persiguiendo el ideal de la cercanía entre artista y comprador. Un Quijote al óleo de 100 x 70 centímetros se distingue en lo alto como el estandarte con el que progresa el batallón. Es el Jardín de Arte de la Glorieta Chapalita.

En una silla plegable se encuentra Jesús Segura Durán, artista autodidacto con más de treinta años de experiencia. Él es de los pioneros. Se unió a este batallón casi desde su inicio. Su artillería es pesada, de las más grandes y coloridas del colectivo. Sus ojos no son muy grandes, tampoco muy pequeños, son de un negro profundo como algún día lo fue su cabello, ahora emblanquecido por el paso del tiempo.

Empezó haciendo dibujo simple, sus óperas primas fueron las tareas escolares de sus hijos. Su talento adormecido aprovechaba cualquier ocasión para lanzar pequeños esbozos de su grandeza. Poco a poco los dibujos eran cada vez más bellos, cada vez más difíciles de ignorar. Por iniciativa propia, Jesús compró unos colores. Dibujó al carboncillo, mudó a la acuarela, coqueteó con el óleo, para después casarse con el acrílico.

“Yo te puedo decir que pinto todos los días. Vengo, expongo y pongo a consideración de la gente mi obra los domingos. Mi vida se me acaba semana a semana. Yo el martes ya estoy pensando qué voy a traer a la glorieta porque tengo la manía o la superstición de que, si no traigo un cuadro nuevo cada domingo, no voy a vender”, dice Segura Durán.

El bagaje de este ejército se extiende por todo lo largo de la glorieta, abrazando su circunferencia natural de principio a fin. Cuadros y caballetes se aprecian por todos lados. Los hay cuadrados, rectangulares y redondos, cada uno creando su propia atmósfera de sentimientos y emociones con pinceladas finas, gruesas, sólidas y difusas.

“Yo empiezo muchos cuadros, tengo muchas ideas. Trabajo sobre eso y, según mi estado de ánimo, voy elaborando mi trabajo para que al final realmente se refleje que yo estaba de buen ánimo, con ganas de hacer mi trabajo y de hacerlo bien”, comenta Jesús.

—Y además de pintar, ¿se dedica a otra cosa?

—No. Al contrario de lo que mucha gente cree, que para el artista está difícil mantenerse de

la pintura, yo te puedo decir que en la actualidad yo vivo de la pintura y sí da, pero es como

todo: si tú le dedicas tiempo le das el cariño que se necesita, tienes la iniciativa, la

creatividad, sí da.

—¿Cuál ha sido su obra más especial?

—Bueno, en realidad no hay una. Cada pintura es como hacerme un monumento. Cada pinturita lleva un pedacito de mi afecto, de mi creatividad, de mi pensamiento, de mi trabajo. No hay ninguna más especial.

Jesús no se imagina una vida sin arte. Lo dice su mirada iluminada cuando habla de él, lo dicen sus manos que danzan en cuantiosos ademanes que acompañan sus palabras emocionadas, lo dice el destello que nace en su cara cuando alguien se detiene a mirar sus obras y dedicarle un cumplido.

“Lo más importante que me ha dejado el arte es la satisfacción personal de poder realizarme en algo que me gusta. No concibo ya mi vida sin el arte, no sé qué haría ya, no entiendo. Se me hace imposible pensarlo. Sea que lo vendiera o no, yo de todas maneras no dejaría de pintar. Cada trabajo que tú vas haciendo, cada reto que se va cumpliendo, te va causando una satisfacción personal que no tiene precio”.


Esta entrevista fue realizada durante el curso Periodismo cultural, en el semestre Otoño 2018.