“¡Será legal o no será!”: Guadalajara se pinta de verde por la libertad

Participantes en la marcha por el aborto legal del 28 de septiembre de 2018, en Guadalajara. La fotografía de Paloma López fue publicada en el muro de Batukada Feminista GDL. https://www.facebook.com/batukadafeministaGDL/photos/a.1744494439005706/1744503029004847/?type=3&theater

Por: Jimena Barrantes

Viernes, 28 de septiembre. Ni muy soleado, ni muy nublado. Las ligeras brisas de octubre comienzan a reclamar territorio.

Un día perfecto para luchar.

Una banda de guerra improvisada con garrafones de agua y trompetas de papel marcó el paso de las guerreras de verde. El Parque Morelos fue el elegido para presenciar el inicio de la jornada. Marcaban poco antes de las 6:00 cuando el colectivo comenzó a moverse por las calles de Guadalajara. Con más de tres cuadras de largo, incluso si no las veías, podías escucharlas:

“¡Aborto sí, aborto no, eso lo decido yo!”.

Las feministas no conocen el concepto de marcha silenciosa; el silencio no es su amigo, lo han tenido a su lado por demasiado tiempo. Estorba. No lo necesitan. Lo han desplazado por mantas, pañuelos y puños envueltos en color verde. Los gritos alrededor iban desde canciones infantiles con letra modificada, hasta el más simple y sencillo “muerte al pene” que no necesita introducción o explicación.

La gran manta verde liderando la marcha parecía que iba a salir galopando al viento en cualquier momento mientras avanzaba por las calles del Parque Rojo. Se escuchaban los gritos desentonados de adelante, mezclados con los ecos de la parte de atrás.

Por ambos lados corren las lideresas del movimiento para cerrar las calles. Tomadas de las manos tapan el paso a los automóviles por la avenida Juárez.

En el centro, la maravilla del feminismo. Una mujer con su experiencia en la piel, peinado de revolucionaria, pañuelo verde al cuello, saco y falda de lápiz, apoyada en su paraguas rosa para seguir el paso; su voz no se escuchaba, pero su mirada hablaba por ella; justo al lado, dos niñas en patines, un par de coletas sostenían sus pañuelos en la cabeza, agarradas de las manos para no salirse del camino, cantaban a todo pulmón. Las generaciones que ya se van y aquellas que apenas vienen. Llegará el día de pasar la batuta, la lucha que ellas no pudieron terminar se pondrá sobre los hombros de la siguiente generación. Quedará en buenas manos.

[su_pullquote]“La gran manta verde liderando la marcha parecía que iba a salir galopando al viento en cualquier momento mientras avanzaba por las calles del Parque Rojo. Se escuchaban los gritos desentonados de adelante, mezclados con los ecos de la parte de atrás”[/su_pullquote]

Son casi las 8. No faltan las amenazas de muerte y gritos violentos de los transeúntes, pero tampoco falta el apoyo. Hay quienes ven con ira en sus ojos, y quienes gritan con alegría. Las calles cerradas hacen enojar a más de uno. Los cláxones intentan ahogarlo todo, pero años de lucha no son callados tan fácilmente.

Llegamos al área de negocios. Más de un edificio recibe el movimiento con empleados vestidos para la ocasión. La dueña de un pequeño restaurante se para afuera con su playera verde para ver la marcha pasar. La cubren los aplausos. Los tambores suenan solo para ella. Quienes comían ahí no pueden evitar voltear la mirada a la expresión de orgullo de la mujer con espalda recta y brazos en saludo militar que recibe la ovación.

Desde las ventanas de las oficinas se asoman hombres y mujeres: algunos saludan, otros lanzan mentadas de madre o intentan hacerse oír entre los gritos. Hay incluso quienes salen. Una joven desde las ventanas de Coppel brinca y apunta a su playera verde bajo el uniforme. No todos sus compañeros de trabajo comparten su alegría.

Pasando por el templo, la cantidad de señoras con cara desaprobatoria crece. Comienzan a circular pequeños panfletos con citas bíblicas entre quienes esperaban que pasara la marcha para cruzar la calle.

El sol ya está en su último esfuerzo, ya se notan las sombras en el asfalto. Todo iba bien. Un revuelo en el lado derecho rompe los cantos de lucha. Es la policía. Desde atrás no se ve nada, solo los privilegiados con altura tienen acceso.

“Parece que estaba pintando la calle”, “golpearon a alguien”, “se la están llevando”. Los rumores llenos de pánico corren más rápido entre una multitud apasionada.

“¡Al piso todas! ¡Al piso! ¡Siéntense!”. Los gritos se transformaron en silencio. Nadie sabe exactamente qué pasó. Un puño se levanta de entre la multitud en cuclillas. El ruido no siempre viene de los gritos. Los puños se multiplican como una marea enfurecida. El horizonte se pinta de verde.

La policía se va. El movimiento retoma su curso. No hay rastro de pintura o marcas en el piso, ¿qué pasó realmente? Nadie lo sabe. La confusión pasa a indignación, y de nuevo a confusión.

El sol se va, pero estamos a unos minutos del final. Una de las líderes del movimiento toma el megáfono y se para en medio de la multitud. La mayoría se va a sus casas, satisfechas con un trabajo bien hecho. Pero no ellas. Las revolucionarias del frente se quedan a continuar con la toma de protesta.

Los pañuelos verdes se agitan en el aire. Desde bordados hasta simples retazos, todo cuenta. Hombres, mujeres, incluso perros, se juntan alrededor de los tambores para continuar lo que empezaron tres horas atrás.

Todo terminó. Hay aún quienes se preguntan si el dolor en sus pies y espalda sirvió de algo. Hay quienes se van satisfechos, y quienes solo se van cansados.

La realidad no es así de buena. Todas lo sabían. Sabían que una marcha no iba a cambiar el mundo así de fácil. Pero eso se habla de lucha, porque la lucha continúa, porque la lucha nunca termina, porque la guerra está lejos de ser ganada; pero no tan lejana como para dejar de luchar.


Esta crónica fue elaborada durante el curso Periodismo cultural, en el semestre de Otoño 2018.