110 años de arquitectura en México (D.F.) (II DE II)


Por Juan Palomar

Ante el evidente centralismo, ante la patente miopía de la visión ensimismada de y en la capital, desgraciadamente endémica en nuestro país, se podría haber recurrido a otras estrategias para evitar la pérdida de una magnífica oportunidad para hacer las cosas de distinta manera, tanto en la exposición 110 años de arquitectura en México como en los dos gruesos volúmenes que la acompañan. No hubiera sido tan difícil, por ejemplo, establecer “corresponsalías” en las distintas regiones y, a través de ellas, obtener informaciones y documentos que ayudaran a conformar un retrato más justo de lo que ha sido la arquitectura en México (país) en la última centuria. Yucatán, Veracruz, Puebla, Michoacán, Nuevo León, Jalisco y otros tantos estados poseen una relevante historia arquitectónica. Menos o nada publicada, no conocida en la capital: quizás no menos valiosa y significativa. Claro que esto representa una labor más intensa y delicada: el monto de la inversión y el meritorio esfuerzo de la autora de la exposición y de los libros, la doctora Fernanda Canales, al transformar una tesis doctoral en estos productos, muy bien lo merecían.

Es cierto, no existe –salvo excepciones- el testimonio gráfico de primera calidad que las fotografías de la exposición y los libros relativos casi siempre muestran. Hay un criterio falsamente esteticista que –muy en la costumbre de los coffee table books– se estila para ciertas publicaciones arquitectónicas. Viene al caso ahora un volumen, de 1992, sobre la arquitectura del Ticino que, muy bien hecho, y con modestia y elegancia, da cuenta de esa interesantísima arquitectura sin recurrir a lujos vistosos ni galas polícromas. Y es obligado material de referencia.

Es curiosa la cifra: 110 años. ¿Para qué estirar tanto la liga? ¿Tan importante es incluir, sin la indispensable decantación que da el tiempo, a las últimas producciones y figuras? Por otro lado, el mismo discurso de la exposición no deja en momentos de ser confuso, a ratos enrevesado.

Aterricemos en el caso de Jalisco. Con un poco de investigación se hubieran podido rescatar e incluir arquitectos, obras y conjuntos urbanos que fueran más allá de menciones nominativas o que de plano no están por ningún lado. Con un poco de información no se hubiera caído en la crasa equivocación de confundir el movimiento arquitectónico llamado Escuela Tapatía de Arquitectura (1924-1936) con la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, de Ignacio Díaz Morales (1948-1963). Y sobre éste último maestro, sin duda el arquitecto y teórico más importante del Occidente del país en el siglo XX, hubiera sido sin duda indispensable- dentro de una visión equilibrada y justa- mostrar sus más relevantes trabajos. Ni hablar de otras figuras regionales como Refugio Reyes, Martín Pozos, Guillermo de Alba, Porfirio Villalpando, Miguel Aldana Martínez, Luis Gutiérrez y tantos otros.

Así, en cada región –por ejemplo Danilo Veras en Jalapa, el ingeniero Ravizé en Monterrey, el arquitecto Mier y Terán en Mérida, el ingeniero Carlos Murillo en Culiacán- hay filones arquitectónicos únicos que le confieren al panorama nacional una diversidad, riqueza y complejidad que están muy lejos de figurar en el gastado y rabón canon a la usanza en la capital. Una visión que hubiera sido posible construir con un ánimo distinto, alejado del encandilamiento del pequeño star system (el de antes y el de ahora) chilango, una visión general de la arquitectura nacional del siglo XX y sus muy diversas raíces y visiones que ayudara a paliar lagunas, ignorancias, exclusiones. Y más allá de ello, que ayudara a construir un imaginario arquitectónico nacional más integral y diverso, más rico, útil, solidario, justo.

Al final, 110 años de arquitectura en México (D.F.), se queda en un llamativo esfuerzo, interesante y bien producido, pero lastrado por la visión antes descrita. Queda pendiente un recuento, y una crítica, que ayuden a situarnos en el muy vasto y valioso panorama de la arquitectura de México (país). Es de esperarse que esa tarea pueda realizarse en un no lejano futuro.