Las lecciones de Óscar Hagerman


por Juan Palomar Verea

En días pasados estuvo en esta ciudad, invitado por el Museo de Arte de Zapopan, en donde dio una conferencia, uno de los arquitectos mexicanos de excepción: Óscar Hagerman. Su edad es avanzada, sus posturas respecto a la arquitectura también. Para empezar, es alguien absolutamente alejado de las gesticulaciones y poses mediáticas a que nos tienen acostumbrados muchos de los arquitectos que logran la “consagración” de que alguna de sus obras sea publicada, aunque sea en internet. Claro que no se viste de negro, ni pontifica sobre nada. Es un hombre que ha dedicado su vida, sin ningún aspaviento, a llevar la arquitectura y el diseño a los más necesitados. Y lo ha hecho con absoluta constancia, a través de largas décadas, lejos de cualquier reflector o del menor glamur.

Hagerman pertenece a una generación que creyó hondamente en el compromiso por los desfavorecidos, y en que sus saberes privilegiados deberán ponerse al servicio de ellos. También asumió la astringente racionalidad de los modernos. Economía en las hechuras, sencillez de construcción, austeridad en la expresión formal. Y gracia, una difícil gracia basada en la justa proporción, en el cuidado del detalle, en la composición armoniosa de arquitecturas y objetos.

Hay, entre sus producciones, una muy señalada: la silla Arrullo. No es más que una reelaboración, y el arquitecto así lo asume, de una silla tradicional como tantas que se ven en los pueblos y campos mexicanos. Pero afinada hasta la obsesión en cuanto a su ergonomía, materiales, proporciones, construcción. Se la puede ver ahora por toda la geografía nacional, frecuentemente acompañada de ligeras variaciones, elaborada en toda suerte de talleres, desde los más humildes y caseros hasta los industriales. Cientos de miles —quizá millones— de estas sillas sirven hoy fielmente a su cometido, tanto en las ciudades como en el medio rural. Su elegancia sencilla no desmerece en ningún contexto. Óscar Hagerman la sigue perfeccionando hasta el día de hoy. Y jamás ha pretendido obtener algún tipo de beneficio por la explotación ajena de su diseño, más allá de la satisfacción que le produce ver la utilidad de su trabajo.

Su arquitectura es igualmente ceñida y elegante. Trabajando directamente con la gente, empleando saberes y materiales regionales, mejorando lo mejorable, el arquitecto se ha movido por muchas zonas del país aprendiendo de ellas con toda humildad e introduciendo mejoras para hacer más eficientes y eficaces los resultados constructivos. Un Volkswagen blanco surcando caminos y brechas, un arquitecto solitario de barbas también blancas dispuesto a ayudar a quienes así lo necesiten. Un verdadero y discreto apostolado del oficio ejercido siempre con afabilidad y buen humor.

Bien vale la pena asomarse a su página de Facebook para interiorizarse más en el trabajo y el talante creativo de Hagerman. A los arquitectos, convencionales y no, les sería de gran provecho estudiar con detenimiento su manera de abordar el proyecto arquitectónico y el diseño de objetos muy variados. Y a todo el gremio le serviría de timbre de honor reconocer a la figura, el trabajo y la actitud de uno de los arquitectos mexicanos vivientes más significativos.