¿Cuándo se perdió el rumbo?


image001Por Juan Palomar

La ilustración que acompaña esta columna dice muchas cosas. Y hace suponer otras. Se trata del Hotel Fénix del centro de Guadalajara, en la esquina de López Cotilla y Corona. La fotografía debe datar de finales de los años cuarenta o principios de los cincuenta. Leyendo con atención la imagen es posible concluir una serie de reflexiones.

El cuerpo que ocupa el centro de la cuadra fue proyectado por el arquitecto Guillermo de Alba probablemente antes de 1910. Fue durante años el edificio más alto de la ciudad. Y no por alto, primera lección, rompía con la escala del contexto. Puede leerse esto en la relación que guarda con la finca que está a su derecha, cuyas líneas y tipologías principales respeta. Además, a pesar de dar evidencia del tiempo en que fue construido –el porfiriato y sus eclecticismos, aunados a la influencia de la Escuela de Chicago- utiliza una gramática formal que armoniza con las edificaciones tradicionales: vanos verticales, cornisamientos, cuidadosa modulación y expresión de sus niveles. Un excelente edificio que luego fue lastimosamente derruido y deformado más allá de cualquier reconocimiento para mimetizarlo con el nuevo anexo.

Pero en la fecha de la fotografía convivía con su anexo, probablemente edificado en los años cuarenta. Y el rompimiento es muy claro. Alguien decía que en este caso el maestro de obras confundió el plano de la fachada con el de la sección. Se trata de la auténtica caja de zapatos forrada de balcones que simplemente denotan –muy al estilo funcionalista- las divisiones de los cuartos. No existe mayor referencia, ni formal ni escalar, con los patrones tradicionales y todavía dominantes en el contexto del centro. La composición de puertas y ventanas de cada habitación es absolutamente elemental y los vanos horizontales rompen definitivamente con la gramática constructiva de la zona. Nótese también su vecino achaparrado de la avenida Corona, con el que nada tiene que ver. La perspectiva por dicha calle, dominada por huecos totalmente ajenos al carácter de la demarcación terminan de constituir un objeto constructivo ajeno y hostil al medio edificado hasta entonces. Era, pues, el funcionalismo puro y duro.

Los practicantes del funcionalismo intentaron, con una soberbia que ahora lamentamos y que fue extraordinariamente contagiosa, establecer una tabla rasa con respecto al pasado. En nombre de la “sinceridad” de la expresión (y de una obvia economía y con una muy frecuente falta de imaginación) arrasaron en muchos casos con entornos completos cuidadosamente armonizados a través de siglos. Así, con gran tranquilidad, demolieron una enorme cantidad de fincas valiosas en aras del “progreso”. No hubiera habido tanta pérdida si esas nuevas expresiones se hubieran edificado en zonas nuevas y carentes de patrimonio de la ciudad. El edificio administrativo de la U de G y el edificio Mulbar son ejemplos destacados de estas sustituciones desafortunadas. Y otro, el engendro que ahora ocupa el solar del Hotel Imperial, en Madero y Colón. (Que además es tres pisos más chaparro que lo que se demolió: ¿economía?)

¿Cuándo se perdió el rumbo? Cuando el valor “práctico” y “económico” se superpuso a cualquier otra consideración, a cualquier otro valor. Cuando muchos de los ingenieros y arquitectos de medio siglo XX juzgaron que sus “creaciones” podían imponerse irreflexivamente sobre cualquier pasado. Cuando, según estas enseñanzas, se valía demoler y luego construir cualquier cosa. Cuando la sociedad no supo ya defender lo que era suyo, lo que era uno de sus principales patrimonios.¿Cuándo se perdió el rumbo?

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