De la vitalidad de las ciudades


Por: Juan Palomar

La capacidad de adaptarse a las nuevas condiciones es el principal indicador de la vitalidad de las ciudades. Cada nueva generación requiere distintas características de las urbes para habitarlas plenamente. Así, a lo largo de la historia, las ciudades van mutando sus fábricas para adecuarse con propiedad a las nuevas circunstancias.

Las ciudades con una larga historia han tenido que enfrentar al paso de los siglos numerosas contingencias que han moldeado el marco físico en que se desarrollan. Uno de los máximos ejemplos es Roma, que ha ido adaptando sus tejidos al paso de una historia que excede los dos milenios de duración. Al día de hoy, con sus inocultables problemas, constituye sin embargo un medio construido que en lo general es altamente satisfactorio para la vida humana y, lo que es más, muestra un alto grado de vitalidad y empuje frente al futuro.

El caso de Guadalajara muestra particularidades que la distinguen y le otorgan su propia personalidad. A lo largo de sus 470 años de existencia ha evolucionado con mayor o menor fortuna y ha encontrado los medios para alojar con variable aptitud a una población que ha ido en notorio aumento.

Un importante cambio en las condiciones generales de la ciudad le tocará vivir a las presentes generaciones: según todas las proyecciones demográficas establecidas, dentro de aproximadamente 30 años, coincidiendo con sus cinco siglos de existencia, Guadalajara dejará de crecer poblacionalmente. Este cambio de circunstancias significa claramente un nuevo paradigma en la evolución tapatía. Hasta ahora se han equiparado el desarrollo y la vitalidad con el arribo de nuevos pobladores. Será necesario dentro de pocos años considerar la evolución de la ciudad en términos mucho más cualitativos y que atiendan a la mejoría concreta de las condiciones de vida.

Sin embargo, la inercia histórica es tal que se estima que en estos próximos 30 años aún se aumentará la población tapatía en aproximadamente un millón de habitantes. Esto quiere decir que será necesario incrementar la capacidad de la ciudad en por lo menos 20% de lo que actualmente se dispone. Hacerlo con inteligencia y propiedad significará asegurar que la vitalidad de la urbe se garantice en beneficio de todos sus pobladores. Esta adaptación no deberá comportar una repetición mecánica de lo que hasta ahora se ha hecho, sino una invención pertinente de nuevas maneras de habitar Guadalajara. En el último tramo de la expansión física tapatía tenemos la posibilidad de corregir muchos de los vicios ahora observados y de darle a nuestro entorno común la vitalidad que todos buscamos. No tenemos mucho tiempo para planearlo, y no podemos equivocarnos. El futuro está en juego.

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