El cine Variedades: afortunada anomalía urbana, y falta de pintura


Por Juan Palomar

El viejo cine Variedades nació con una grave falta: para construirlo fue demolido el muy antiguo Colegio de San Juan (de los jesuitas), finca en la que entre otras cosas recordables funcionó la Escuela Libre de Ingenieros durante algún tiempo. El caso es que, sobre la esquina surponiente del cruce de Juárez y Ocampo fue edificado a finales de la década de los treinta del siglo pasado el galerón. Su estilo es un Art-déco tardío y al parecer es proyecto del ingeniero Juan José Barragán.

El cine Variedades se convirtió así en una notoria anomalía en la perspectiva de la vieja calle del Carmen (Juárez), compuesta casi toda ella por edificaciones tradicionales y que forman parte del patrimonio. Hacia 1949 la avenida fue tristemente ampliada, afectando al lado sur de la vialidad y a toda una serie de fincas de valía. Fue así que otro edificio cargado de gravísima culpa inicial, el Lutecia, edificado apenas una década antes, una vez destruido increíblemente el Colegio de Santo Tomás – sede de la primera universidad en Guadalajara-, hubo de ser cercenado en una crujía completa para adecuarse al nuevo alineamiento del lado norte.

El caso es que en el Variedades –hoy Larva-, a pesar de todo, existe una enseñanza: la posibilidad de la anomalía urbana. Por complejas razones, el almodrote que constituye esta finca, sus fachadas muy dispares con las de sus vecinas, su distinta escala y fisonomía, lograron integrarse positivamente en el paisaje urbano, y aún más, en el ánimo y la memoria de los tapatíos. El volumen cilíndrico que conforma la esquina es un distintivo del corredor en donde se ubica y su masa misma, de alguna manera, logró integrarse al contexto, quizá por lo que se llama en términos de imagen urbana, “por contraste”.

Los años ochenta y noventa vieron la declinación y gradual desaparición de muchos de los grandes cines que a partir de los treinta habían florecido. Cerrado y condenado, el Variedades esperaba un nuevo destino, o en el peor de los casos, la picota. Entonces, sucedió una meritoria acción municipal: el ayuntamiento compró el inmueble para destinarlo a fines culturales. Después de erráticas tentativas para convertir al Variedades en el “Teatro de la Ciudad”, lo que comportaba grandes costos, finalmente, una afortunada iniciativa de un funcionario y de una administración de la comuna dio con un destino para el inmueble que ha probado ser apropiado: El Laboratorio de Artes Variedades (Larva).

Desde entonces y con muchos trabajos para su adecuación, la finca alberga un interesante foro de múltiples usos, una galería de arte, una biblioteca y un café. A estas alturas ya cuenta con un fuerte arraigo entre la población, particularmente entre el sector de los jóvenes.

Por curiosas razones el exterior de la gran mole, una vez adecuado, fue dejado con sus enjarres sin pintura. Enjarres no de cal, que por lo menos ofrecen unas tonalidades más fácilmente asimilables a su entorno, sino de cemento –en variados tonos de grises oscuros- lo que vuelve a la finca en una masa pesada e ingrata a la vista. Y que ofrece un desafortunado contraste con el entorno. (¿Superadísimas reminiscencias “darketas”?)

Se sabe que la pintura no es adorno: es una protección ante la intemperie, una medida para preservar un patrimonio, sobre todo si es público. Y en este caso, debiera ser también un gesto de urbanidad con el ámbito central de la ciudad, y una manera de devolverle al original Cine Variedades uno de sus atributos patrimoniales