Somos lo que vemos


Por: Juan Palomar Verea

Decía John Lennon que cada persona es la música que oye. Haciendo una paráfrasis se puede decir que cada persona es la ciudad que vive. La que ve, la que le es más o menos comprensible, la que sufre y la que goza. El lugar en donde transcurren los hechos que marcan su vida: nacimientos, encuentros, matrimonios, fiestas, íntimas iluminaciones o desdichas, muertes. Cada gente se nutre de esa sustancia no por inasible menos real que es el espíritu, el ánima y el estilo de la ciudad.

Para hacer otra paráfrasis del famoso apotegma de Bouffon: “El estilo es el hombre”: El estilo es la ciudad.

¿Cómo es la ciudad que vivimos, de la que se nutren más de cuatro millones de tapatíos? Decadente, deteriorada, amarga, injusta. Un alto porcentaje de la población vive en condiciones inadecuadas, a menudo paupérrimas, sin servicios, en barrios y colonias carentes de los más indispensables satisfactores. El servicio de transportación es desastroso. Gracias a ello se pierden millones de horas hombre a diario. La fealdad y el desorden aparecen con alarmante frecuencia. La calidad de vida es muy deficiente.

Pero hay otro lado de la moneda. Es la ciudad que durante cuatro siglos fue evolucionando y que, a pesar de los pesares, dejó una manera de ser y un patrimonio físico inapreciable. Abolido en buena parte, mutilado, maltratado: lo que queda de ese patrimonio –que, contra los catastrofistas profesionales, es mucho- logra dar razón y sentido a toda la ciudad. Para los que la viven a diario, para los que ocasionalmente se asoman a estos contextos y consideran estas arquitecturas, para quienes apenas la conocen por primera vez.

Hay por lo menos dos edificios civiles que hasta el día de hoy salvan el honor de Guadalajara y constituyen marcas de fuego en su traza, que muestran cómo se puede hacer una ciudad digna y noble, en la que la compasión y la solidaridad social tienen un señaladísimo lugar: El Hospital de Belén (o Civil) y el Hospicio Cabañas. Sumergirse en su espíritu, su historia y su arquitectura es un baño de belleza, de claridad, de buen sentido, de reciedumbre. No importa que el Hospital Civil haya sufrido tantas mudanzas, ni importa que el Hospicio no albergue ya a tantos necesitados que por allí pasaron. Lo esencial sigue allí.

Como sigue lo esencial en tantos entornos del centro, de los tradicionales barrios populares, de las colonias. Esa es la lección de Guadalajara, por allí reside su estilo. Quienes ahora se ocupan de edificar la ciudad nunca debieran olvidarlo. Y es por eso lastimoso que, contra todos estos principios, las clases medias hayan optado por los urbanísticamente y socialmente dañinos “cotos”, autistas y excluyentes respecto a la urbe. Y es más lástima que los arquitectos que ahora se ocupan de hacer “primores” en esos contextos no abracen con determinación su profesión de mejorar las condiciones de la ciudad a la que se deben: hay tanto que hacer y mejorar en la ciudad real.

Volvamos al principio, a lo que dijo, en otros términos, John Lennon: cada persona es la ciudad que vive. Por lo tanto, urge, hoy, hacer todo lo posible por tener una mejor Guadalajara.

 

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