La privada de Pedro Castellanos: ¿de veras teníamos que perderla tontamente?


Por Juan Palomar

La carrera de Pedro Castellanos fue muy particular. Después de haber sido el arquitecto más exitoso de Guadalajara —y ciertamente uno de los más talentosos— tomó la decisión, en 1938, de ingresar como monje franciscano a la vida religiosa. Durante los años precedentes, entre su egreso de la Escuela Libre de Ingenieros en 1924 y su partida al seminario, produjo una asombrosa cantidad de arquitectura: inteligente, juguetona, sonriente, desprejuiciada, a menudo muy bella. Después de haber sido ordenado sacerdote (dentro del clero regular) fue el arquitecto oficial de la Arquidiócesis de Guadalajara. Se dedicó a sembrar de iglesias y edificios religiosos la geografía jalisciense y llevó a la arquitectura litúrgica a nuevos horizontes. Las autoridades eclesiásticas deberían documentar ese trabajo y, sobre todo, protegerlo.

A estas alturas estamos todavía esperando un estudio y una publicación que ilustren en su cabalidad, con amplitud y hondura, con rigor histórico y crítico, la real estatura de la excepcional, ardua trayectoria de Pedro Castellanos. Lo que sí se puede adelantar es que recientemente hemos perdido, increíblemente, una obra significativa: la privada de Bosque (Zuno), construida probablemente a fines de los años treinta o principios de los cuarenta. Constituía la tercera de una serie de privadas —tipología habitacional muy estimable y vigente— realizadas por Castellanos en las colonias. Fue la primera la que aún se encuentra en la calle de General San Martín; la segunda está enfrente de la iglesia de La Paz. A lo que se ve, cualquier día las podrían tumbar también.

Aparentemente la finca de Bosque (Zuno) fue comprada por un exitoso comerciante vecino para hacer estacionamientos. Este solo hecho revela nuestro desarreglo urbano. ¿Cómo es posible que sea más conveniente para alguien destruir seis muy buenas casas y utilizar el baldío resultante en poner coches que aprovechar lo que existía? La dictadura del auto particular es como una gran rata que se ha ido comiendo a la ciudad. ¿Cómo es posible que las autoridades mismas hayan propiciado esto? Poco importa que fuera una orden de un tribunal y que el Ayuntamiento, la Secretaría de Cultura y el INBA hayan sido impotentes. Poco importa que las protestas y los esfuerzos de grupos ciudadanos hayan fracasado para conservar la obra. El resultado está a la vista: Guadalajara (su sociedad y su gobierno) es una hoy una ciudad lo suficientemente inepta e inconsciente como para seguir así perdiendo su patrimonio.

Hipótesis. Las fuerzas están mal acomodadas. Sólo una logra su objetivo. Un señor a quien no le importa el bien común y consigue, contra todas las razones y normativas, sus fines lesionando a la comunidad. ¿Qué podría haber sido gestionado por quien tiene esa responsabilidad, las autoridades? Que se conciliaran las cosas. Buscar cómo resolver el tema del estacionamiento mediante la gestión y la negociación: por ejemplo, impulsando un adecuado estacionamiento de pisos en el baldío a espaldas de la privada, buscando inversionistas para adquirir la finca y rehabilitar las casas vendiéndolas con provecho.

Esto no es ninguna utopía. Se hace en muchos lados. Pero, claro, teniendo sistemas legales limpios, autoridades defensoras del patrimonio activas, imaginativas, inteligentes; ciudadanía más combativa, empresarios menos miopes y más apegados al bien de la comunidad.

La ciudad es lo que produce: en el caso de la privada de Pedro Castellanos ha producido una estupenda estupidez, una grave pérdida arquitectónica y patrimonial, un lote baldío con un montón de coches encima, un grave demérito para el tejido urbano y, a lo mejor, un señor más rico (en el peor de los casos). Bravo.