La mejor fachada de Guadalajara


1072485_10152352816908523_2115660437_opor Juan Palomar Verea

Una gran proporción de las fachadas de las calles de Guadalajara deja mucho que desear. Muchas son claramente espantosas. Sobre todo en las zonas de mayores pretensiones. La cara de edificios y casas revela las intenciones de sus moradores, a menudo las de sus arquitectos o constructores. Darse importancia, aparentar, intentar ir con modas más o menos ridículas, utilizar materiales que “agregan” un pretendido estatus, bardas agresivas, alambrados y cables electrificados, chipotes, techitos, canceles dorados, marquesinas desproporcionadas: éstos son algunos de los elementos que componen una gramática desafortunada que demasiado a menudo forma cuadras y cuadras de una lamentable imagen.

No es un tema menor. La fealdad agrede, envilece, difunde la confusión y provoca una deseducación estética y por lo tanto, según la filosofía clásica, ética. La fealdad propicia una ciudadanía menos apta para desempeñar correctamente sus actividades, sus vidas. Aleja al individuo de la construcción de una adecuada relación con su ciudad, de la apropiación de su contexto urbano y por lo tanto impide el establecimiento de lazos de cariño y solidaridad con su marco vital, y con la sociedad en general.

Por supuesto que no todo es así. Basta considerar lo mucho que, a pesar de los pesares y contra los decires de los catastrofistas a la moda, nos queda de los entornos tradicionales, en el centro metropolitano, en los barrios tradicionales y en muchos contextos populares. Hay allí edificios religiosos y civiles, cuadras enteras que son una lección perdurable de dignidad, de sobriedad y de belleza. ¿Por qué no aprendemos lo suficiente de estas enseñanzas? Quizá por ignorancia, pretensión, miopía o simple ineptitud. Hay que agregar que en ciertas zonas y en algunas intervenciones modernas, existen también, por excepción, algunas muestras afortunadas. Ellas hacen evidente que es factible ser modernos sin ser necesariamente dañinos al contexto citadino.

Por lo anterior, ante la nociva fealdad que por tantas calles prolifera, existe un posible y accesible remedio: plantar árboles en las banquetas y las servidumbres. De las especies adecuadas —de preferencia de una sola—, de tamaño apropiado, bien espaciados pero tupidos. No solamente tendríamos un clima más benigno y diversos beneficios ecológicos, sino que la imagen urbana de miles de cuadras mejoraría radicalmente. Sobre todo porque los follajes taparían y remediarían la ingrata cacofonía de todo tipo de edificaciones y generarían una armonía ahora inexistente, y una mayor serenidad.

Hay un ejemplo extremo, pero muy útil. Se trata de la larga fachada de una fábrica de aceite que está sobre la Avenida Vallarta, en el remate norte de Niño Obrero. Allí, los encargados del inmueble tomaron una excelente determinación: plantar sobre la servidumbre una serie de ficus bien espaciados que con el paso del tiempo han crecido considerablemente. Para evitar el desorden recurrieron a una medida que se llama la jardinería topiaria: recortaron el macizo de ficus a la manera de grandes paralelepípedos o volúmenes rectangulares. El resultado: no solamente se tapa la instalación fabril —no muy lucidora— sino que se logró una fachada uniforme y vegetal, con las consecuentes ventajas estéticas y ambientales. Este atinado recurso, en casos apropiados, nos podría ahorrar muchos actuales agravios a la armonía y la dignidad urbana. Verdura para tapar la mala “arquitectura”. Habría que considerarlo, y en su caso hacerlo.

,