LOS EDIFICIOS PÚBLICOS COMO FOCOS DE SALUD URBANA


Por Juan Palomar

¿Cuántos edificios públicos hay en la ciudad? Nadie lo sabe. Miles, seguramente. Del ayuntamiento, del gobierno del estado, del gobierno federal. Y de todas sus dependencias, instituciones, delegaciones. De todos tamaños y presentaciones. Algunos enormes y espléndidos, como el Mercado de San Juan de Dios o el Hospicio Cabañas. Otros como pequeñas oficinas, como grandes “unidades deportivas” –que deberían también ser parques-, otros más son patrimonio arquitectónico destacado o anónimos locales.

El caso es que son miles, y son de todos. Son de la gente. Quienes los regentean son, por supuesto, empleados de ella. En nombre de la colectividad deben mantenerlos en el mejor estado posible, cuidarlos, conservarlos. Desde una pequeña escuela, pasando por cualquier clínica, hasta el Palacio de Gobierno. Pero no debería bastar con mantenerlos. Menos en la situación adversa, desde el punto de vista ambiental, en la que la ciudad vive.

Cada edificio público, por lo tanto, debería ser un foco de irradiación de salud ambiental. ¿Qué es esto? Pues enclaves dentro de la ciudad, que formen una amplia y dilatada red, que sean muestra actuante de compromiso por la mejoría de la urbe y de su manifestación física. Que paguen, desde luego, la luz y el agua que consumen. Que contengan en su interior y en su entorno inmediato la mayor cantidad de arbolado y áreas verdes posibles. Que separen puntualmente su basura, y antes que ello, que hagan todo lo necesario para minimizarla y reciclarla. Que tengan en impecable estado sus banquetas, por supuesto arboladas con las especies adecuadas. Que mejoren radicalmente su inserción en el tejido urbano mediante una correcta imagen visual: bien mantenidos, pintados, dispuestos sin letreros fuera de reglamento ni chipotes extraños. Que sean la viva imagen del decoro y la corrección.

Y que además, y esto es fundamental, que promuevan de manera activa, en el mayor radio posible de acción, todas las medidas antes mencionadas. Que convenzan y ayuden a los vecinos a arreglar sus banquetas, a tener árboles frente a sus casas y cuando se pueda en el interior, a pintar y mantener correctamente sus fachadas, a conservar en buen estado las banquetas y si no a repararlas, a hacer campañas permanentes de concientización entre los vecinos para el buen manejo de la basura y el uso del agua…

De esta manera podríamos contar con miles de puntos de salud urbana y ambiental que ejercerían un influjo altamente positivo, y muy contagioso, en sus barrios y colonias. Ante la aparente penuria que enfrentamos es fácil excusar la indiferencia o aún alegar la imposibilidad de lo que aquí se propone. Sin embargo, es perfectamente factible. Tomemos el caso de una escuela secundaria en cualquier barrio de la periferia. Es cuestión de convertir al director, o directora, en un convencido agente de este cambio. Siempre hay medios, y cualquiera que haya trabajado en el sector público lo sabe, de mejorar las condiciones físicas del inmueble a él encomendado, si hay buena voluntad. Usando los mismos recursos y personal. Simplemente hay que eliminar la apatía. Así, el director de la escuela del caso podrá solicitar al municipio y lograr que su banqueta esté correctamente dispuesta y arbolada, plantará árboles en los márgenes de patios y canchas, pintará junto con sus subalternos –y alumnos voluntarios- el edificio, etcétera, etcétera.

De caso en caso, actuando con energía y buen humor, con liderazgo y responsabilidad, la ciudad puede experimentar un cambio muy importante.