Por la reconstrucción inmediata de Villa Guillermina


image002Por Juan Palomar

La arquitectura actual, nueva y novedosa, es generalmente muy aburrida. Le dice poco a la gente, y con frecuencia lo poco que dice es mala onda. Demasiada cibernética, demasiados “(hor)renders”, demasiado mal gusto. Mucha moda, muchos gestitos a la manera de los arquitectos mediáticos. Para colmo, las casas de la gente más o menos pudiente, que solían ser la parte más divertida de ver de la nueva arquitectura, están ahora encerradas detrás de murallas y son virtualmente invisibles para la gente común.

Un paréntesis: estamos hablando de arquitectura “de autor”, de suyo muy limitada. En todos los barrios de la ciudad, y en las colonias populares, existen cantidad de piezas de arquitectura más o menos anónima que resultan mucho más simpáticas y bonitas que las catrinas –o lo que se hace pasar por tal cosa. Pero volvamos al punto inicial.

Dada la escasez de piezas interesantes de arquitectura nueva sobre las calles abiertas de Guadalajara –lo que es una lástima y un atentado contra la cultura general- podríamos proponer la reconstrucción inmediata de una excelente obra del pasado, demolida gracias a la miopía y la insensatez tan tristemente tapatías. Este cometido, de total y urgente actualidad, tendría múltiples ventajas: embellecimiento y dignificación de la ciudad, recuperación de una inapreciable muestra de arquitectura doméstica, colaboración para la reeducación estética y arquitectónica de los jóvenes profesionales, intento optimista de catequizar el gusto de nuestros lamentables nuevos ricos, opción para una familia que realmente sepa vivir de establecer su domicilio en una de las calles más bonitas de la ciudad, oportunidad de trabajo para un buen maestro albañil y sus operarios. Recuperación de oficios casi perdidos. Etcétera. Para tranquilidad de las buenas conciencias que abogan sólo por una arquitectura “nueva” y reprueban las resurrecciones como la planteada, basta remitirse a la amplia documentación teórica al respecto y a los múltiples antecedentes en todo el mundo. Y entonces hasta se comprobará que este sería, más bien, un planteamiento hasta vanguardista.

La casa en cuestión es una obra maestra construida por el arquitecto Guillermo de Alba (1874-1935) hacia 1903 en la esquina norponiente de Libertad y Atenas: su propia casa, Villa Guillermina. Allí vivió el arquitecto con su mujer, la legendaria Cova Cañedo, y su hija Mina de Alba por largos años. Muchos habitantes de Guadalajara se pueden todavía acordar de esa construcción. Revelaba la influencia de Louis Sullivan (con quien el arquitecto de Alba trabajó en Chicago), y quizá de Frank Lloyd Wright. Era al mismo tiempo bonita, elegante y simpática. Tenía la magia de lo bien pensado y bien ejecutado, con el añadido de sus rincones, recovecos, terrazas y jardines propicios a la amenidad y la fantasía. Incluía una magistral carpintería. Nada que ver, como es evidente, con la inmensa mayoría de las “nuevas” arquitecturas. (La fotografía que ilustra esta columna, de aproximadamente 1975, se debe a Mario González García.)

El caso es que, a fines de los setenta, más o menos, la casa fue increíblemente demolida para ser sustituida por una caja absolutamente descongraciada. Nomás quedó la meritoria reja perimetral. Ahora la caja tiene fines comerciales. La idea sería encontrar a algún mecenas realmente ilustrado que quisiera adquirir la propiedad, quitar la caja y reconstruir fielmente Villa Guillermina para habitar allí espléndidamente y ponerle la muestra de cómo vivir a tantas gentes pretensiosas y desorientadas. Ya está la reja. El ejercicio, es cierto, se antoja medianamente improbable. Pero nada se pierde con proponerlo –nunca se sabe.

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