De agresión en agresión


Por Juan Palomar
La ciudad es la suma cotidiana de las experiencias que sus habitantes tienen de ella y muchas cosas más, pero las particulares circunstancias que cada individuo encuentra en su devenir diario conforman su idea de la urbe; Guadalajara, desgraciadamente, está plagada de pequeñas y grandes dificultades, que a veces hacen de la ciudad un lugar poco grato para realizar sus actividades.

Frecuentemente se cita a uno de los grandes arquitectos de la modernidad, Ludwig Mies Van der Rohe, cuando dijo: “Dios está en los detalles”. Lo anterior, refiriéndose a cómo las grandes (y las pequeñas) creaciones están basadas en su plena integralidad, en el cuidado y la coherencia con la que las aparentes minucias son resueltas. La consistencia de algo que podría ser un “detalle” se puede encontrar en el estado que guardan, por ejemplo, las banquetas de París. En su gran mayoría están asfaltadas con esmero, son planas y sin brincos, y están profusamente arboladas. Este hecho hace que caminar por la ciudad sea placentero y tranquilo. Es una cosa básica, se dirá, se trata de un detalle, sí, pero importantísimo.

Se ha insistido hasta el cansancio que una de las muestras más claras del atraso de nuestra ciudad es el pobre estado de sus banquetas. Es una evidencia de incivilidad y descuido, es, claramente, una agresión al peatón, y más particularmente a quien tiene alguna dificultad para caminar. En este hecho concurren tanto la omisión de la autoridad, como la dejadez de los vecinos, cuya responsabilidad es mantener sus banquetas fronteras limpias y en buen estado. Y, recuérdese, la agresión pasiva que esto significa es altamente perversa. Pero también, y seguido, hay agresiones activas.

Es el caso de un edificio que está en una de las principales avenidas, sobre la esquina de una calle secundaria. Ya de por sí la banqueta estaba dispareja y desmolachada. Había estacionómetros a lo largo de la calle; pues he aquí que los propietarios o inquilinos de la finca mandaron (sin o con permiso) quitar los aparatos y convirtieron el machuelo en una rudimentaria rampa. Así, ahora los coches se estacionan atravesados sobre la banqueta, misma para perjuicio de todo el que camina por ahí. Asombra tanto el cinismo de la “solución”, como la inacción de las autoridades ante tan flagrante violación de las normas. Y en un lugar harto visible. De paso, el ayuntamiento pierde dinero gracias a la eliminación de sus estacionómetros.

La gente, tristemente, parece haberse acostumbrado a sufrir cotidianamente este tipo de humillaciones, sin chistar o reclamar. Rodear coches, tropezarse en los agujeros o salientes, caminar por el arroyo de la calle. Sin embargo, parece haber voces que comienzan a reclamar sus derechos. Un amplio programa de “banqueta digna” debería ser implantado en los distintos municipios de la ciudad. Así, comenzaríamos a eliminar tantas agresiones que hacen de la ciudad, con frecuencia, un lugar ingrato y hasta hostil para transitarla.

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