Por una indispensable reconversión de las unidades deportivas


unidad deportiva López Mateos (entrada delantera)

Por Juan Palomar

El concepto de las unidades deportivas está ampliamente superado. Por supuesto, es indispensable contar con espacios para que la juventud haga deporte. Pero también es indispensable, y más urgente, que dichos espacios sean socialmente útiles y estén adecuadamente insertados en la trama urbana. Que sean parte integral de la ciudad.

En la zona metropolitana, según recientes informes periodísticos, existen 264 unidades deportivas. 79 en el municipio de Guadalajara, 115 en Zapopan, 36 en San Pedro Tlaquepaque, 20 en Tonalá y 14 en Tlajomulco. Constituyen una importante infraestructura y ocupan centenares de miles de metros cuadrados de áreas urbanas comunes.

El problema es que el concepto de “unidad deportiva” está rebasado, es obsoleto y genera múltiples problemas. Posiblemente data de la época de López Mateos y del espíritu de la sentencia “Mente sana en cuerpo sano”, y derivados. En la realidad de la ciudad, la mayoría de las unidades deportivas son espacios excluyentes, casi siempre en mal o regular estado, y ajenos a la vida general de las comunidades en que se ubican.

Bardados, de no fácil acceso, destinados solamente a una franja determinada de la población (“los jóvenes deportistas”), sujetos a un intenso vandalismo, estos espacios ahuyentan sistemáticamente a la población abierta. Los viejos no tienen nada que hacer allí, ni los niños, ni las mamás que acompañan a los niños, ni las mujeres que se arriesgan al acoso, ni los adultos en general que buscan algún solaz en el ámbito público.

Habría que, entonces, repensar las unidades deportivas: convertirlas en algo así como parques familiares, en los que las distintas franjas poblacionales puedan encontrar satisfactores adecuados. Sin sacrificar, obviamente, la práctica del deporte, hay que hacer lo necesario para que, en primer lugar, sean espacios integrados a sus comunidades. Eliminar las bardas, darles la permeabilidad urbana deseable y establecer una adecuada vigilancia. Tornarlos, mediante una intensiva forestación, en áreas verdes, en contraste con los llanos polvorientos y el cemento estéril que actualmente prevalecen. Poner juegos de niños y terrazas adecuadas para que las madres los vigilen y convivan, junto con áreas para que los viejos platiquen y practiquen juegos de mesa. Establecer zonas verdes en donde las familias puedan convivir y hacer días de campo. La vigilancia social así lograda puede entonces transformar esos contextos en lugares en los que las mujeres de cualquier edad se sientan seguras. Se debería fomentar que las asociaciones de vecinos se apropien de estos espacios y colaboren activamente en su mantenimiento y administración.

Son 264 espléndidas oportunidades de bienestar social, de espacios verdes, de ámbitos comunes tan necesitados por la sociedad. Ya no más refugio de los vagos del rumbo y privilegio de unos cuantos jóvenes que establecen, sin ninguna restricción, sus condiciones. Ya no más vandalismo, insalubridad y peligro en los baños, destrucción sistemática de las instalaciones, abandono. 264 parques familiares: un enorme reto y una enorme acción positiva que las autoridades tienen a su alcance si es que es posible abandonar viejos paradigmas y buscar el bienestar de las mayorías.