Más de vivir cerca


Saul Steinberg

Por Juan Palomar Verea

Mientras la ciudad se va extendiendo cada vez más, la ciudad va perdiendo cada vez más. Y ganando en contaminación, deterioro humano y físico, abandono de las áreas centrales, pérdida irreparable de tierras labrantías, desperdicio de infraestructuras y dispendio en nuevas. En suma, la ciudad va así ganando su decadencia a pasos acelerados.

Lo más grave es que nadie está a cargo ni responde por este proceso perjudicial que afecta directamente la vida de más de cuatro millones y cuarto de habitantes que involuntariamente pagan así una cuota económica y humana desorbitada. No hay piloto, guía ni planos del desastre al que estamos sujetos. Un solo ejemplo basta: los municipios periféricos han decretado como “reservas urbanas” más de cinco veces el territorio que se ocupará nunca para alojar el futuro crecimiento metropolitano. Esto quiere decir que son los “desarrolladores” y sus muy particulares intereses los que están diciendo cómo va a ser la ciudad futura.

Y esa ciudad, bajo ese modelo, es totalmente insostenible. Urge, a todas luces, un piloto provisto del mandato y la legitimidad social necesarios para empezar a poner orden en este desgarriate en que hemos convertido el desarrollo de la Guadalajara metropolitana. La esperanza es el Instituto Metropolitano de Planeación que, inexplicablemente, se sigue tardando en comenzar a funcionar.

Por lo pronto, es necesario insistir en ciertas nociones básicas de vida urbana que ahora están nubladas por el mercantilismo, la especulación y la tontería. Los gringos tienen una máxima para vender buenos bienes raíces; hay tres condiciones primordiales: Ubicación, ubicación y ubicación. Ahora bien: ¿de qué hablamos cuando utilizamos este concepto? De accesibilidad en primer lugar. La ciudad está hecha de eso: de intercambios e idas y venidas. Si el lugar escogido limita los intercambios necesarios para la vida cotidiana y las idas y venidas son dificultosas y caras, se está en la ubicación equivocada. Y las  equivocaciones, ya lo hemos mencionado, salen carísimas.

Una familia de clase media o popular que necesita una casa ahora casi no tiene opciones que no sean en las lejanías de la periferia de la ciudad. O sea, que junto con lo caro de su pequeña casa paga un sobreprecio, de por vida, por las idas y venidas y por la lejanía de servicios e instalaciones requeridas para la actividad diaria.

Urge una política, inteligente, audaz y viable, para permitir que la gente viva cerca de lo que necesita. Mientras la ciudad central tiene áreas con menos de 20 habitantes por hectárea, es evidente la posibilidad de redensificar estas demarcaciones si se hace con el cuidado debido. Ejemplos de este tipo de operaciones hay muchos en el mundo. Pero los tapatíos preferimos, por múltiples maneras, preservar un estado de cosas en que ganan exorbitantemente muy poquitos y pierden, también exorbitantemente, todos los  demás. Urge cambiar las cosas.