Los cuidados de la ciudad


Saul Stainberg

Por: Juan Palomar Verea

Nunca terminan. Tendemos a olvidar que la ciudad se desgasta a diario y a diario es necesario hacer acciones para mantenerla, preservarla, para asegurar que siga sirviendo para albergar la vida de la comunidad. Redes de agua, de alcantarillado, de energía, comunicaciones y de alumbrado, espacios y edificaciones públicos, infraestructuras diversas, pavimentos, banquetas, arbolado urbano: todo está sujeto a la fricción del tiempo y al deterioro producido por el uso y el maltrato.

Alguien dijo una vez acerca de uno de los principales motivos por los que frecuentemente se postergan las labores de preservación de la ciudad: “Es que el mantenimiento no se inaugura.” Es (o debería ser) una labor discreta, constante y muy sacrificada, de escaso lucimiento y, sin embargo, de primordial importancia para el bienestar ciudadano. Poco tiene que ver con los listones cortados, los aplausos y las fotografías; mucho con un trabajo sostenido y atento.

En una sociedad sujeta a graves premuras resulta difícil atender otra cosa que no sean las urgencias cotidianas. Librar el día a día ya es, con frecuencia, un logro que imposibilita destinar energías o recursos a lo que no se ve con inmediatez: la preservación en buen estado de lo que ya se tiene.  Sin embargo, cualquier previsión sensata de las necesidades sabe que lo que no se mantiene eficazmente el día de hoy costará mucho más cuando la situación se vuelva crítica. Y, ese día, complicará aún más el de por sí complejo panorama inmediato.

El mantenimiento de los haberes públicos debería ser ajeno a los vaivenes de los cambios políticos y de los responsables de los distintos servicios. En áreas en las que los equipos encargados acumulan experiencia y seguimiento de los problemas que los conciernen es mucho más eficiente el desempeño de los trabajos. Esto no descarta, sino al contrario, la innovación y la búsqueda de mayores eficiencias que en cualquier buen equipo son algo constitutivo de su esencia.

Algo que resulta primordial para asegurar el buen estado de la ciudad es la conciencia de los ciudadanos por estar atentos y colaborar puntualmente a la solución de los problemas que sean detectados. La prevención de posibles daños, más que la queja una vez que éstos sucedieron, sería de gran ayuda a la autoridad responsable. Y, una vez detectados, existen ya los mecanismos concretos para denunciar y dar seguimiento a casos específicos de anomalías y fallas. No una vez: las que sean necesarias. La costumbre de preocuparse por la ciudad debe ser un componente de la educación tanto en las casas como en las escuelas y centros de trabajo.

Cualquier organización exitosa destina una parte significativa y constante al mantenimiento de sus haberes. La ciudad debiera ser, como el general asiento de individuos y colectividades que es, un organismo que permanentemente cuida de todo el entorno en que la comunidad se desarrolla.

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