Un canon arquitectónico capitalino y una colección jalisciense


Juan Palomar Verea

Toda arquitectura necesita, para arraigar en la mentalidad compartida, de un relato. Una relación de hechos, personajes y sucedidos, que conformen un imaginario común en el que las diversas historias puedan imbricarse y tomar vigencia. Así, cada trayectoria independiente encuentra relaciones y distancias, reconoce afinidades y diferencias, se inscribe dentro de tal tendencia o afirma su marginalidad. Para volver a todo esto visible y compartible, significativo, alguien tiene que contar la historia y, por fuerza, establecer un canon, una lista más o menos razonada de actores arquitectónicos cuyo trabajo se propone como relevante y digno de atención.

Es una tarea no exenta de riesgos. De inclusiones y exclusiones derivadas de múltiples factores. Es más que conocido el hecho fundamental del centralismo exacerbado que desde siempre padece nuestro país. Desde la capital se han escrito las historias y se ha sancionado –o ignorado- la participación de los distintos arquitectos en el devenir de la disciplina a través del tiempo. Ha hecho falta, consuetudinariamente, el contar con visiones que desde los estados, desde otras ciudades y regiones, cuenten sus historias y hagan valer sus particulares cánones. Es obvio que, por la misma fuerza de las cosas, concurren en la ciudad de México presupuestos y visibilidades, trayectorias y obras. Habría que contar con historias nacionales contadas desde otros lugares que no fueran, forzosamente, la ciudad de México.

Uno de los últimos ejercicios en la propuesta de un canon mexicano es la publicación del libro 100 x 100, Arquitectos del Siglo XX en México. Los autores son Fernanda Canales y Alejandro Hernández Gálvez, y fue publicado por la Editorial Arquine. Constituye un valioso ejercicio y recopila datos e imágenes de gran utilidad, a la vez que aporta una buena bibliografía específica sobre muchas de las figuras incluidas.

Para Jalisco, y la región occidental del país, es fundamental contar con un relato a la vez propio y atento a otras regiones. El esfuerzo iniciado por Arabella González Huezo desde la Secretaría de Cultura de Jalisco, con la serie Arquitectos Jaliscienses del Siglo XX, y que ha encontrado una afortunada continuidad, es una excelente herramienta para acometer esa tarea. Llega por estos días, con el libro dedicado a Julio de la Peña, a la entrega número 22 de esa colección. Es un canon propio y en construcción de los creadores arquitectónicos de la región, al que sin duda se irán agregando otras figuras significativas. Varios de esos personajes están, por cierto, inscritos también en la publicación capitalina. A partir de estos trabajos corresponderá más tarde, esperanzadamente, la construcción local de algunos relatos generales en los que se reconstruyan las relaciones y las tensiones entre los diversos actores de la arquitectura regional y su contexto. Y de allí se deriva la propuesta de los cánones que sirvan de referencia para entender el devenir de la arquitectura en nuestros ámbitos, instrumento esencial para plantear y realizar nuevos desarrollos.

Los dos esfuerzos editoriales están en construcción. Los autores de 100 x 100 anuncian nuevas ediciones, revisadas y aumentadas, de su obra. La colección de Arquitectos Jaliscienses prosigue también en sus producciones. Contar con relatos que nos ayuden a entender el pasado sin duda resulta fundamental para situarnos en el presente y tomar partido ante el futuro.