Vivan los mercados


Por: Juan Palomar Verea

Todas las buenas ciudades del mundo tienen una parte importante de su chiste y orgullo en los mercados populares. Guadalajara también, afortunadamente. Todavía, porque las amenazas a esta antiquísima y venerable manera de comerciar están a la orden del día. La competencia de los grandes supermercados y la premura con la que mucha gente vive están entre esas amenazas. Pero nada más agradable que llegar a un buen mercado, saludar a la concurrencia, marchantear con el comerciante conocido, darse cuenta del pulso del día, oler las verduras, ver las frutas, regresar con una sensación de día más completo.

El sistema sobre el que se basan los mercados tiene que ver con una vida barrial integrada. Depende de una multitud de pequeños arreglos, de actos de buena voluntad y tolerancia, de costumbres establecidas en el seno de la comunidad. Se refiere a personas y no meramente a clientes, requiere de atención personalizada, de constancia y fidelidad al oficio y al barrio. Todo esto parece estar a la baja y según nos dice el periódico, uno de cada tres locales en los mercados municipales está desocupado. Las grandes sumas que por abajo del agua se pagan por los tales locales son un misterio más, entonces, de nuestro sistema económico-social.

En primer lugar, deberíamos tener muy claro que proteger los mercados es defender nuestro estilo de vida. Muy diferente, por cierto, del que se usa en los suburbios llenos de cotos y de “grandes superficies.” Algún año de estos nos vamos a ir enterando que en muchos países están prohibidas o por lo menos muy acotadas las tiendas “big boxes” que suelen depredar inmisericordemente al pequeño comercio, a los oficios y al espíritu comunitario. Así que, cuidado con los mercados, que constituyen un verdadero patrimonio intangible que es necesario atender.

Por todo lo anterior, bienvenida la idea del Patronato del Centro Histórico de modernizar y hacer más eficientes los mercados, incluso con la integración de viviendas en las partes altas de algunos de ellos, lo que enriquecería sus contextos y podría volverlos más rentables. Seguramente dentro de estos planes cabrá el cuidado suficiente para que los mercados, lejos de desvirtuarse, cobren nuevo vigor.

Algunos mercados son verdaderas piezas arquitectónicas de valía. No digamos, por supuesto, San Juan de Dios. Pero el de la capilla de Jesús también es importante. El mercado Alcalde, muy maltratado; el de Santa Teresita, de interesante arquitectura cincuentera, hermano mayor del encantador –e intacto- Mercado Juárez. El de San Diego solía ser otro buen ejemplo. Y así podríamos seguir.

Vivan los mercados. Larga vida a su estampa y a su estilo. Larga vida también a la vida barrial que tiene cada vez más relevancia y de la que estamos cada vez más necesitados. Ojalá que sepamos valorar este legado, aprovecharlo y seguir yendo con las Titas cuando se ofrezca.