Quemar las naves


Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.

-¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente?

– pregunta Kublai Kan.

– El puente no está sostenido por esta o aquella piedra – responde Marco -,

sino por la línea del arco que ellas forman.

Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:

-¿Por qué me hablas de las piedras? Es solo el arco lo que me importa.

Polo responde:- Sin piedras no hay arco.

Las Ciudades Invisibles. Ítalo Calvino.

Presente imperfecto.

Durante los últimos veinticinco años hemos sido testigos de cómo nuestra ciudad, en lugar de progresar hacia una situación de bienestar, ha degenerado en una mancha urbana fuera de control y con pronósticos nada alentadores. Las razones son muchas y se han tejido en una especie de maraña complejísima que no pretendo explicar en éste momento – ni en ningún otro -. Pero podemos hablar de los efectos visibles de dicha situación degenerativa; ellos mismos nos podrán anunciar sus causas. Lo hago a modo de pregunta retórica. ¿Por qué se construyen grandes desarrollos de vivienda a kilómetros del centro de la ciudad, si el centro mismo se encuentra deshabitado en grandes porciones? ¿Por qué no se potencializan las zonas inmediatas al tren ligero, aprovechando que es ahí donde ya no tenemos que pensar en un nuevo medio de transporte? ¿Tienen las nuevas instalaciones panamericanas la suficiente calidad arquitectónica, como para convertirse con el paso del tiempo en patrimonio edificado de nuestra ciudad? ¿Existe en la mente de nuestros gobernantes un urbanismo alterno al modelo actual, que está basado en la implementación de burdeles, casinos, oxxos y seven-elevens?

El problema implícito al crecimiento desmedido de la ciudad, mucho más allá de sus periferias, en busca de terrenos más baratos que permitan hacer prevalecer a la especulación inmobiliaria sobre la calidad de la vivienda, ha evidenciado el fracaso del modelo mismo en términos de movilidad, calidad de las urbanizaciones y la propia tipología de la vivienda. Basta con dar una mirada a la prensa para encontrar notas relacionadas con el tema, donde se aúnan desarrollos de vivienda con irregularidades catastrales y problemas de calidad en la edificación. Y en medio de todo este desastre urbano, ¿Dónde estamos los arquitectos? Algunos son cómplices activos, que se han dedicado a desarrollar todos esas Arquitecturas de Destrucción Masiva para sus clientes desarrolladores. Otros nos hemos quedado mirando atónitos – e inmóviles – mientras presenciamos la demolición de viejas casonas catalogadas o no como patrimonio edificado, para alojar nuevas construcciones por demás patéticas. Lo que nos une a cómplices activos y pasivos es nuestra incapacidad para incidir de manera rotunda y positiva en la realidad de nuestra ciudad y por supuesto, nuestra incapacidad para revertir todos esos procesos. A nuestros ojos la arquitectura parece tener más que ver con la nostalgia de un pasado más o menos glorioso, del cual todavía existen testigos observables en diferentes rincones de la ciudad, que con el presente que padecemos día con día. O en el “mejor” de los casos, la arquitectura es una cosa de gente rica que tiene dinero para contratar al arquitecto de su preferencia y dar forma – atendiendo a Blanca Lleó – a sus sueños de habitar. Pero poco o nada tiene que ver con lo que nos pertenece a todos, con lo que puede ser disfrutable para todos; debido a que las decisiones que afectan a lo colectivo se toman desde la esfera de lo individual.

Reflexión personal y acción colectiva.

Hay dos momentos particularmente interesantes en V for Vendetta, la película producida por Joel Silver y los hermanos Wachowsky. El primer momento tiene que ver con Evey Hammond, el personaje encarnado por Natalie Portman, quien ayuda a escapar a V, del edificio sede de la British Television Network (BTN). V el antihéroe protagonizado por Hugo Weaving, después adjudicarse la autoría de la destrucción del edificio Old Bailey mediante una transmisión televisiva, incita a la población londinense a unirse a su causa y a detonar el edificio sede del Parlamento del Reino Unido el 5 de noviembre siguiente, y así dar fin a un régimen opresor y corrupto del cual son víctimas.

V, a través de la utilización de una máscara de Guy Fawkes, evoca un evento sucedido en 1605 denominado La Conspiración de la Pólvora, cuando un grupo de católicos dirigido por el propio Fawkes, conspira para destruir el Parlamento inglés y así asesinar a Jacobo I y a su aristocracia protestante, haciendo estallar unos veinte barriles repletos de pólvora previamente almacenados en los sótanos del edificio. Esto nunca se llevará a cabo debido a la intromisión de un delator.

Evey, después de verse involucrada en el incidente de la BTN, es salvada por V y llevada a su refugio subterráneo. Sin embargo, ella comienza a darse cuenta de que V está asesinando a integrantes del gobierno y a pesar de la empatía que siente por él, aprovecha una oportunidad para huir. Refugiándose temporalmente con su amigo Gordon Deitrich, Evey es raptada y encarcelada. La tortura a la que es sometida no es suficiente para que ella delate el paradero de V, y es una carta encontrada en su celda, el único consuelo que tiene para afrontar su estado de anulación de la libertad. Finalmente Evey se da cuenta que su captor era en realidad el propio V y que dicha condición de aislamiento ha producido una profunda transformación en ella: la abolición del miedo. Este primer momento al que hago alusión, nos remite a un proceso profundo de cambio; a un estado reflexivo personal, en el cual al ser privado de sus derechos esenciales, una persona es capaz de tener claridad y sobreponerse a una situación adversa, “decantando” lo que para ella es fundamental e imprescindible a nivel humano y personal. La carta, colocada por V para ser encontrada por Evey, funciona como una especie de herramienta de escape de la realidad, hacia un estado de alienación que induce al personaje a un estado vulnerable/reflexivo que la conduce a la pérdida del miedo. Dicho en palabras llanas, “para salir hay que tocar fondo”.

El segundo momento tiene que ver más con lo colectivo que con lo individual; y más con la acción que con la reflexión. Me refiero a la apoteosis del film; cuando tras la muerte de V, Evey coloca su cuerpo dentro de los vagones cargados de explosivos, que tienen como última parada el edificio del Parlamento, y al mismo tiempo la gente se reúne y sale a las calles con las máscaras, capas y sombreros que el mismo V les ha hecho llegar, para congregarse frente al edificio y ser testigos de su destrucción, en medio de fuegos artificiales y detonaciones con el fondo inmejorable de la Overtura 1812 de Tchaikovsky. Es interesante observar conforme la película avanza, cómo V va haciendo una serie de alianzas que permiten que su empresa prevalezca; involucra a Evey e incluso al responsable de seguridad del gobierno llamado Creedy y finalmente a la ciudad entera, aludiendo así a la posibilidad de lograr algo que en apariencia se antoja imposible, a través de la unión y el trabajo dirigido hacia el bien común.

Futuro posible.

Los movimientos ciudadanos no son algo nuevo en nuestro país ni tampoco en nuestra ciudad, aunque sí es cierto que en los últimos años se ha venido clarificando la idea de una ciudadanía más comprometida, dispuesta a hacer valer sus derechos y a señalar todos los desaciertos y hechos de corrupción que subyacen en la acción gubernamental. Diversas organizaciones ciudadanas se han formado en los últimos años para observar, cuestionar y en todo caso revertir los efectos de un gobierno poco competente y/ó mal informado en temas de ciudad. Tanto las acciones más visibles sobre la ciudad como la Vía Recreactiva, como los paseos ciclistas que se dan cita en diferentes puntos de ella, hasta las intervenciones temporales que un sin-número de organizaciones han realizado en el espacio público desde hace años; todas esas acciones tienen un origen ciudadano.

Con todo esto, aludo y pongo en valor aquellos dos momentos que destaco al pensar en V for Vendetta. Un primer momento de carácter reflexivo, de introspección y de cambio personal profundo; que nos haga caer en cuenta de todas las oportunidades perdidas por acción u omisión. Y un segundo momento más encaminado a la acción colectiva para lograr objetivos específicos. La tarea que los arquitectos como gremio no hemos hecho durante años, parece estar siendo atendida por grupos de ciudadanos que, ante la gravedad de la situación actual de la ciudad, no ven más remedio que organizarse para contribuir con su trabajo a mejorar en la medida de lo posible, la visible situación de desastre urbano en la que hemos caído. Sobre esto mismo se discutía en Com:plot – el foro sobre ciudad y arquitectura organizado por CITA – el noviembre pasado; teniendo como hilo conductor la participación ciudadana en los procesos de cambio en diferentes ciudades del mundo. A lo largo de 5 años de existencia, éste foro se ha establecido como un referente en la ciudad, donde se dan cita la reflexión, el análisis y la crítica alrededor de los temas que nos conciernen a todos. Organizaciones como ésta, con agendas diferentes pero con objetivos en común, van proliferando en nuestra ciudad y poco a poco, los frutos de su trabajo empiezan a ser visibles. A los demás nos toca abonar a su crecimiento y desarrollo mediante la participación y el compromiso.

Señales relacionadas con esa misma actitud han empezado a surgir con mayor intensidad desde hace tiempo alrededor del mundo. Algo por demás interesante ha sucedido durante los últimos años en Islandia, donde los ciudadanos han decidido eliminar a un gobierno corrupto y han encarcelado a los responsables de la crisis económica; reformulando la constitución y sentando las bases de una nueva situación más equilibrada e igualitaria, sin la utilización de las armas1. A los arquitectos como gremio nos toca ahora – por nuestro propio bien – dejar de mirarnos el ombligo y participar de esos movimientos que abonan en favor del producto cultural colectivo más importante de la historia: la ciudad. Nuestra profesión necesita reinventarse a partir de lo necesario y alejarse de lo superfluo. Indicadores inequívocos de este hecho están sucediendo alrededor de la profesión. Por ejemplo en España, la precaria situación económica europea está obligando a replantearse el papel del arquitecto. Lo que hasta hace poco tiempo era una situación de derroche descomunal – véase Guggenheim de Bilbao, Ciudad de la Cultura de Galicia, Ciudad de las Artes de Valencia, etc. – ahora se presenta como la oportunidad para aludir a la sensatez y a la mesura y por lo tanto a una mejor arquitectura2.

Hay trabajos que hablan de ello alrededor del orbe; desde Studio Mumbai en la India, Elemental con Alejandro Aravena en Chile ó Francis Kere en Burkina Faso. Todos ellos están trabajando con sensatez y produciendo una arquitectura sintomática de las realidades alternas del momento actual. A quienes estamos unos pasos atrás, nos toca aún entender nuestras propias situaciones y crear las condiciones en nuestras propias ciudades para que alguna gran arquitectura pueda florecer. Negligencia, desinformación y arbitrariedad son términos que sobrevuelan nuestra situación actual. Ni más ni menos, en días apareció en un periódico local3 una nota sobre la manipulación de que ha sido objeto la obra de Fernando González Gortázar en nuestra ciudad. Mauricio Gudiño, titular de  la secretaría de Servicios Públicos Municipales, al ser interrogado sobre si había establecido contacto con el arquitecto autor del proyecto para evaluar la pertinencia de su intervención en la Plaza del Federalismo, respondió: “No. No sabía que tenía que hablar con él.” Y más adelante, al ser cuestionado sobre la manipulación de que fue objeto la Plaza Clemente Orozco, afirmó: “No. No creo que sea el espíritu del gobierno municipal estar buscando a quien hizo los monumentos. El gobierno municipal toma sus decisiones, sus determinaciones, y me parece que en el caso de la Plaza Clemente Orozco no hicimos ninguna afectación al patrimonio histórico…” Esta nota ha salido pocos días después de conocer que en otras latitudes, se había iniciado un proceso de demolición de la Escuela de Artes Plásticas de Oaxaca obra de Mauricio Rocha, con la cual había obtenido sendos premios en bienales nacionales e internacionales. Por problemas estructurales ó diferencias personales con el autor, el rector saliente Rafael Torres Valdéz, tomó como suya la tarea de intentar destruir una obra de indudable valor arquitectónico. Todo esto no hace más que apoyar una vieja idea que todos los arquitectos conocemos: a nuestra profesión le queda poco ó nada del prestigio social que en el pasado contribuyó a generar grandes arquitecturas; nuestro trabajo no se aprecia ni se entiende, entre otras cosas porque nosotros no hemos trabajado en ello.

No queda otra opción; reflexionar sobre el estado actual de las cosas y participar organizadamente como activistas de la arquitectura, es una labor que parece ya inaplazable, para detener la destrucción de que está siendo objeto nuestra ciudad. Recuperar ó adquirir el liderazgo necesario para incidir en los grandes temas de carácter urbano, que hoy se encuentran en manos de políticos y de quienes con ellos toman las decisiones, se nos presenta como un reto que debe ser resuelto a corto plazo. De lo contrario, los autores de la Estela de Luz – y por supuesto Kubrick – tendrán razón; después de 200 años de historia seguimos siendo solo un montón de salvajes que gruñen bajo un prisma abstracto, luminoso y mudo, y que al observarlo piensan: ¿y qué diablos es esto…!?

(1)http://teatrevesadespertar.wordpress.com/2011/12/07/islandia-triplicara-su-crecimiento-en-2012-tras-encarcelar-a-politicos-y-banqueros/

(2)Ver el interesante texto de Juli Capella. http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/arquitecto-muerto-1283390

y el documental titulado “Se acabó la fiesta” de Televisión Española. http://www.rtve.es/alacarta/videos/archivos-tema/archivos-tema-se-acabo-fiesta/1269406/

(3)http://www.informador.com.mx/cultura/2012/350786/6/alteran-plaza-del-federalismo.htm

Por: Alejandro Guerrero