Ante la destrucción de una casa patrimonial


Por Juan Palomar Verea

Ante la destrucción de una casa patrimonial

Hace unos pocos días fue demolida hasta sus cimientos una de las mejores casas tapatías del pasado siglo. Se trata de la Casa Elosúa, fechada en 1934, ubicada en la avenida Unión 174, banqueta poniente, entre López Cotilla y La Paz y de la autoría de Ignacio Díaz Morales. La pérdida es grave, y se suma a otras que ha sufrido el conjunto de la obra de este arquitecto, como la que significó hace algunos años la desaparición de la Casa Corvera en la esquina de Las Américas y Angulo, o hace más tiempo, la de la casa de Trinidad Ochoa por la avenida Vallarta. (No se puede olvidar, por otra parte, otra lesión al patrimonio cultural ocurrida también hace años en el terreno casi contiguo a la casa Elosúa, en la esquina norponiente de Unión y La Paz: la casa Vázquez Arroyo, del arquitecto Rafael Urzúa, demolida para dar paso a la actual “tienda de conveniencia”.)

Conservar la arquitectura de valía no es un aspecto prescindible de la civilización. Es un elemental reconocimiento de los valores que hacen posible y deseable la convivencia cotidiana. Preservar el patrimonio no es ningún adorno o lujo optativo: es una obligación para las sociedades que quieran tener un mejor futuro. Porque ¿qué se perdió con la casa Elosúa? Una manera de habitar Guadalajara con sencillez y armonía. Una materialización de un programa doméstico resuelto con sabiduría y sentido común. Una muestra de cómo aprovechar el benévolo clima local y darle a la casa adecuados espacios de transición y buenos jardines. Una expresión acabada de lo que la Escuela Tapatía de Arquitectura entendía como contemporaneidad y respeto a las tradiciones. Un uso sensato y mesurado de materiales y elementos constructivos. Se perdió en fin, un testimonio y una lección irrecuperable de arquitectura y sentido de la vida. Un pedazo de lo que hacía valer a Guadalajara.

Las autoridades responsables, desde luego, tendrán que rendir cuentas. Pero es bueno detenernos en un aspecto crucial: ¿cómo hacer viable el futuro del patrimonio? En las demoliciones arriba mencionadas, y en muchas otras, ha privado la noción de que la arquitectura existente “estorbaba” para un ventajoso aprovechamiento del terreno. La casa Vázquez Arroyo, por ejemplo, podría ser, con talento y cuidado, un infinitamente mejor (y más rentable) local para la “tienda de conveniencia.” La casa Ochoa, con las adaptaciones y adiciones necesarias, supliría con ventaja al descongraciado edificio bancario que ocupó su lugar. Y así sucesivamente. Pero para que esto pase, se necesitan imaginación y flexibilidad, tanto de los propietarios como de los arquitectos concernidos y también de las autoridades. No deja de ser irónico que ciertas tendencias al “todo o nada”, al inmovilismo y el conservacionismo a ultranza sean también responsables, al final, de las pérdidas.

Por lo pronto, la casa Elosúa, de Ignacio Díaz Morales, no es ahora más que fotos antiguas y memoria. No puede nadie, interesado en el patrimonio tapatío, comprometido realmente con el futuro de la ciudad, quedar indiferente.

jpalomar@informador.com.mx

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