Un día más en el que mi cuerpo siente pero no mi mente, un día más en el que estoy presente pero estoy ausente. Sirvo mi cereal en el plato con una mirada vacía y perdida; mis gatos solo corren de un lado a otro, brincando en el único sofá que tenemos en casa. María se fue a su universidad y yo no tengo a nadie más que a mi en este lugar, tan frío y tan vacío. Decido llevar el plato conmigo hasta el borde de mi cama, donde me siento y observo mi reflejo en un espejo. Esa mujer se ve tranquila, se ve pacífica y además, refleja una energía muy baja mientras la cuchara sube y baja del plato a su boca. Suspiro pesado al darme cuenta de que mi cereal se terminó, así que voy a dejarlo al fregadero. El agua en mis manos me trae recuerdos, recuerdos que parece que suprimo cada día al despertar; es una sensación familiar pero, no logro entender, ¿por qué el agua helada duele en mis muñecas? ¿Por qué siento un leve ardor mientras friego ese plato? La respuesta la encontraré apenas tenga mi verdadero despertar.
Conforme las horas pasan, lo único que puedo escuchar en el departamento es un débil sonido proveniente de mi celular, es música que puse hace un rato pero a la cuál deje de prestarle atención por estar sumergida en mi propia calma. Los perros ladran en la calle y yo no puedo evitar pensar en los que dejé en casa al cuidado de mi tío; ¿estarán bien? ¿Me extrañarán tanto como yo a ellos? Poco a poco comienzo a preocuparme más, ¿estarán bien sin mi? ¿Estarán comiendo bien? ¿El más viejo de los tres aún podrá caminar adecuadamente?
Pasaron dos horas desde que estuve pensando en las mascotas que dejé en casa y que no pude traer conmigo, y desde entonces no puedo evitar sentirme abandonada, sentirme sola, y sobre todo, triste. Voy hacia el baño a pasos apresurados, ¿qué es lo que me está pasando? ¿Por qué siento que esta soledad está cavando un agujero en mi pecho? ¿Por qué de pronto mi respiración se hizo más rápida? ¿Por qué… ¿Por qué estoy llorando tan intensamente? Observo mi reflejo, es una mujer destruida, una mujer que ha sido maltratada por la vida misma una vez tras otra; y que no importa lo que haga, se está dando cuenta de que la realidad es otra.
La alarma sonó; es hora de despertarse, y el indicador para ello es una navaja que está a punto de tocar la piel de mis muñecas, solo logrando sacar una pequeña gota de sangre que se escapó por un roce accidental con la misma. Ahora recuerdo porqué el agua del fregadero me traía recuerdos, y es por las cicatrices que me hice aquel día en el que noté que estaba completamente sola en este mundo. Acompañada, pero sola.
Tiré la navaja a la basura al darme cuenta de lo que hacía, y corrí rápidamente hacia la barra de la cocina, tomando una caja, desesperada la abrí, ya solo quedaban tres pastillas dentro. Un vaso de agua y hacia adentro, y al pasar de los minutos, de nuevo me calmaba, de nuevo la vida parecía no ser tan mala. Estaba durmiendo con los ojos abiertos una vez más.
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