Pero… ¿alguien me puede decir qué rayos es una mujer? parte II

Por Mariana Espeleta Olivera
Académica del Cifovis ITESO

Lee la parte I de esta historia aquí.

En la última entrega sobre la cuestión de qué es ser una mujer, nos quedamos en que nació un bebé y los médicos declararon “¡Ha nacido una bella princesita!”. La envolvieron como tamal en una cobijita rosa y sus papás la reina y el rey, ya que estamos en un cuento la educaron como habían educado a todas sus hermanitas, en sentido contrario al de todos sus hermanitos. Para la continuidad del reino era muy importante que los niños y las niñas se fueran convirtiendo en hombres y mujeres opuestos y complementarios. De hecho, prácticamente había tablas descriptivas en todos los libros de filosofía y ciencias naturales que organizaban a los dos géneros[1] humanos de la siguiente manera:

Hombre

Mujer

Feo Bella
Fuerte Débil
Formal Inestable
Extrovertido Introvertida
Sabe mandar Obedece
Órgano sexual externo Órgano sexual interno
Proveedor Criadora
Cazador Recolectora
Activo Pasiva
Lucha con dragones La secuestran dragones

A esta tabla se le pueden añadir todos los atributos que a ustedes se les ocurran que por ocurrencias no paramos, en esto de la conformación del género. La importancia de este asunto de los opuestos complementarios estaba enclavada en la necesidad absoluta de producir sujetos que:

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1.- Sintieran atracción por su opuesto o sea heterosexuales[2] o, si no sentían atracción, la relación al menos les resultara indispensable para sobrevivir. Esto se llamó la “división sexual del trabajo” a través de la cual el obrero llevaba el sustento a casa y la esposa del obrero transformaba ese sustento en sopa de verduras, en uniformes de obrero limpios, en cuidados, etc. Cada uno de ellos no podía vivir sin el otro. Así la administración del reino solo tenía que pagar un salario por dos trabajos, teniendo fabulosos ahorros del 50% en todas las labores. Esto mantenía en posibilidades de trabajar a todos los obreros del reino y además producía nuevos obreros que reemplazarían a los viejos ¡Negocio redondo!

2.- No fueran iguales, sino que uno de ellos fuera dependiente del otro, y además inferior. Así en todas las clases sociales habría un sujeto subalterno que estaría obligado a prestar trabajo gratuito. ¿Adivinan a quién le tocó ese papel? ¿no? ¿si? A ver una pista: El INEGI[3] nos informa que hoy en día en un momento en el que muchos afirman que estamos en las puertas de la igualdad las mujeres jefas de familia, que también proveen parte o todo el sustento de su hogar, dedican 68 horas a la semana en trabajo doméstico no remunerado, mientras que los hombres dedican 31.3 horas.[/box]

Al bautizo de la princesita no invitaron a las brujas feministas, pero ellas de todos modos se colaron para echarle una bendición: “Serás libre de los estereotipos de género”. Así, pesar de los esfuerzos de sus institutrices por convertirla en una linda anfitriona y una excelente costurera, la princesa se destacó en las ciencias y los deportes. Creció como sus hermanos, robusta y fuerte, se negaba a los vestidos y los peinados de tres pisos y aventó los tacones por la ventana del castillo.

Por supuesto, el colmo llegó cuando se rehusó por completo a casarse y quiso quedarse con su dote como propiedad personal. La encerraron en una torre, desde la que escapó disfrazada de hombre. Cuenta la leyenda que hizo fortuna como mujer de armas y comerciante.

La historia de la princesita no es tan rara, en realidad. A lo largo de la historia existe un sinnúmero de mujeres que se negaron a conformarse con esa camisa de fuerza que según su contexto cultural significaba ser mujer. Todas esas mujeres enfrentaron diferentes formas de rechazo y represión y muchas tuvieron que pagar con su vida la inconformidad de asumir un rol de género.

Algunas de ellas, a pesar de todo, destacaron no sin castigo—, como la propia sor Juana Inés de la Cruz. Otras no corrieron con tanta suerte. Se calcula[4] que en la cacería de brujas, solo en Europa, murieron quemadas y torturadas más de 100 mil mujeres, aunque el número real es difícil de calcular porque muchos juicios no fueron registrados y en otros casos las mujeres murieron por las torturas y no por una condena jurídicamente establecida.

Las mujeres acusadas de brujería fueron principalmente aquellas que se dedicaban a la salud herbolaria, las parteras, las que no estaban casadas o no tenían hijos y las que tenían propiedades codiciadas por sus vecinos… Es decir, mujeres con poder o mujeres que no encajaban en los estereotipos de género, que representaban una amenaza para las instituciones patriarcales. La Iglesia fue la principal promotora de la cacería de brujas.

La cacería de brujas es solo un ejemplo de los sistemas de opresión. Nos ayuda a entender mejor la manera en la que se fue configurando la identidad de las mujeres a lo largo de los siglos posteriores, entre la aceptación a veces por supervivencia y la resistencia. Mujeres obedientes: buenas. Mujeres desobedientes: malas.

Aun en nuestros días podemos identificar con claridad las formas en las que estas etiquetas configuran el panorama de lo femenino y ordenan a las mujeres en determinadas posiciones sociales, recompensando a unas y estigmatizando a otras. Los productos culturales, es decir, películas, canciones, programas, espectáculos de todo tipo, a menudo son medios muy eficientes para reproducir estereotipos y producir el género.

¿Pero… qué es una mujer? Ya dijimos que una mujer no es un cuerpo hembra en el caso de que el cuerpo sea comprobablemente hembra y que una mujer “no nace, se hace”. También dijimos que ese ser llamado mujer no es un tipo de sujeto permanente, ahistórico, esencial lo que significaría que en cualquier época o lugar es la misma cosa, porque proviene de una “esencia” femenina, sino una forma de subjetividad personal y social que se produce según un contexto cultural determinado.

Ser mujer es, entonces, encajar en mayor o menor medida en lo que tu contexto específico permite para tal categoría, y vivirlo también interiormente. Es un fenómeno cultural y psicológico, en el que una persona se siente mujer, y es identificada como mujer por los demás. Esta cuestión, que constituye lo que es ser una mujer, no deja de estar llena de problemas teóricos, éticos y sociales. Por ejemplo ¿qué pasa con las personas que internamente se identifican como mujeres pero sus cuerpos o sus características no encajan en lo patrones de lo que su cultura entiende por mujer?

Este debate es muy interesante, porque extiende la categoría de mujer a un fenómeno que propone ir de lo subjetivo de la experiencia personal a lo objetivo lo percibido por todos, como un camino nuevo para cuestionarnos las categorías de género. Si una persona “se hace” de cierta manera para encajar en una identidad preestablecida el género… ¿podemos pensar que cada “hacerse” crea a su vez a tal categoría?, ¿que cada repetición no es un acto perfecto, sino una interpretación única que va insertando modificaciones?…[5] Y este es el momento, queridas amigas o amigos, amigues… ya da igual en el que la teoría saltó de Simone de Beauvoir a Judith Butler… y todo cambió para siempre. Pero ese es otro cuento, y ya hablaremos de eso en otra ocasión.

 

[1] En ese momento solo había dos géneros: el que correspondía al cuerpo de macho y el que correspondía al cuerpo de hembra, o al menos en el discurso, porque en la realidad… pues ya se sabe cómo es de canija la realidad.
[2]A este fenómeno las autoras feministas, como Adrienne Rich, lo han nombrado “heterosexualidad obligatoria”.
[3]Estadísticas a propósito del día de la familia mexicana (5 de marzo). Datos nacionales. Consultar en: http://www.inegi.org.mx/saladeprensa/aproposito/2017/familia2017_Nal.pdf
[4]Anne L. Barstow (1994). Witchcraze: A New History of the European Witch Hunts. Una explicación completísima del fenómeno de la caza de brujas y su interacción con los procesos de consolidación capitalista y las relaciones de poder entre la Iglesia y el Estado, lo puedes encontrar en el super librazo de Silvia Federici: Calibán y la bruja. Aquí lo encuentras completito para leer, por deseo expreso de la autora de que su obra sea de acceso libre (¡una crack!): https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Caliban%20y%20la%20bruja-TdS.pdf
[5]Teoría de la performatividad de Judith Butler. Para saber más puedes leer “Deshacer el género”, de editorial Planeta, o leer este comic que lo explica con gatos 😉 https://www.themarysue.com/judith-butler-explained-with-cats/. ¡O venir a mi clase! YEIIIII.

 

[box]¿Tienes algún comentario o duda? Contacta a la autora: marianae@iteso.mx[/box]

Pero… ¿alguien me puede decir qué rayos es una mujer?

Por Mariana Espeleta Olivera
Académica del Cifovis ITESO

Otra vez, como todos los 8 de marzo, conmemoramos el Día Internacional de la Mujer… pero ¿qué es una mujer? Parece una pregunta tonta, pero si lo pensamos con cierta profundidad las cosas se complican. Podríamos responder que ser mujer inicia con haber nacido en un cuerpo de hembra humana. Este cuerpo, con su compleja biología regulada por genes y hormonas, produciría una subjetividad de mujer: una persona que se identificaría con aquellas características internas y externas que asociamos con la feminidad.

Esta solía ser la respuesta clásica, clara y simple como una línea recta, incuestionada ni por la ciencia ni por la filosofía. Si vas a la biblioteca y sacas el famosísimo Diccionario de Filosofía, de Nicola Abbagnano[1], (en su última actualización de 1998) y buscas la entrada “mujer”, lo único que vas a encontrar es una ausencia. ¿Y acaso no habla el silencio? Existe la entrada para “hombre”, por supuesto, y esta entrada pretende cubrir a la humanidad, incluyéndonos por default. Entonces, ¿somos iguales?, ¿somos al menos filosóficamente lo mismo? Para nada. Simplemente ha sido un asunto que filósofos y científicos han ignorado sistemáticamente, o que solamente han discutido para reafirmar sus posiciones de poder y, en la mayoría de los casos, para cimentar la inferioridad de las mujeres y la superioridad de los hombres[2].

Como en todas las historias clásicas, claras y simples como líneas rectas, un día apareció en el cuento una bruja que lo puso todo patas pa’rriba. Esta bruja era, obviamente, una bruja feminista[3].

Todo comenzó con el supuesto presentado arriba, de que el cuerpo determina la subjetividad. En realidad esto es una treta que oculta una enorme desigualdad (ojo, no dije diferencia[4]) que estableció privilegios y características geniales para los hombres y desventajas y defectos de carácter para las mujeres. Tales características y derechos, al provenir del cuerpo de la naturaleza, de la biología—, se presentaban como imposibles de modificar, eternos y “correctos” para el buen funcionamiento de la especie y, por ende, de la sociedad. Intentar escapar de esos designios “del cuerpo” significaba ir contra la naturaleza y buscar la ruina humana. ¿Ven cómo solamente una bruja podría proponer tal cosa?

En ese entonces a los hombres “por naturaleza” es decir, con un cuerpo con testículos, pene y testosterona les tocaba el rol de ser los que mandaban, de salir a la vida pública, de traer el sustento a casa y ver el futbol los domingos. A las mujeres “por naturaleza” por tener un cuerpo con pechos, útero y estrógeno—, qué casualidad, nos tocaba ser mamás tiernas, cuidar a los niños, obedecer, cocinar, parir, cuidar a todos suegros incluidos, atender al marido, lavar, planchar, doblar y guardar… Entonces, tener un cuerpo de hembra significó ser subalterna, y no poder hacer nada para cambiarlo.

Pero empezó la idea de buscar otra explicación, ya que esta parecía muy sospechosa… Si todo era tan natural ¿por qué necesitaban entrenarnos desde niñas con muñecas y cocinitas? ¿Por qué necesitaban reprimirnos todo el tiempo: con la manera en la que nos sentamos, las cosas que decimos, los lugares a los que vamos, las horas en las que llegamos, nuestros impulsos sexuales, nuestras ambiciones intelectuales? Las brujas se miraron unas a otras y exclamaron al unísono:  “Witch, please!”

Las brujas feministas se pusieron a discutir entonces qué era ser mujer. Lo llevan discutiendo desde mitades del siglo XX. Para empezar, parece que ha quedado claro algo que la pensadora Simone de Beauvoir afirmó en 1949[5]:  “No se nace mujer, se llega a serlo”. Es decir, que hace falta entrenar para ser mujer. Sin saberlo, Simone estaba explicando el concepto de género. O sea que un cuerpo, del sexo que sea, necesita pasar por un proceso de asimilación para convertirse en aquello que lo define culturalmente como hombre o mujer.

Una mujer no es un cuerpo de mujer, sino un sujeto que se comprende a sí misma como tal y que proyecta esa percepción hacia los demás, de acuerdo con un código cultural compartido, que se asienta sobre su cuerpo biológicamente sexuado como hembra. Es quien se vive “mujer” (lo que sea que eso signifique en su cultura), quien actúa como mujer, quien tiene aspecto de mujer y de quien los demás piensan que es mujer.

Tiempo después nació una linda princesita. No es cierto, más bien un día nació un bebé y cuando le hicieron la primera inspección genital, los médicos exclamaron que era una niña ¿Cómo lo supieron? En realidad, lo adivinaron por el aspecto que tenía “eso” que identificaron como una vulva ¿Cómo que “adivinaron”? Efectivamente, los médicos adivinaron porque, hoy en día, en pleno siglo XXI, no existe un procedimiento científico que sirva para determinar con total certeza el sexo de una persona[6]
. Ni siquiera los cromosomas obedecen en realidad a un patrón binario, en muchos casos. A simple vista, ni se diga: ¿cuándo un clítoris es demasiado grande o un pene demasiado pequeño como para más bien parecerse a su “opuesto”?. Ese refrán “a ojo de buen cubero” ha resultado bastante problemático en el caso de identificar un sexo.

La historia de la princesa continuará. Sígueme leyendo en la segunda entrega de este texto si quieres conocer más detalles sobre la intrigante cuestión: ¿Qué es una mujer?

 

[1] Abbagnano, N. (2012). Diccionario de Filosofía. Fondo de Cultura Económica: México.
[2] Si no me creen, hagan un recorrido por el pensamiento de cualquier filósofo (hombre, claro), del S.XX para atrás, y verán lo que les digo. La lista de ejemplos misóginos es tan larga que es mucho más fácil nombrar las excepciones: Poullain de la Barre, John Stuart Mill… y, y, y, ya.
[3] La relación entre la brujería y el feminismo es compleja e histórica. Las primeras acusaciones de brujería en la Edad Media fueron en realidad un movimiento de represión a las mujeres. Para saber más de esta parte olvidada de la historia oficial, te recomiendo leer “Calibán y la Bruja”, de Silvia Federici. Es un libro indispensable y muy interesante.
[4] Diferentes somos todos. Las mujeres y los hombres somos diferentes, pero también los altos y los chaparros, los gordos y los flacos… cada ser humano es único y diferente, es problema viene cuando, a partir de tales diferencias, organizamos una sociedad con acceso desigual a los derechos y al bienestar, una sociedad racista, sexista, clasista, etcétera.
[5] Esta afirmación es parte de una obra clave del pensamiento feminista francés (y mundial), “El segundo sexo”. Un clásico de hoy, mañana y siempre.
[6] Entiendo que esta afirmación alarmará a varias personas de mi grupo de lectorxs. No se preocupen. Para leer más sobre el tema, pueden consultar estos enlaces de prestigiosas publicaciones científicas (en inglés):
https://www.nature.com/news/the-spectrum-of-sex-development-eric-vilain-and-the-intersex-controversy-1.19873
http://newsroom.ucla.edu/stories/male-or-female
https://scopeblog.stanford.edu/2015/02/24/sex-biology-redefined-genes-dont-indicate-binary-sexes/

 

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