El Día Mundial de Información sobre el Desarrollo ¿celebración o funeral?

Por: Guillermo Díaz Académico e Investigador del CIFS

La Asamblea General de las Naciones Unidas estableció en 1972 el Día Mundial de Información sobre el Desarrollo como un factor clave para el desarrollo humano y para incentivar la Cooperación Internacional. Su principal objetivo es captar la atención de la sociedad con respecto a las grandes brechas de desarrollo y lograr así obtener flujos de Ayuda Oficial para el Desarrollo (AOD) para los países más vulnerables.

Con esta intención, en el 2000 se fijaron los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) que los 189 países miembros de la ONU acordaron alcanzar para el 2015 y que representan las prioridades urgentes de desarrollo de toda la humanidad. Los ODM comprenden tanto la erradicación de la pobreza y el hambre como la detención de la propagación del VIH/SIDA y se prevé lograr la enseñanza primaria universal, reducir la mortalidad infantil, promover la igualdad entre los géneros y garantizar la sustentabilidad del medio ambiente.

Esta es la aparente intención de las Naciones Unidas. Sin embargo, en su Informe 2015 de los ODM, la ONU reconoce que:

“Los ODM ayudaron a que más de mil millones de personas escaparan de la pobreza extrema[1], a combatir el hambre, a facilitar que más niñas asistieran a la escuela que nunca antes, y a proteger nuestro planeta (…) A pesar de los notables logros, estoy profundamente consciente de que las desigualdades persisten y que el progreso ha sido desigual. La pobreza continúa concentrada predominantemente en algunas partes del mundo. En 2011, casi el 60% de los mil millones de personas extremadamente pobres del mundo vivía en solo cinco países. Demasiadas mujeres todavía mueren durante el embarazo o debido a complicaciones del parto. El progreso tiende a pasar por alto a las mujeres y a aquellos que se encuentran en los escalones económicos más bajos, o que están en desventaja debido a su edad, discapacidad o etnia. Las desigualdades entre las zonas rurales y urbanas siguen siendo pronunciadas”.

La noción de desarrollo fue adoptada desde la década de los cuarenta del siglo pasado en el contexto de la II Guerra Mundial como la manera de medir el avance económico de los países: surge, con él, la división entre países desarrollados y subdesarrollados. En 1941 Roosevelt y Churchill firman la Carta del Atlántico y dicho documento transforma el concepto teórico de desarrollo en una práctica de política pública. Con ello, en términos prácticos el concepto de desarrollo ha permanecido asociado a otras nociones como progreso y crecimiento, sobre todo desde la esfera económica y el Producto Interno Bruto (PIB), limitando su potencial integrador de otras dimensiones humanas y sociales para quedar sujeto a los intereses económicos dominantes. De ahí su cercanía-lejanía con bienestar y felicidad (nociones occidentales) y buen vivir (noción andina de los pueblos ancestrales) y la necesidad de establecer puentes críticos entre ellos.

Las teorías del desarrollo, dentro del marco del sistema capitalista, pueden ser clasificadas en cinco grandes rubros, todas ellas surgidas a partir de mediados del siglo pasado: el enfoque neoclásico (pasar de una sociedad preindustrial-arcaica a una moderna-industrial), la economía estructuralista (una relación asimétrica de intercambio centro-periferia), la ortodoxia neoliberal (hacia la libertad del mercado mediante procesos de liberalización, privatización y estabilización), las propuestas heterodoxas (regulacionistas y neokeynesianas) y, finalmente, el desarrollo sustentable (convergencia de crecimiento económico con equidad social y protección ambiental).

Todas estas “teorías desarrollistas”, reconocidas como “desarrollismo” por sus supuestos universalistas y homogeneizantes para todos los países del mundo, dejan de lado una serie de factores como su centralidad en el crecimiento económico, las particularidades y contextos nacionales y locales de las poblaciones, el poder de las corporaciones sobre los Estados nacionales, las asimetrías entre las naciones, la división ideológica entre países desarrollados y subdesarrollados y no entre países pobre y ricos o entre centrales y periféricos, las enormes desigualdades sociales que se profundizan cada vez más entre países y estratos sociales, entre otros más.

Frente a esta visión desarrollista han surgido cuestionamientos que proponen nuevas formas de pensar e impulsar la calidad de vida de las personas y sus comunidades: “el decrecimiento”, “el postdesarrollo”, “las alternativas al desarrollo” y “el Buen vivir”. Todas estas críticas sitúan al medio ambiente y la naturaleza (la madre tierra) como exigencia de la vida y por ello cobran particular relevancia.

Frente al desarrollo, el “Buen Vivir” es un concepto cuyo origen proviene principalmente de las culturas ancestrales del cono sur (con el ‘Sumak Kaway’ y el ‘Suma Qamaña’ de las comunidades originarias andinas, quechas y aymaras) pero que encuentra también sus expresiones en otros territorios como en México y Centroamérica (el ‘Yeknemilis’ de los nahuats de Puebla o el ‘Lekil Kuxlejal’ de los tseltales mayas de Chiapas).

De acuerdo con el Plan Nacional para el Buen Vivir 2009-2013 del Ecuador, el “Buen Vivir” significa:

“La satisfacción de las necesidades, la consecución de una calidad de vida y muerte digna, el amar y ser amado, el florecimiento saludable de todos y todas, en paz y armonía con la naturaleza y la prolongación indefinida de las culturas humanas. El Buen Vivir supone tener tiempo libre para la contemplación y la emancipación, y que las libertades, oportunidades, capacidades y potencialidades reales de los individuos se amplíen y florezcan de modo que permitan lograr simultáneamente aquello que la sociedad, los territorios, las diversas identidades colectivas y cada uno -visto como un ser humano universal y particular a la vez- valora como objetivo de vida deseable (tanto material como subjetivamente y sin producir ningún tipo de dominación a un otro)”.

Por todo lo anterior, celebrar la importancia de la Información sobre el Desarrollo implica detenerse y cuestionar sobre el desenfreno desigual del crecimiento, la desigualdad social, la crisis ambiental y la homogenización universalista que encierra la noción de desarrollo para pugnar por otras vías posibles en torno a la vida.

Y el “Buen vivir” podría ser una de estas vías alternativas.

[1] La línea que separa a la pobreza extrema de la pobreza es de 1.25 dólares diarios por persona, un indicador que mide tan sólo el ingreso y que además resulta ínfimo para satisfacer las necesidades de las personas.

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