Reconciliación y perdón: alternativas de esperanza para vivir en paz

Por: Gerardo Pérez, Académico Ivestigador del CIFS

“Estuve encadenado como lo estuvieron ustedes.

Fui liberado como ustedes lo fueron.

Por consiguiente, si puedo perdonar a mis opresores,

también ustedes pueden hacerlo”

(Nelson Mandela)

¿Cuánto tiempo se hace de aquí a Iguala? Aproximadamente dos horas ­-me contestó el rector de la Universidad Loyola. Pero unas horas antes, los que no paraban de preguntarme eran los reporteros: ¿se puede esperar perdón de las madres de los estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa? No lo sé. El perdón es una decisión personal de las víctimas -fue mi respuesta.

¿Cómo hablar de perdón y reconciliación en el contexto de violencia que se vive actualmente en el estado de Guerrero? ¿Desde qué enfoque? ¿En función de quién? La solicitud que se me hizo para participar en el Foro Guerrero. Una luz de esperanza fue muy clara: abordar estos temas desde una perspectiva académica en el marco de una Cultura de Paz.

Afortunadamente existe mucha experiencia humana sobre estos asuntos, sistematizada en múltiples artículos, videos, revistas o libros. Sin embargo al comenzar a revisar los textos, pronto caí en la cuenta de la complejidad que está implicada en estos temas. En ambos casos lo que está en juego son aspectos muy delicados como el sufrimiento humano y la memoria histórica tras hechos de violencia, la dignidad humana de víctimas y culpables, el deseo de venganza por la pérdida o desaparición de seres queridos, el posible arrepentimiento de quienes usaron la violencia para conseguir sus objetivos, los efectos psico-emocionales en la sociedad civil, el papel de las instancias oficiales para impartir justicia o las políticas públicas para afrontar violaciones graves a los Derechos Humanos.

Para afrontar esta complejidad decidí recurrir a la experiencia personal como punto de partida, evocando el trabajo que realizamos en Guadalajara un grupo de colegas para honrar la memoria de los ciclistas que mueren asesinados por vehículos automotores en las calles de la ciudad. Cuando se organiza la instalación de una Bici Blanca en el lugar donde falleció un/a ciclista se busca concientizar a la población sobre la fragilidad de la vida de quienes se mueven en bicicleta, exigir a las autoridades que tomen cartas en el asunto y pongan en marcha programas y políticas para incrementar la seguridad de las personas en la vía pública. Sin embargo con nuestra acción no se repara el daño a los familiares de las/os ciclistas, no sirve para detener y castigar a los culpables, tampoco ha sido eficaz para frenar la muerte de ciclistas. Surgen entonces nuevas preguntas: ¿Quién debe pedir perdón y quién debe otorgarlo cuando el ciclista murió por una alcantarilla mal instalada o un poste de luz que no tenía nada que hacer en ese lugar?

Más allá de la experiencia personal con las Bicicletas Blancas, las preguntas centrales de la charla para el Foro Guerrero no cesaban de aparecer: ¿Es posible la reconciliación entre actores sociales que se han enfrentado de manera violenta? ¿Qué se puede hacer cuando el culpable no se arrepiente o la víctima no acepta las disculpas del ofensor? ¿Qué hacemos con nuestras violencias que desde hace años vienen afectándonos como sociedad (Acteal, Guardería ABC, 22 de abril, Ayotzinapa, Atenco, Pasta de Conchos, etc.)?

La primera idea que habría que resaltar es que tanto reconciliación como en el perdón son mecanismos que contribuyen a la transformación positiva de conflictos, con las posibilidades y limitaciones propias de cualquier invento humano. Si tomamos en cuenta que detrás de todo hecho de violencia hay siempre latente un conflicto que se quiso “resolver” anulando a la contraparte o imponiéndose a través de la fuerza; el perdón y la reconciliación buscan incidir sobre algunos de los elementos que están siempre presentes en todos los conflictos (las emociones, los valores, las creencias, la comunicación, el empoderamiento o las necesidades) y utilizarlos de manera positiva para construir paz.

En segundo lugar, al analizar los procesos de reconciliación que se dieron en Sudáfrica para terminar con el apartheid durante la presidencia de Mandela, o los que se han llevado a cabo entre España y Alemania para resarcir los daños del bombardeo sobre Gernika en 1936, podemos identificar la importancia que tiene utilizar herramientas no solo de tipo jurídico, sino otras capacidades con las que contamos también los seres humanos para hacer las paces: inteligencia emocional, valores culturales y espirituales, el entendimiento mutuo a través de señales, códigos y símbolos, etc.

Así como en la Medicina, el mantenimiento de la salud y la atención a las enfermedades requiere de médicos especialistas, enfermeras, farmacéuticos, laboratoristas, odontólogos, etc., la construcción social de la paz igualmente demanda saberes específicos para atender los diversos tipos de conflictos y las diferentes violencias. Si tomamos en cuenta –como lo señala Galtung (1998: 51)– que «desafiar y cambiar, la violencia estructural y cultural es tarea de todos, cuesta arriba, sin final, indispensable…», la invitación que se hizo a los participantes en el Foro Guerrero fue a capacitarnos para ser especialistas en Cultura de Paz desde la Educación, las Ciencias de la Comunicación, la Informática, la Política, la Economía, etc.

La violencia, en cualquiera de sus expresiones (directa, cultural o estructural) rompe la confianza mutua, el equilibrio entre seres humanos conflictivos, pues las víctimas sufren y sienten miedo, crece su deseo de venganza y esperan el castigo del transgresor como una forma legítima de venganza. Es ahí, en este escenario, donde se necesita intervenir. Pero, ¿cuándo y cómo utilizar el perdón y la reconciliación?

La reconciliación tiene como objetivo la reconstrucción de las relaciones entre grupos o personas que se han enfrentado mutuamente, causándose graves daños. Pero no se trata solo, ni primordialmente, de un asunto religioso. Es un proceso relacional del ánimo, más allá de los conceptos, un llamado a la cordura, a la concordia o a lograr un acuerdo común entre los participantes en un conflicto. Demanda voluntad y libertad de los/las implicados/as para querer reconciliarse. Supone conocer y dialogar sobre los hechos que provocaron daños, contextualizarlos, y llegar a acuerdos sobre las reglas que regirán la convivencia futura y las nuevas relaciones de confianza.

Previamente, el agresor debe tomar conciencia del daño que provocó, arrepentirse, sentir remordimiento por el mal que infringió, tener la intención de resarcir el daño y asumir el compromiso de no volver a repetirlo. La víctima por su parte, necesita sanar las heridas y recuperarse, trascender la rabia, el odio, la culpa y el deseo de venganza que lo animan. La venganza es un sentimiento pasajero que no sirve para sanar las heridas. La culpa se experimenta al tomar conciencia de lo inmerecido del sufrimiento recibido. El odio, al único que hace padecer es a la propia víctima (aunque en ocasiones el odio se descarga sobre otros que nada tienen que ver en la violencia original). El perdón –aclara Leonel Narváez– es la superación de todos esos sentimientos, pero requiere de la voluntad de la propia víctima para superarlos o trascenderlos con la ayuda de alguna forma de espiritualidad.

No obstante, la reconstrucción de relaciones no siempre es posible o solo se logran restablecer hasta cierto nivel. Suponiendo que víctima y agresor decidan compartir el mismo espacio o lugar con el mínimo contacto posible, se habla de reconciliación como coexistencia. Como convivencia, además de cohabitar, ambos deciden llevar a cabo algunas acciones de manera conjunta. Y como comunión, optan libremente por participar colaborativamente en asuntos que les son comunes y deciden restablecer vínculos afectivos sólidos entre ellos.

Otro proceso que no se puede dejar de lado para avanzar en la reconciliación y el perdón es la memoria de lo que sucedió para poder construir la verdad, reconocer las situaciones y los hechos que condujeron a la violencia o al rompimiento de las relaciones intersubjetivas. Los sobrevivientes de la violencia, las víctimas colaterales y el resto de la sociedad en general son portadores de esa memoria. Sin embargo la memoria de los muertos, de las víctimas más radicales de la violencia, desaparece con ellos para siempre. Por lo tanto, la memoria principal que hay que rescatar es la memoria de las víctimas (no sobre ellas) respecto de las injusticias que sufrieron. No se puede buscar paz a costa de la memoria de las víctimas. Como sociedad, como colectivo, tenemos el deber de no olvidar, de escuchar y atender empáticamente los testimonios de las víctimas, de uno y otro bando. Una sociedad que no acoge empáticamente la memoria de sus víctimas, re-victimiza. Y el recuerdo de lo sucedido puede quedar objetivado de diversas maneras: en monumentos, documentos, corridos, ritos, conmemoraciones, bicicletas blancas… Sin embargo, a propósito del olvido y la memoria, no podemos dejar de preguntarnos por el sentido de las recientes declaraciones de Vicente Fox cuando pide a los familiares de los estudiantes desparecidos en Ayotzinapa que “acepten la realidad” (video). ¿A qué responde la preocupación de este personaje por silenciar las demandas de justicia de estas personas?

Ningún gobierno puede perdonar. Ninguna Comisión de la Verdad puede perdonar. Tampoco el tiempo perdona, ni basta para olvidar. El perdón supone el ejercicio pleno de los derechos de las víctimas. Cuando los políticos se refieren a él, además de esperar amnistía, pretenden despojar a las víctimas del poder de perdonar que solo a ellos les pertenece. El perdón es un don, un regalo producto de la libertad. Nunca puede ser producto de la fuerza o la imposición. La persona que perdona, es una persona libre de la ira, el rencor o el resentimiento. Perdonar es recordar, dándole un nuevo significado al dolor o sufrimiento, es romper las cadenas que impiden vivir en paz. Por eso la reconciliación no tiene una relación directa o única con la justicia o el derecho, ni se agota en ellos, porque «…si la violencia/daños ha sido realizada en la relación agresor-victima, es en esa misma relación donde la violencia/daños deben deshacerse» (Galtung, 1998: 56). Sin embargo, la reconciliación también supone la exigencia de una justicia restaurativa que intervenga sobre los efectos directos e indirectos que provocan las violencias cultural y estructural, y permita la construcción de nuevas instituciones que garanticen las formas alternativas de convivencia que se han propuesto poner en marcha quienes anteriormente se consideraban entre sí “enemigos”.

En síntesis. La reconciliación consiste en reconstruir a futuro un camino que se bifurcó en un momento dado, tomando en cuenta que no es posible regresar al punto en el que se dio el rompimiento. Agresor y víctima tienen que hacer por sí mismo su propio camino para un posible restablecimiento de la confianza mutua, sin que haya garantía de éxito. El agresor puede no arrepentirse y la víctima puede decidir no otorgar su perdón. Pero tal proceso, solo se puede poner en marcha una vez que ha parado la violencia directa, cuando existe un mínimo de condiciones para el restablecimiento de relaciones entre las partes, cuando hay un pequeño cambio de actitudes, sentimientos o percepciones respecto del contrincante y se puede establecer algún tipo de pacto. También es importante tomar en cuenta que tanto el perdón como la reconciliación no necesariamente transitan por las instancias judiciales. La justicia como un valor o bien social que es, no puede quedar acotada a ministerios, procuradurías o jueces. La justicia del perdón y la reconciliación abarca otras dimensiones de la interacción humana donde las actitudes, los afectos, los valores o las tradiciones culturales juegan un papel fundamental. Po eso podemos afirmar que: ¡En Guerrero existe una luz de esperanza, porque sabemos que contamos con capacidades y herramientas especializadas e integrales para hacer las paces, a pesar de las violencias!

 

Bibliografía.

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Galtung, Johan (1998) Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia. Bilbao, Gernika-Gogoratuz.

Herrera J., Carlos José (2008) “La reconciliación y sus conceptos relacionados: justicia, verdad, reparación y proyecto democrático”, en Medina Doménech, Rosa Ma., Molina Rueda, Beatriz y García-Miguel, María (eds.) Memoria y reconstrucción de paz. Enfoques multidisciplinares en contextos mundiales. Madrid, Libros de la Catarata.

Kasper, Michael (1998) Gernika y Alemania: historia de una reconciliación. Bilbao, Gernika-Gogoratuz.

Lefranc, Sandrine (2004) Políticas del perdón. Madrid, Cátedra.

López M., Mario “Gramáticas de la reconciliación. Algunas reflexiones”, en http://1drv.ms/1ARKWVj

Narváez Gómez, Leonel (2009) Escuelas de Perdón y Reconciliación. Cartilla 1. Reconciliación. VII Edición. Bogotá, Fundación para la Reconciliación.

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