Poder para hacer las paces

Por Gerardo Pérez Viramontes

En muchos contextos, al hablar del poder, vienen a la mente imágenes de las autoridades que gobiernan, personajes con enormes riquezas o situaciones donde se utiliza la fuerza para imponerse sobre los demás. Esta manera de pensar el poder impide desarrollar la imaginación moral que se necesita para consolidar relaciones pacíficas. Como personas y como sociedad, tenemos capacidades para hacer la paz, pero necesitamos darles poder.

Con estas preocupaciones, los integrantes de la Red Iberoamericana de Investigadores para la Paz Imperfecta nos reunimos del 17 al 19 de septiembre en Granada-España, para reflexionar qué significa y cómo se ejerce en el día a día el empoderamiento pacifista. Tomando en cuenta que la paz (o las paces para ser más exacto) se construye de múltiples formas, en miles de circunstancias; intentamos reconocer los mecanismos y espacios de poder que las personas utilizan para transformar positivamente la conflictividad que nos relaciona con los demás.

El poder no es un atributo o propiedad de quienes están en algún puesto público (de forma legítima o no) o de quienes poseen riquezas. Tampoco tiene que ver solo con la violencia, la fuerza o la imposición. Gracias a Michel Foucault podemos afirmar que el poder está diseminado por todas partes, puesto que nos constituye como personas y está inscrito en nuestros cuerpos. La forma como está organizada la sociedad, las normas disciplinarias con las que coordinamos nuestras acciones, los discursos con los que definimos los hechos y las realidades, las maneras como hacemos uso del tiempo o el espacio, los saberes a través de los cuales resolvemos problemas del entorno…; son otras tantas modalidades como el poder configura nuestra vida en relación con los demás.

Sin embargo, para ejercer ese poder de la vida en sociedad, desde la perspectiva de una paz imperfecta se plantea:

1) la necesidad de cambiar muchas de nuestras formas tradicionales de pensar (hacer un giro epistemológico) sobre asuntos que hemos establecido como verdades: ¿Puede el estado hacer uso de la violencia legítima? ¿El hombre es un lobo para el hombre? ¿El poder corrompe a las personas?

2) la importancia de pensar la paz en una escala humana (imperfecta), es decir, reconociendo que en la vida cotidiana proliferan acciones pacíficas de diversa índole, en torno a los cuales se dan algunos hechos de violencia, y que contamos con múltiples mecanismos culturales y biológicos para regular y transformar positivamente la conflictividad.

3) lo relevante que resulta identificar y potenciar las mediaciones que existen o que podemos poner en marcha para de-construir la violencia y a convivir en paz (formas organizativas, normas, discursos, espacios, saberes ancestrales y científicos, políticas, etc.).

En este marco, las ponencias presentadas en el Seminario plantearon cómo se va consolidando empoderamiento pacifista a través de la gobernabilidad democrática, en las luchas de quienes defienden el maíz nativo, cuando se reconocen políticamente las potencialidades de las mujeres, en situaciones donde la población ha sido desplazada por la violencia, al formular una visión alternativa de la historia oficial, en el entorno de partidos políticos netamente indígenas, al definir o establecer políticas públicas.

Como saldo de los debates quedó claro que, de acuerdo a los contextos específicos (Caracas, La Paz, Bucaramanga, Buenos Aires, Guadalajara, Aguascalientes, Granada, Vitoria o Castellón…), empoderarse de manera pacífica significa impulsar procesos de cambio, constituirse como agente social, recuperar la memoria histórica, intercambio de saberes, defensa de territorios, mandar obedeciendo, construir consensos, trabajar por la justicia transicional, gobernabilidad, deconstrucción social del enemigo, intersubjetividad, autonomía, educación para la paz, desarrollo de capacidades, toma de conciencia…

De esta manera, constatamos que el poder está diseminado por todos los espacios que conforman el conglomerado social y casi no tiene nada que ver con imposición, violencia, riquezas o autoridad. El giro epistemológico que supone pensar el poder para construir procesos pacíficos demanda introducir la idea de libertad, en el concepto mismo de poder, para darnos cuenta del enorme potencial de capacidades con el que contamos los seres humanos para hacer las paces.

 

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