Gandhi: el poder de la vida

Por Gerardo Pérez, miembro del Programa Institucional de Derechos Humanos y Paz, así como del Programa Empoderamiento y Conflictividad Social de CIFS-ITESO.

En el ámbito internacional, el 30 de enero ha sido señalado como Día de la Educación para la Noviolencia y la Paz, buscando con ello resaltar la vida y obra de Mahatma Gandhi, quien fuera asesinado en un día como éste, en 1948. Aunque por lo general es reconocida su labor pacifista y sus acciones en pro de la noviolencia, es importante identificar otras facetas de su pensamiento en materia política, económica y social, de manera que podamos ampliar nuestra perspectiva sobre lo que significa construir alternativas para un desarrollo más pleno, humano y digno.

En este sentido, hace algunos años la revista Ixtus [1] publicó un número especial dedicado a Gandhi, en el que entre otros autores expresaban sus ideas, como Pietro Ameglio y Javier Sicilia, además de Lanza del Vasto quien fuera uno de sus discípulos directos.

Este último, nos narra su experiencia con el Mahatma [Alma grande] en la India, en 1936, cuando decidió ir en su búsqueda. Dice al respecto: un pequeño anciano semidesnudo está sentado en el suelo, ante el umbral, delante de mis ojos. Realmente no es guapo: un cráneo redondo con grandes orejas, nariz aplastada sobre la boca sin dientes. Su palabra es fácil, articulada con energía, sin brillos ni giros especiales. Ilumina cada una de sus palabras volviendo por todas partes a la misma afirmación. Ahí, la comida es ligera, fresca y sin nada de pimienta. Es una persona muy preocupada por la salud de los demás y su bienestar.

Tras esta descripción física de Gandhi y del entorno en el que se movía, Lanza del Vasto describe otros aspectos de la filosofía con la que orientaba su vida este personaje del siglo XX que dan luces para comprender qué puede significar construir la paz en nuestro contexto mexicano. No dejes nunca de trabajar un poco con tus manos –le decía Gandhi a Del Vasto. Ningún hombre está dispensado del trabajo manual. Que el trabajo de tus manos sea una señal de conocimiento y un homenaje a la condición humana.

Paralelamente a esta forma de entender la relación del ser humano con el trabajo, Gandhi –según comenta Del Vasto– asumía una posición crítica frente a la tecnología: las máquinas hacen sufrir constantemente a las instituciones humanas, ofrecen falsas ventajas [ahorran tiempo y esfuerzo, producen en abundancia, multiplican los intercambios, aseguran el bienestar para todos]. ¿Cómo es posible que si producen en abundancia no puedan producir la satisfacción? Podemos servirnos de la máquina con tal de que sepamos también prescindir de ella –precisaba Gandhi. El hombre se ha hecho máquina y se han mecanizado sus gestos, deseos, miedos, amores, opiniones. Funciona, pero no vive. Y al comparar el trabajo manual con aquél que realizan las máquinas afirmaba: “la máquina encadena, la mano libera”.

Detrás de esta forma de plantearse las cosas, nos encontramos una forma diferente de entender la economía que también nos explica Del Vasto: hay que ordenar los cultivos de modo que cada aldea pueda bastarse a sí misma, que los productos de primera necesidad se produzcan en todas partes y circulen poco, mientras que las especies, la pedrería y los objetos de lujo circulen con toda libertad. Que los especuladores o la policía, no tengan nunca injerencia en los productos de los que depende la vida del pueblo. Para satisfacer las necesidades vitales hay que usar los productos nacionales.

Esta perspectiva gandhiana sobre aspectos fundamentales para la vida como son el trabajo, la satisfacción de necesidades o las funciones que deben cumplir las aldeas para consolidar el desarrollo humano –comenta Pietro Ameglio–, provino tanto de la espiritualidad que heredó de su madre, como de las ideas que aprendió de pensadores como Henry Thoureau o Leon Tolstoi. La Verdad es Dios –sostenía Gandhi–, alguien a quien se puede descubrir a través de la acción interpersonal y comunitaria.

Pero esta Verdad [con mayúsculas] sólo puede fincarse en las verdades relativas construidas en la experiencia y espiritualidad individuales. La noviolencia no tiene como objetivo la búsqueda del poder en sí, sino promover que cada quien tenga la capacidad para gobernarse a sí mismo. Y autogobernarse [swaraj en hindú –aclara Ameglio–] significa ser independiente del control gubernamental. Más que emplear la fuerza desde alguna instancia política, la noviolencia es una medida moral que se basa en la superioridad de la fuerza de la verdad [satyagraha].

Esa fuerza de la verdad reside en una conciencia que está presente en la sociedad que la lleva a entender que el poder está en la gente, y que solo es confiado momentánea en quienes son electos como sus representantes. Esta satyagraha, demanda transformar el carácter violento que le ha sido transferido al Estado, para que cumpla con su función coordinadora dentro de la sociedad. Construir autonomía, como cultura o civilización, implica romper la idea tradicional que existe sobre el Estado. La autonomía se logra mediante la autogestión y la autosuficiencia económica. La capacidad de las masas solo se alcanzará en la medida en que sean capaces de resistir al poder de las autoridades abusivas.

La adhesión a esa fuerza de la verdad que impulsaba a Gandhi –nos aclara Javier Sicilia–, tenía como trasfondo un reconocimiento explícito al valor de la vida, a “esa parte cálida que sólo sirve para vivir”. En la concepción gandhiana –añade Sicilia–, la vida tiene una naturaleza sagrada y trascendente, y por eso, cuando la existencia de las personas resulta quebrantada de manera intencional o por negligencia, se ponen en marcha procesos que llevan a la gente a ejercer su derecho a la rebelión.

Con este derecho, de acuerdo a los principios que fundamentan la noviolencia, se busca restituir el carácter sagrado del ser humano y reafirmar dicho carácter como algo que nos es común a todas las personas. Pero ese derecho a rebelarse contra todo aquello que lacera la vida –precisa Sicilia–, no puede ejercitarse de cualquier manera. Los actos de rebeldía deben ser acordes a los principios en lo que se fundamentan ya que el fin no justifica los medios.

Por lo tanto, el mal, debe ser enfrentado haciendo el bien. La injusticia –continúa explicando Sicilia– no sólo daña a quien la padece, sino también a quien la ejerce. La injusticia daña al opresor porque lo hace depender de una ilusión: creer que con desaparecer al otro se resuelven los problemas. Cuando se niega la interacción con el otro ya no es posible llevar a cabo esos diálogos que nos humanizan en la aceptación y el reconocimiento mutuos.

Todo odio y toda violencia sólo provocan el silencio. El lenguaje sirve para recuperar nuestra dignidad como personas. Por eso, el gandhismo no sólo trabaja a favor de los oprimidos, sino también de quien ejerce la opresión, para mostrarle lo indigno y equivocado que resulta provocar el sufrimiento. La satyagraha nunca desconfía del opositor. Para la noviolencia, la confianza implícita en la naturaleza del ser humano es una de sus claves fundamentales.

A manera de resumen. Asumir la noviolencia y la paz desde los dinamismos propios de la vida como lo proponía Gandhi, implica aprender a poner entre paréntesis, al menos para ser revisadas, muchas de las “verdades” en las que hemos sido socializados desde pequeños [el modelo de Estado, por ejemplo].

Demanda cuestionar también la idea que tenemos de la función que cumplen el trabajo y la tecnología [en un contexto globalizado de desempleo masivo], para poner en el centro de las decisiones a los seres humanos necesitados y vulnerables que somos todos.

Igualmente, nos exige poner en movimiento el ejercicio individual de la autonomía y la autodependencia, así como la desobediencia o la rebelión en el ámbito colectivo, para hacer frente al modelo económico y de desarrollo que nos ha sido impuesto desde “nuestros representantes”.

Hacer memoria de la noviolencia activa propuesta por Gandhi puede ser la oportunidad para comenzar a implementar alguno de los cambios aquí esbozados, y retomar la potencia de la vida que, como señalaba Javier Sicilia, “sólo sirve para vivir”.

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[1]              Ixtus. Gandhi. La poética de la acción 1869-1948. 1998. Número 1. Año VI.

 

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