Por Gerardo Moya, académico del Centro de Formación Humana, miembro del Programa de Derechos Humanos y Paz del ITESO.
Según una nota de Aristegui Noticias, construida con información de Notimex, La Jornada y Reforma, la “ola de violencia registrada el fin de semana del 10 al 12 de agosto, dejó un saldo de 103 personas muertas”. La nota refiere que los hechos se dieron en Michoacán, Chihuahua, Veracruz, San Luis Potosí, Coahuila, Durango, Nuevo León, Jalisco, Sinaloa y Estado de México.
Afirma, que entre los decesos, había integrantes de una familia con niños, un alcalde electo, asesores de campañas políticas, presuntos delincuentes y oficiales de la policía federal…
Decir 103 personas muertas en 3 días, es una cifra espeluznante, no sólo por la cifra en sí misma, sino por todos aquellos asesinatos que forman parta de la cifra negra, es decir, aquellos que no se conocen, que nunca se conocerán, o que quizá salgan a flote en un futuro cuando encuentren alguna “fosa con cadáveres”.
Si la cifra negra de muertes violentas en México, fuera como la de los delitos, entonces estaríamos hablando de que por cada 100 muertes violentas ocurridas, sólo tendríamos conocimiento de 7, es decir, 93 muertes quedarían en el olvido. Si a eso sumamos que por cada muerte violenta, hay un número significativo de víctimas, entonces el problema se torna en escala Nacional. La cifra de los 103 muertos en 3 días, suena a muchas de las guerras de la historia, pero aquí, toma nombre de “guerra contra el narcotráfico”, y en lugar de existir responsables de las bajas, solo se habla de “daños colaterales”.
Una perspectiva de abordaje del problema que va a la causa del mismo, es la de los “valores”. ¿En dónde está puesto el valor principal de la sociedad actual y de la clase política y de la delincuencia? ¿En la vida humana? Ciertamente no. Está puesta en el dinero, en lo que el dinero puede comprar: placer, bienestar, comodidad, respeto, reconocimiento, poder. En tanto el valor siga siendo el dinero por encima de otros valores, por dinero estará justificado “matar”, aunque las leyes digan lo contrario.