La interdisciplina en la universidad, tres posibilidades y tres riesgos

Por: Juan Carlos Núñez Bustillos, Director de Integración Comunitaria [DIC] del ITESO

“La realidad es una; múltiple, compleja y contradictoria, pero una sola”. Le escuché esta frase hace ya muchos años a uno de mis queridos maestros, y se me quedó grabada. En ese entonces, Aprendí también que las disciplinas aportan valiosos conocimientos que nos ayudan a entender la realidad y hacernos cargo de ella, pero pueden propiciar el “síndrome de caballo de calandria” ya que  a estos animales les colocan tapaojos con los que sólo pueden mirar una pequeña parte de lo que les rodea. Esto ocurre con algunos especialistas que no están en disposición de mirar más allá de los límites que por definición tienen sus propias disciplinas. Los abordajes de una realidad compleja desde una única mirada son limitados y cuando se trata de atender problemas reales, fracasan.

He conocido múltiples proyectos de intervención social que, aunque bien intencionados, no logran sus propósitos porque tienen como trasfondo una única mirada. Van desde iniciativas muy específicas como la instalación de una granja de pollos o una campaña sanitaria en un barrio, hasta grandes políticas públicas en materia de sanidad y participación ciudadana. Estas experiencias han tenido en común la unilateralidad, en términos disciplinares, pero además en términos políticos.

La necesidad de abordar la realidad desde perspectivas amplias es evidente ¿Qué disciplina puede plantear por sí misma salidas a temas como la pobreza, la violencia, la degradación ambiental o  el desarrollo urbano? ¿Son problemas de ingenieros, de sociólogos, de educadores…? Parece más que obvio que cualquiera de estos asuntos y muchos otros requieren de un abordaje amplio. En este tema la universidad tiene que jugar un triple papel.

Como una institución que tiene como propósito central el conocimiento, la universidad puede aportar a la reflexión sobre la importancia del diálogo de saberes y, especialmente, explorar las modalidades en que éste se puede llevar a la práctica. La universidad es un espacio privilegiado para pensar en ello y experimentar posibilidades. Pero no tendría que ser solamente un saber para conocer más, sino un saber para algo, para alguien. El conocimiento no es neutral, responde a proyectos humanos.

En este sentido, la universidad como garante y generadora de conocimiento tiene la posibilidad, y el deber, de poner al servicio de la comunidad el saber que produce, especialmente aquellos conocimientos que tienen que ver con los problemas sociales más apremiantes. Su participación en la búsqueda de alternativas a la realidad social es básica. Hacerlo desde una perspectiva que incluye el diálogo de saberes posibilita la generación de alternativas más viables.

La otra parte del papel de las universidades en el tema de la interdisciplina se relaciona con la formación de los alumnos en una visión del mundo compleja y no parcial. Es verdad que los estudiantes acuden para aprender a ejercer una profesión. Preparar a personas con conocimientos y capacidades para atender algunos ámbitos de la realidad es una de las tareas básicas de una institución de educación superior. Sin embargo, la propia formación profesional debe incluir una perspectiva de la realidad y de la propia profesión desde la complejidad de manera que el egresado pueda reconocer la necesidad de un trabajo conjunto y de un diálogo entre los diversos saberes en la búsqueda de soluciones a las situaciones reales a las que se enfrentará.
El diálogo interdisciplinar en una universidad apunta a diversos sentidos; en el conocimiento del conocimiento, en la búsqueda y operación de mejores alternativas  para enfrentar problemas y en la formación de profesionales con una visión amplia de la realidad.

El tema de la inter, multi y transdisciplina también tiene sus riesgos.

El primero es una paradoja: que la interdisciplina se convierta en una disciplina, en un objeto estático abordado desde la mirada preponderante del “especialista en interdisciplina”.

El segundo riesgo es que se convierta en una moda y que se decrete que “todo” “tenga” que ser necesariamente interdisciplinario, cuando hay problemas, o al menos aspectos que admiten sin problema el abordaje desde alguna disciplina. Negar el aporte unidisciplinar para ciertos ámbitos de problemas sería equivalente a decir que las disciplinas no tienen razón de ser. Habría que evitar pues la tentación de querer “meter con calzador” la interdisciplina en todo.

El tercer riesgo es que un abordaje demasiado complejo termina por diluir responsabilidades y soluciones. Es decir, si los problemas son demasiado grandes y abarcan innumerables aspectos resulta entonces que no se pueden solucionar por su tamaño y complejidad. En este sentido me parece clave que los esfuerzos interdisciplinares se lleven a la práctica en situaciones concretas y específicas en las que se puedan explorar sus alcances reales y no solamente teóricos. Intervenir en un problema específico de una comunidad concreta con una perspectiva compleja que aporte soluciones tangibles pone a prueba la potencia del planteamiento. Por el contrario, abordar desde la teoría de la interdisciplina un tema demasiado amplio y complejo podrá producir una bonita reflexión, pero no más.

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