¿Algún voluntario para defender a Calatrava?


Hasta hace cuatro días Santiago Calatrava era el orgullo de la profesión, el objeto de deseo de los alcaldes, el yerno perfecto, el mago de la forma, el artista genial.
Era el gran arquitectingenierescultor del mundo. El megaestrella de las estrellas. El alfa y el omega.
¡Guau! ¡Cómo era! ¡Qué tío!
Y ahora, como por ensalmo, ha pasado a ser un apestado, el peor arquitecto del mundo, el ingeniero impresentable, el horror.
Nadie le quiere (ahora), y nadie pierde la ocasión de mencionarle para ponerle a parir, venga o no venga a cuento.
(Por ejemplo, en un ruborizante artículo de Vicente Verdú en el que se elogia a Foster hasta la vergüenza ajena -se menciona incluso lo bien que folla-, se aprovecha de paso, sin ton ni son, para decir que Calatrava es “un gran masturbador”. Y así todo).

Uno se queda de piedra leyendo estas cosas.
Y constata, por enésima vez, lo miserable que es la gente.
Ya sabemos que siempre, bajo cualquier circunstancia, todo el mundo acude corriendo en socorro del vencedor. Nunca hay suficientes alabanzas, suficiente coba, peloteo y baboseo. Calatrava conoció esto y lo disfrutó. ¡Mas ay de ti si caes! Todo lo que era adulación y repugnante halago se vuelve un no menos repugnante insulto, desprecio, burla.

¿No era tan bueno Calatrava? ¿Dónde estáis los que llenabais páginas de ditirambos, los que le dedicabais monografías laudatorias? ¿Dónde os habéis metido los que le disteis el Premio Príncipe de Asturias? ¿Los que llorabais porque no estaba en vuestra mano darle el Premio Nobel, la UEFA Champions League o el Oscar? ¿Dónde os escondéis ahora?

¡Ah, que no os escondéis! ¡Que no sólo no os escondéis avergonzados sino que ahora hacéis chistes sobre él y le sacáis motes! ¡Ah!
Claro: Sois los mismos. Quienes corréis siempre presurosos a socorrer al vencedor sois los mismos que le tiráis a la adúltera la enésima piedra. Nunca la primera piedra; eso jamás; eso es arriesgado. La trigésima quinta, y sólo cuando ya esté muy malherida y, a poder ser, moribunda.
Así sois. Qué asco.

La prestigiosa revista EL CROQUIS -para una explicación urgente de lo que entiendo por “prestigiosa” en este contexto puedo decir “cara”- le dedicó a Calatrava dos números monográficos tipo tochaco: El nº 38 y, años después, el nº 57.

Dos monografías elogiosas, en las que sólo había unas palabras tímidas (y valientes) de Fernández Ordóñez que hacían alguna leve crítica (por otra parte bastante contemporizadora, pero es que le llamaron para que alabara, y al menos no lo hizo descaradamente).
Bueno, pues después de esos dos números monográficos llegó el éxtasis cuando EL CROQUIS los fundió en uno solo. El magno (y ya carísimo) 38+57.

Todo un despliegue editorial.
Fue hace tiempo. Tanto que no les queda ni un ejemplar. Nada. Si clicáis aquí y escribís CALATRAVA en el buscador no aparecerá nada. Sólo falta que os conteste: “¿Quién es ese? Por aquí no le conocemos de nada”. Está descatalogado. Hombre: Era entonces tal objeto de deseo, y el colectivo de arquitectos tenía entonces tanta pasta, que supongo que se vendió absolutamente todo. Pero también imagino que si quedó algún ejemplar en el almacén lo habrán tirado por el váter.
Quienes antes le jaleaban ahora le niegan no sólo tres veces: Mil veces.

Calatrava nunca me ha parecido un arquitecto. Es que no lo es. Un arquitecto no hace esas cosas. Un arquitecto no hace lo de Oviedo, por ejemplo. Ni casi nada de lo que ha hecho. La sorpresa disneylandiana, la chorrada, el gadget divertido (e inútil, y carísimo, y muy fácilmente estropeable) no lleva detrás casi nada.
Lo he dicho otras veces: El nombre de este blog surgió pensando en este tipo de seudoarquitectos y en la estulticia y la autocomplacencia de quienes tenían que haber hecho crítica y docencia y no la hicieron. ¿Qué pasa aquí? ¿Es que nadie va a decir nada? ¿Es que nadie se da cuenta de nada? ¿Estamos locos? ¿Arquitectamos locos?
No soy la persona idónea para hablar bien de Calatrava, porque nunca lo hice. Pero reconozco que, igual que me indigné entonces ante tantos cánticos laudatorios sin encontrar ni una sola voz discordante, ahora me estoy empezando a indignar por lo contrario. ¿Es que no ha hecho ni una sola cosa buena?

Vale. Los desastres constructivos son imperdonables y además son indiscutibles. Pero que conste que a Foster (el octogenario follador) le bailaba intolerablemente el Puente del Milenio sobre el Támesis, a Moneo se le agrieta la residencia del Embajador de España en Washington, etc. Todos los arquitectos han tenido algún que otro disgusto. (Aunque la verdad es que Calatrava los tiene en casi todas sus obras. Y, aún peor, parece que ni siquiera sufre disgustos. Parece que se queda tan pancho. Le resbala. Ni siquiera se avergüenza).
También hay que decir que en esas macroobras intervienen muchos técnicos, muchas empresas especializadas, muchas consultorías. ¿De verdad lo del trencadís de Valencia es sólo culpa de Calatrava?
No entremos, pues, en siniestros (aunque son fundamentales; tanto que invalidan cualquier idea arquitectónica). No es que yo no les dé importancia. Por supuesto que se la doy. Es que son tan elocuentes que no merece la pena basar mi juicio en ellos.
Vamos a otra cosa: Respetamos y admiramos a los arquitectos implicados en su obra, interesados en la organización de los espacios, en su cualificación, en la relación con el entorno, etc. Por modestos que sean son el espejo en el que nos miramos.
Calatrava no hace nada de esto. No le importa. Le importa hacer curiosas estructuras seriadas y simétricas, moluscos o cascos de Dark Vader. Y si los cascos tienen alguna pieza móvil, pues mucho mejor. Miel sobre trencadís. Si la visera sube y baja mediante pilares-pistones entonces es la bomba. Es la mejor forma de embaucar a políticos tan ignorantes como corruptos, que derraman el caudal de las arcas públicas (y de paso se quedan con algunas salpicaduras) sobre quien les hace una visera que se abre y se cierra. Son como niños tontos que se quedan fascinados con las bobadas. No quieren arquitectura, quieren la diversión y la sorpresa que les proporciona el artista fallero.
Vale. Eso es evidente. Repito: ¿Por qué no lo vio nadie antes? ¿Por qué no lo dijo ni lo escribió nadie cuando Calatrava era divo?
Y, sin embargo, ahora que nadie le defiende siento la necesidad de decir algo bueno de él. Es kitsch, vale, es un fabricante de sucedáneos que en vez de hacer arquitectura hace shows. De acuerdo. Pero aun así tiene algún mérito. Y alguien debería recordarlo ahora.
Por ejemplo: En muchas de sus primeras obras importantes el problema a resolver era cubrir un espacio (Estación de Ferrocarril en Lucerna, Escuela Superior de Wohlen, Centro Comunitario Bärenmatte…).  Yo veo una elegante secuencia de elementos estructurales, que a la vez son configuradores del espacio, cerramientos, etc. Tiene soluciones muy ingeniosas. Es cierto que le pierde su propia fascinación, que le embriaga el automatismo geométrico, como a los niños con esas plantillas en que se insertan unas elipses o unas estrellas dentro de un hueco circular y giran unas sobre otras… No lo sé explicar. Vamos, esto:

Pero aparte de esa fascinación infantil (que, como todo el kitsch, produce un efecto aparentemente muy complejo pero movido por un ánimo muy simplón, o, mejor dicho, muy facilón), la verdad es que supo configurar y matizar espacios arquitectónicos de calidad.
Dejémoslo ahí. Ya he dicho algo amable sobre su obra. Y lo digo sinceramente.

Creo que Calatrava nunca fue un arquitecto, pero fue un pintoresco hacedor de formas, un niño travieso de las simetrías y las series, lo cual no es poco. Está más que bien.
¿Qué falló? Creo que, por una parte, un innecesario y tonto afán metafórico (biblioteca evocadora de la disposición de las hojas de un libro, arcos inspirados en violines, puentes que remiten a la cornamenta de un toro, centros de las artes visuales que recuerdan a un ojo…) y por otra parte una caída en el éxito fácil, una pérdida de exigencia.
Encargos fáciles, dinero fácil y muy abundante… Todo eso hace que uno no se replantee las ideas, no las revise ni las someta a prueba, sino que todo valga a la primera. No se meditan las cosas, no se les busca otra segunda vuelta. También hace que uno no estudie a fondo las consecuencias de las decisiones que toma: ni de las formas caprichosas ni de los materiales ni sistemas constructivos que emplea para materializarlas. Todo ello en primera instancia produce edificios innecesarios, agresivos, simplones, mal pensados y tontos, y en segunda hace que se caigan a trozos.
La gente se escandaliza de esto último: De que estas inmensas paridas se deterioren. Pero, repito y repito, nadie se escandalizó cuando eran inmensas paridas nuevecitas, brillantes y fascinantes. Tan brillantes y fascinantes que atontaron la percepción y las inteligencias (racional y emocional) de todo el mundo.
El problema no es que al hermosísimo caballo se le hayan caído los jaeces y se le haya deslustrado el pelo. El problema es que nunca fue un caballo. Y sobre todo, el inmenso problema es que todo el mundo sabía que no era un caballo, por muchos mantones y gualdrapas brillantes que llevara, y nadie lo quiso decir.
Si no lo quisisteis decir entonces, callaos ahora.

Fuente: http://arquitectamoslocos.blogspot.com.es/2014/01/algun-voluntario-para-defender-calatrava.html?m=1