Los nombres perdidos de Guadalajara


Por Juan Palomar.

Entre el patrimonio intangible y muy real que la gente tiene está el de su nombre. Ese nombre da razón e identidad, orienta, instruye, conforma parte de la personalidad de quien lo tiene. Se dice que el nombre, también, influye poderosamente en el devenir vital de quien lo porta: es una de las claves básicas de su existencia. Los nombres, nunca, son lo de menos. Al revés.

Así pasa con la ciudad y sus nombres. Recientemente, con agradecimiento, fue recibida una copia de un valioso y raro folleto que data de 1910, publicado con motivo del centenario de la Independencia nacional por el Ayuntamiento de Guadalajara. Se llama “Nueva nomenclatura de la ciudad con relación a la antigua”. Es un muy útil documento que da cuenta del primer desastre toponímico de la urbe. El segundo vendría solamente cuatro años después, con los primeros gobiernos revolucionarios. El tercero ha seguido hasta nuestros días. A continuación se transcriben algunos de los preciosos y entrañables nombres de calles que fueron abolidos y sacrificados en 1910 para honrar a diversos personajes que le convenía destacar a quienes detentaban el poder.

Agorante, Agua Escondida, Alacrán, Alcantarilla, Algodonal, Amargura, Arroyo del Arenal, Atarjea, La Aurora, El Avispero, Barranquitas, Baños del Fresno, La Bola, Borrasca, Borregos, Buenavista, Caja de Agua, Camarín, Canela, Capuchinas, Caracol, El Carro, Casa Ochavada, Cerrada de la Compañía, Colegiales, La Colmena, Cometa, Cuerno, Encanto, Encierro, Esteros, Estanque o Tanque, Galápago, Gorrión, La Horca, Las Huertas, Jesús María, La Joya, Ladrillera, Laurel, Maguey, Mala Hora, Molinito, Molino de Chocolate, Olas Altas, Oso, Parejas, La Palma, Pata de Cabra, Pericos, Pilita, Polvorilla, El Pórtico, Puentecito, El Rastrillo, El Rastro, El Retoño, Robinsón, La Salud, San Carlos, San Ramón, Santa Teresa, El Sapo, Soto, Tequezquite, Tesmo, Torcaza, Tortuga, Ventanitas…

Como se puede leer, la lista es deslumbrante. Sabiduría popular teñida con una pizca de humor entrañable. Relación muchas veces directa de los apelativos con construcciones, hitos, recuerdos comunes. Amable facilidad para ubicar las calles, bautizadas con un compartible sentido común. Todos estos nombres fueron desaparecidos, y con ellos buena parte de la memoria colectiva, para “celebrar el centenario”, el día del cumpleaños de don Porfirio. El positivismo y todo eso. El caso es que la comunidad tapatía se quedó huérfana de un buen porcentaje de los nombres que ella misma había, soberanamente, determinado a través de siglos.

Grave pérdida que ha continuado a través del tiempo. Manía de políticos pasajeros y frívolos que destruyen herencias seculares. Hay que volver a citar, entre otros, los centenarios nombres de las calles de Tolsa (sin acento, claro) y Munguía. Al señor Díaz de León hubieran perfectamente podido, igual que al señor Parres Arias, honrarlo en las avenidas de los Belenes, propiedad de la Universidad de Guadalajara. (Igual con el señor Zuno/Bosque —y el señor González Luna/Avenida del Sur—). A lo mejor no es tarde. O al gran poeta Enrique González Martínez rendirle homenaje en alguna calle importante y con nombre intrascendente y devolverle a la calle de la Parroquia su nombre. Y, por supuesto a Lafayette, Sarcófago, Montecasino, etcétera. No es cosa menor el que una comunidad pueda reconocerse, recordarse y orientarse en el entramado de la ciudad y de la historia a través de sus propios nombres, valiosísimos, enraizados en su misma esencia.

La comunidad tapatía se quedó huérfana de un buen porcentaje de los nombres que ella misma había, soberanamente, determinado a través de siglos