De incendios y aislantes


Por: Jorge López de Obeso

El 16 de febrero vimos la ciudad inundada de espectaculares imágenes de la torre más alta de la ciudad envuelta en una negra columna de humo. Ya comenzó un debate acerca de la capacidad del ayuntamiento de responder ante estos accidentes, o acerca de la desactualización de la norma mexicana referente a la protección anti-incendios con la que deberían tener. A esto, deberemos agregarle la causa del incendio: la utilización de poliestireno en la construcción.

El poliestireno expandido, unicel o hielo seco (el que después de años de trabajo se logró prohibir para su utilización en los platos de comida en el ITESO ya que se ha comprobado que en contacto con calor desprende sustancias tóxicas) es una espuma muy ligera y barata con suficiente capacidad de carga para funcionar como cimbra o casetón no recuperable. Esto ha hecho que los constructores la encuentren muy “práctica” para aligerar losas de concreto, ya que con esto se evitan la molestia de tener que pensar en donde poner los casetones reutilizables de acero o fibra de vidrio. El problema es que el material no es reciclable,  muy inflamable y sumamente tóxico cuándo se quema.

En una construcción, lo importante no es hacerla “anti-incendios” sino diseñarla para que permita escapar a sus usuarios en caso de que este suceda. Si cada uno de los entrepisos está aligerado con este “práctico” material, se está condenando a sus usuarios a que con muy poco fuego respiren un humo sumamente tóxico, y puedan quedar atrapados en el edificio no sólo por el fuego sino por humos venenosos.

Los vendedores de este material argumentan que tiene propiedades “térmicas”  (que quieren decir “aislante térmico”) pero cualquiera se puede dar cuenta que no sirve de nada aislar térmicamente los entrepisos, que tendrán la misma temperatura entre un y otro. Lo mismo sucede con los muros de panel W, donde los trabajadores, “por que es práctico” queman el unicel para meter instalaciones, con enorme riesgo de incendio y envenenándose en el proceso.

Lo irónico es que el aligerante más barato es el aire, además de que permite que la losa se quede expuesta con interesantes efectos plásticos, como se ha demostrado en infinidad de edificios, entre ellos Plaza del Sol, el Museo Tamayo en Chapultepec por mencionar algunos. Lo grave es el costo escondido que trae la utilización de este material. Además del demostrado peligro de intoxicación en un incendio, el material está desperdiciando petróleo subsidiado en su fabricación y sobretodo en su transportación, ya que aunque es ligero tiene que se movido por pesados camiones alimentados con nuestro menguante petróleo. Además, el material es tan ligero que termina flotando en las ciudades, envenenando jardines y bloqueando desagües. Por último, el material no factible reciclarlo, por lo que se está dejando una terrible herencia a futuras generaciones con edificios que al ser desmantelados se convertirán en un problema.

En nuestra ciudad no sólo se está usando este material en torres, sino en infinidad de casas de interés medio y bajo que estarán expuestas de manera permanente a las consecuencias de un incendio y que ya provocaron los impactos indeseados. Curiosamente, edificios en Guadalajara construidos bajo reglamentos más estrictos que el nuestro evitan este material (El caso del Hotel Westin frente a la Expo). Hay mejores maneras de aligerar y aislar muros, sin que signifique un detrimento en costo o desempeño a los edificios. ¿No podremos hacerlo mejor?