Las ciudades y el agua


Juan Palomar Verea

Una ciudad sostenible se funda, de manera especialmente sensible, sobre un acuerdo esencial: el que su constitución guarda con el agua. Su constitución entendida en dos sentidos principales: por un lado, aquel que tiene que ver con la adecuada manera de relacionarse físicamente con los recursos y las amenazas hidráulicas; y por el otro, con lo que se puede llamar gobernanza hídrica: el conjunto de normatividades, mecanismos y comportamientos sociales que hacen factible una relación equilibrada y sustentable con los temas del agua.

Y los temas del agua son, bien es sabido, vitales. Junto con los fenómenos tectónicos, los efectos del agua son el principal factor de conformación del territorio. La fundación de las ciudades atiende a la cercanía o inmediatez del líquido, y a la favorable situación que el emplazamiento escogido guarda respecto a posibles inundaciones o avenidas.

Las ciudades mexicanas atienden desde siempre a la disponibilidad y el control del agua como uno de sus principales preocupaciones. El abasto y la evacuación de los caudales constituyen una de los principales factores que han contribuido a darles forma y sentido. En un principio, estas tareas concernían directamente a todos los habitantes, quienes dependían de la salud de un manantial, del  nuevo acueducto, o del primitivo sistema de fuentes, para su cotidiano devenir. Tener o no tener agua era un asunto inmediato y de causas comprensibles para la mayoría de la población. Gradualmente, al ser las urbes más grandes y complejas, los trabajos fueron delegados en juntas u organismos especiales que fueron cobrando distancia respecto a la generalidad de los individuos. Esta distancia, llevada al extremo actual, hace que el arduo problema de relacionarse con el agua se limite con frecuencia a abrir o cerrar una llave, a mirar como se va el agua de lluvia por una alcantarilla o el drenaje por una coladera. Escaseces y anegamientos llegan así como ignotos efectos de inescrutables causas. El costo del abasto y el desecho se volvió un tema político y ampliamente distorsionado.

Esta mediatización del ciudadano respecto a un tema que le es vital constituye una de las razones por las que la gobernanza hídrica es entre nosotros precaria. El largo paternalismo político volvió a las ciudades en organismos que crecían y se desarrollaban al margen de la conciencia de sus habitantes. El territorio fue en su mayor parte urbanizado sin atender a condiciones de sustentabilidad ambiental e hidráulica. Cauces segados u obstruidos, escurrimientos desviados de cualquier modo, cuencas violentadas, desecación de cuerpos acuáticos, contaminación y agotamiento de los mantos freáticos, desperdicio de los caudales pluviales: todo sucedía verticalmente, lejos del conocimiento y menos del parecer de la ciudadanía. Está más que comprobado que este modelo está ya agotado, y que su costo resulta ahora exorbitante. E insostenible.

El regreso de la conciencia hídrica a las preocupaciones habituales del ciudadano común está en la base de una urgente gobernanza en este terreno. Un cuerpo elemental de toda la compleja información hidráulica que ahora se maneja en los organismos especializados debería ser traducido en términos asequibles a la población y adecuadamente comunicado. Así, el ciudadano informado y consciente volvería a ser la base de un nuevo, razonado y sostenible trato con el agua en las ciudades.

jpalomar@informador.com.mx

, ,