Arq. Erik Herrera y Arq. Diana Ortiz egresada de la escuela de Arquitectura del ITESO.
Frente al drama que pretende mitigar el programa funcional que se requiere, el edificio propuesto nace con la firme voluntad de desaparecer, de dejar de ser necesario para convertirse en espacio de memoria y recuerdo.
Para ello se propone una estrategia que permita la construcción de un edificio que en su decostrucción se convierta en parque, transformando en lugar de encuentro aquel terreno que un día fue punto de partida.
La solución formal convierte ya el entorno del edificio en parque. Tras la reflexión sobre el lugar se decide generar un volúmen fragmentado que dialoga con el entorno inmediato.
Todo el conjunto se dispone un poco hendido respecto a la cota original del emplazamiento para generar una mayor relación edificio-parque y al mismo tiempo generar una huella en clara analogía simbólica al rastro generado por el migrante.
Para el acceso se genera un espacio de abrigo, un lugar cubierto pero abierto que sirva de lugar de encuentro y reunicón. Un abrazo del propio edificio previo al ingreso.
Tanto en la definición formal como material del edificio se pretende actuar desdibujando el límite del espacio construido con respecto al parque a través de vacíos, espacios cerrados por celosía y descubiertos, cubiertos pero abiertos, cerrados y acristalados, etc.
Relacionado con la infraestructura ferroviaria, un único elemento hito se alza reconocible y claramente perceptible desde la distancia tanto para anunciar la cercanía a aquellos que lo tienen por destino, como para marcar la referencia a aquellos que se alejan hacia el norte.
