Edificios en las colonias: ¿Matar a la gallina de los huevos de oro?


12nPor Juan Palomar

¿Por qué las colonias –Francesa, Reforma, Americana, Obrera, West End, Moderna– se han puesto de aparente moda? Recordemos que estos fraccionamientos, originados a partir de los primeros años del siglo XX, han sido tradicionalmente conocidos por la gente de Guadalajara como “las colonias”: una arraigada línea de camiones que funcionó durante décadas se llamaba, precisamente, “Oblatos-Colonias”.

¿Y qué tienen de particular estas demarcaciones? En primer lugar su concepción urbanística: un trazado que, siguiendo las líneas básicas de la cuadrícula tradicional, planteó una lotificación relativamente amplia que incluyó un generoso uso de áreas verdes hacia los exteriores, siguiendo los principios de la ciudad-jardín impulsada desde fines del siglo XIX, entre otros, por el inglés Ebenezer Howard. Dentro de tales terrenos convivieron (y en muchos casos todavía conviven) toda una serie de arquitecturas muy relevantes que abarcan desde 1910 hasta 1960, con algunas adiciones de valía en las siguientes décadas.

La nómina de autores allí presentes es una completa antología de lo mejor de la arquitectura tapatía del siglo XX. Solamente para recordar van algunos nombres: Ernesto Fuchs, Juan Kipp, Guillermo de Alba, Luis Prieto Souza, Alfredo Navarro Branca, Arnulfo Villaseñor, Ambrosio Ulloa, Aurelio Aceves, Juan Legarreta, Juan Palomar y Arias, Pedro Castellanos, Luis Barragán, Ignacio Díaz Morales, Rafael Urzúa, Enrique González Madrid, Jorge Matute, Porfirio Villalpando, Julio de la Peña, Miguel Aldana Mijares, Jaime Castiello, Salvador de Alba, Horst Hartung, Bruno Cadore, Eric Coufal, Enrique Nafarrate, Max Henonin, Alejandro Zohn, Federico González Gortázar… y un largo etcétera que incluye a otros muy valiosos ingenieros y arquitectos y que escapa a esta rápida enumeración y cuya relación completa está aún pendiente.

Esta rutilante serie de autores bastaría, por sí misma, para conservar, con extremo cuidado, el patrimonio arquitectónico de las colonias. Sin embargo, la valía de estos contextos va mucho más allá. La ubicación y alta conectividad de estos entornos, el diálogo entre las obras de estos ingenieros y arquitectos, los jardines, los inapreciables arbolados de las banquetas, la amable escala general: otros tantos elementos que conforman una calidad espacial y patrimonial inapreciable para Guadalajara.

Con el paso de los años y con el grave desorden urbano, con la tontería y la corrupción, mucho ha sido perdido. La instalación incontrolada de usos, la fuga de habitantes permanentes, las demoliciones o desfiguraciones de obras importantes, la destrucción indiscriminada de jardines para hacer “estacionamientos”, la edificación de múltiples bodrios agresivos y dañinos para sus contextos, el descuido casi generalizado de las banquetas, la pérdida de arbolados: otros tantos elementos que, si bien han perjudicado gravemente a las colonias, no han logrado arrebatarles su calidad de entornos altamente vivibles y disfrutables. Y de entornos fácilmente mejorables.

Ahora sucede que, gracias a ciertos cambios en las políticas de crecimiento urbano, gracias –por consiguiente– al reciente interés de los promotores inmobiliarios, y sobre todo, merced al agotamiento y al creciente rechazo de la oferta “residencial” de casas caras e insatisfactorias en “cotos” cada vez más lejanos y peor conectados, existe un renovado interés en las colonias.

Por su lado, ciudadanos espabilados habitan o adecúan casas y departamentos en esas colonias, muchos jóvenes buscan insertarse en la zona, la vida barrial se enriquece, diversifica, renueva. Así, hay por una parte esta corriente espontánea de los espabilados que le piden mucho más a la ciudad –y lo obtienen– que lo que la oferta de vivienda convencional ofrece. Los promotores, mientras tanto, intentan aprovechar las mencionadas bondades de la zona para hacer jugosos negocios inmobiliarios: pero se corre el peligro, si no se es extremadamente cuidadoso, de matar a la gallina de los huevos de oro, destruyendo precisamente lo que ahora hace deseables a las colonias: su calidad, su escala, su arbolado, su patrimonio arquitectónico.

Cada inserción habitacional mediante nuevos edificios puede ser más que bienvenida si se hace con absoluto respeto del entorno: en su impacto general sobre el contexto inmediato, en su escala, en la calidad de su arquitectura. Las autoridades deben exigir una patente demostración de estas cualidades en cada nuevo proyecto de edificación vertical, caso por caso. Y, como ya se ha insistido en esta columna, debe de constituirse un fondo, a partir de los negocios inmobiliarios que se aprovechan ventajosamente del contexto, para lograr la instauración de nuevos espacios públicos y verdes. Todo esto se debe hacer no para dificultar los procesos: sino para asegurar, precisamente, que estos procesos no asesinen a la gallina de los huevos de oro con gravísimos perjuicios para los habitantes y usuarios de las colonias, para fortalecer un patrimonio urbano y arquitectónico que pertenece a toda la ciudad.