Verdura contra la mala arquitectura


Por Juan Palomar

La frase que encabeza esta columna era una especie de mantra que se repetía en el taller de composición (era uno solo) de la Escuela de Arquitectura del Iteso desde los años setenta. Algunos se la atribuyen al Gavilán Vázquez Baeza o a Felipe Covarrubias, pero es incierto su origen. Su enseñanza y práctica es cosa muy útil.

Llegó a haber un caso, célebre en la escuela, del esforzado desarrollo de un (o una) estudiante, que elaboró un detallado alzado de un fresno tras del que se podía ver, por los agujeros del follaje, pedacitos de ventanas, puertas, celosías, pretiles… Sin duda fue una de las propuestas de fachadas domésticas más bonitas de aquellos años.

El apotegma nunca ha perdido su actualidad. Tomemos por ejemplo el aeropuerto de Guadalajara. ¿Qué ve el viajero al llegar a su largamente extrañada tierra? De entrada lo recibe un corredor lleno de vidrios que bajo el solazo tapatío es mucho más que ingrato, sin hablar de lo tonto. Y ¿qué ve enfrente? Más solazo bajo el que se rostizan un montón de coches estacionados y al fondo un edificio ampliamente dudoso. Ni un solo árbol, en esta tierra bendita por la naturaleza. Y, para rematar, nada menos que un Oxxo. Peor, imposible.

Lo anterior es un digno preámbulo para el “paisaje agavero” en que se quiso convertir la entrada y salida del puerto aéreo. Al efecto, se destruyeron numerosos árboles para que la bendita planta (bendita en su lugar) prosperara. Total, más solazo, más calor, más fealdad. Para continuar el paseo de los horrores con toda propiedad, está el nodo con la carretera a Chapala. Las autoridades de Zambia se escandalizarían. (Dicen que Zambia es bonito.) Ya del corredor a Guadalajara mejor ni hablar. La sucesión de “espectaculares” corresponde a una barbarie cívica y estética que hasta Amín Dadá corregiría, y que revela cruelmente el grado de dejadez, sumisión y corrupción del medio local –civil y oficial.

Pero dicen que es bueno que a la crítica se añada la propuesta (a veces). Entonces, Verdura contra la mala arquitectura. Vamos por pasos: al corredor de los vidriotes se le puede superponer una bonita pérgola con jazmines. A la vista hacia el estacionamiento una fila de frenos o jacarandas cada cinco metros; en el estacionamiento mismo, todos los tabachines que quepan. Al “paseo” rumbo al nodo se le podría hacer lo siguiente: devolver con todo cuidado los agaves a sus territorios, en donde después podrían ser jimados y convertidos en la “Reserva del Aeropuerto Miguel Hidalgo”. En su lugar, sembrar muchísimas primaveras que, junto con los jazmines, los tabachines y las jacarandas podrían ser toda una fiesta visual y olfativa renovada cada año. Hasta habría visitas especiales para ver el espectáculo.

Ya en el rodete de anuncios del nodo habría que ser más radicales. Provistos de unos eficaces licenciados, proceder al retiro fulminante de todas las estramancias y poner muchos árboles más. En el trayecto a Guadalajara, el tema es todavía más extremo: guerrilla urbana y sanitaria (en sentido figurado, claro), hasta acabar con todo el cochinero y hacer una majestuosa calzada, por ejemplo de ceibas. Ya en la ciudad, tanto Lázaro Cárdenas como González Gallo contaron, en su tiempo, con autoridades más sensatas y capaces que arbolaron bastante bien: pero hay que reforzar aun fuertemente la presencia vegetal.

Verdura contra la mala arquitectura. Ya: cada día que pasa es uno menos para quienes no se resignan a vivir entre la vulgaridad, el sobajamiento y la fealdad degradante. Por cierto, el mismo análisis (con sus propuestas) se aplica a casi toda la ciudad. En los “cotos”, por ejemplo, por dentro y por fuera, podría ser muy útil…