El espectacular fracaso de la arquitectura tapatía


Por Juan Palomar

Si algún hipotético visitante a Guadalajara, con cierto bagaje cultural y conocimiento previo –digamos de hace tres o cuatro décadas- de la ciudad viniera de nuevo hoy, podría fácilmente llegar a esta conclusión: “Lo más notable de la arquitectura de Guadalajara es su ausencia generalizada y su subordinación a lo que ustedes llaman anuncios ‘espectaculares’; estos armatostes son ahora la cara más visible de lo que en estas tierras les luce. Lo demás construido es esa masa más o menos informe que en las principales avenidas  se agazapa bajo la dictadura de las estramancias publicitarias”.

O sea, en términos llanos, se podría leer lo que ahora es un espectacular fracaso de la arquitectura tapatía frente al comercialismo, la chafez y el anonimato. Algunos ejemplares edilicios, agazapados aquí y allá, son la excepción que, como casi siempre, confirma la regla. Vamos, ni la Minerva se salva de encontrarse echada a perder por los anuncios; ni la Torre Minerva que está enfrente y en cuya colindancia un edificio cutre ostenta un enorme anuncio de los que están prohibidos. Y así se podría seguir hasta el cansancio.

¿Cuándo fue la última vez que un esfuerzo arquitectónico de cierta envergadura se llevó a cabo en esta ciudad? No, desde luego casitas más o menos cucas escondidas tras las murallas de los “cotos”. Ni soluciones viales dedicadas exclusivamente a los coches. Tampoco edificios grandotes y absolutamente descongraciados como el del hotel que está en la glorieta de las Jícamas, o el puñito de torres del rumbo de Zapopan. Lo que no hay es planteamientos capaces de “hacer ciudad”, de establecer contextos arquitectónicos que aporten algo significativo a la comunidad.

Mal que le pese a los bienpensantes arquitectónicos o urbanos, la Cruz de Plazas sigue siendo la definitiva aportación a la cara de la ciudad del siglo XX. Y de eso, hace más de seis décadas. Su eventual secuela, la Plaza Tapatía, también concepción original –y no ejecución- de Ignacio Díaz Morales, tuvo un nacimiento muy complicado y un desarrollo defectuoso. Pero todavía espera un juicio histórico sereno, equilibrado e informado (favor de ver la exposición que sobre Díaz Morales está ahora en el MUSA, Museo de la Universidad).

La otra serie de obras, más recientes, que contribuyó a renovar la cara de la ciudad es la que realizó Fernando González Gortázar desde 1970 hasta 1995. Desde la Gran Puerta (amarilla) de Jardines Alcalde, a la Hermana Agua, al ingreso del Parque González Gallo, a las fuentes de la Unidad Administrativa Estatal, al extinto ingreso del Panteón del Sur, a la fuente del Federalismo, al edificio de la policía al borde de la Barranca de Oblatos… Aportaciones de altísima significación que realmente establecieron en la urbe un sistema de señales de vida cultural, de arquitectura de valía. ¿No es extraño –o escandaloso aún- que el arquitecto tapatío más relevante, y uno de los más destacados del país, no encuentre campo, desde hace veinte años, para aportar algo más en esta ciudad?

En medio del naufragio hubiera sido muy posible la contribución positiva del Proyecto Alameda –victimado por la mezquindad politiquera- con el que se pretendía empezar en serio con la recuperación del centro (y en el que se incluía, precisamente, un edificio de González Gortázar). Fue decisiva, aunque discreta, la renovación del espacio público de cien manzanas del primer cuadro por el ayuntamiento antepasado. Y hoy es posible llevar adelante el proyecto “Voltea a la barranca”, si es que es factible vencer las reaccionarias trampas de la demagogia o la confusión.

Otras obras de gran calado, como el fallido centro JVC, el Centro Cultural Universitario (ayuno de ninguna centralidad ni de conexión metropolitana), el Museo de la Barranca, u otros esfuerzos se pierden en la marea de desorden, mediocridad, fealdad y consumismo que parece ahogar a Guadalajara. Ante el espectacular fracaso arquitectónico de una o dos generaciones: ¿Qué dice el gremio sobre esta situación, y más importante, qué dicen los habitantes de la otrora armoniosa y digna ciudad?