Los ochenta años de Andrés Casillas de Alba


AndresPor Juan Palomar Verea

Andrés Casillas es, a juicio de diversas gentes informadas y conocedoras, uno de los tres o cuatro arquitectos vivos más importantes de México. Ha vivido lejos de reflectores, discursos “teóricos” y pretensiones. Hace una arquitectura ceñida, lacónica, escasa en número y profunda en significados. La visita de alguna de sus obras deja una marca indeleble en el recuerdo, da una indispensable lección de contención, intimidad, sobria riqueza espacial, y sobre todo de belleza.

Así que, no por poco conocido, deja de ser un gran maestro de la arquitectura contemporánea. Es por esa singular manera de ejercer su oficio, por su elusión a modas y círculos arquitectónicos, por su reclusión y su discreta presencia en ámbitos muy limitados que desde hace mucho se convirtió en una leyenda.

El diez de julio pasado, Andrés Casillas cumplió ochenta años. El Instituto Nacional de Bellas Artes le rindió un modesto homenaje al invitarlo a pronunciar una conferencia –totalmente insólita- en el Palacio de Bellas Artes. Fuera de eso, el silencio. El gremio arquitectónico y las revistas que tratan estos temas, que con trabajos saben quién es, ni se enteran. A pesar de ello, la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán, de la que Casillas es miembro y ex presidente, prepara un libro y una exposición a él dedicados.

Andrés Casillas tiene larga raigambre tapatía y alteña (es nieto del distiguido arquitecto Guillermo de Alba). Vivió muchos años en Guadalajara, estudió en la célebre Escuela de Arquitectura de Ignacio Díaz Morales y aquí ha dejado parte de su obra. Dos ejemplares de su quehacer, ambos obras maestras, la casa originalmente proyectada para el ingeniero Guillermo Tapia en Colinas de San Javier, y su propia casa estudio en Providencia, han sido más que lastimosamente desfiguradas y echadas a perder. El edificio de Banamex en López Mateos y Justo Sierra está pintado de arbitrarios colores, maltratado y poco respetado. Otro edificio en Las Américas también ha sido gravemente desfigurado. A pesar de todo este destrozo irracional y tonto, algo queda, persisten otras obras. Y actualmente termina una casa en Australia.

Andrés castillasHace años, el Colegio de Arquitectos de Jalisco le dio el único reconocimiento que a Andrés Casillas se le ha adjudicado por su trayectoria arquitectónica: un módico diploma. Repetidas veces se ha sugerido al Gobierno del Estado que le sea conferido el Premio Jalisco en su rama de artes. No ha hecho ningún caso. Posiblemente la efeméride de las ocho décadas pueda mover alguna conciencia adormilada –por ejemplo en la Secretaría de Cultura– la estatal y la municipal. O en la Academia de Arquitectura, los colegios, las escuelas y universidades…

No se trata de “adornar” inútilmente una trayectoria que ha, consistentemente, huido de famas frívolas y publicaciones más o menos desechables. El meollo del asunto, con Andrés Casillas, es que un reconocimiento a su persona y su obra, como es el Premio Jalisco, podría ser una buena oportunidad para que su ejemplo de dedicación a su arte y de denodada persecución de la poesía construida, esencial para la vida de todos, sirva de estímulo y acicate a las nuevas generaciones, tan necesitadas de faros de referencia en las turbias y revueltas aguas de la arquitectura de nuestros días.