Una casa de la infancia


oJuan Palomar Verea

¿Por qué habría de venir al caso esta solicitud para tratar bien una casa que encierra recuerdos personales en una columna dirigida al público? Por lo que dijo G.K. Chesterton: Si uno no está dispuesto a romperse el alma por los lugares en donde transcurrieron sus primeros recuerdos de infancia, entonces ¿por qué vale la pena hacerlo?

Es una construcción que debe datar de los años treinta. Está en la esquina nororiente de Hidalgo y General Coronado. Una casa que solía habitar una muy apreciable familia tapatía. Su estilo es ecléctico, con claros rasgos de un Art Nouveau no sólo tardío, sino también tapatío, y su composición es muy limpia. El dueño de la finca también lo era de una cadena de cines. De allí una característica única: la casa tenía cine. Con dulcería, cuarto de proyecciones, butacas, pantalla y todo. Los sábados en la tarde eran un festín fílmico: las de romanos, las de vaqueros, las de aventuras espaciales…

Otra particularidad: el cuarto del tren. Sobre la cochera, situada por General Coronado, un amplio tapanco de madera servía de recinto para otra afición del señor de la casa: una maqueta pasmosa a la que recorrían diversos y primorosos trenes eléctricos a escala, rodeados de una ambientación verdaderamente encantadora. El jardín de la entrada era el sitio ideal para las penales (subsisten los árboles de la portería), en la terraza de ingreso correspondía jugar apasionantes partidos dos contra dos. En el patio trasero se sucedían hipnóticos duelos de uno contra uno. En una de las salas se veían, en alegre grupo, los partidos de aquel hexagonal de principios de los años sesenta, en donde el plato fuerte fue un Guadalajara-Uda Dukla.

Estos recuerdos son, por supuesto, incidentales. Todo mundo tiene algunos similares de distintas casas, edificios, sitios. El común denominador podría ser el hecho de que en esos lugares se concentra una buena parte de la identificación de cada individuo con su ciudad, la raíz de una solidaridad con la comunidad que se basa en pequeños hechos particulares, intransferibles. Es la memoria indispensable para armar el personal retrato de la urbe con el que nos podemos reconocer.

Mucho tiempo estuvo esta  casa abandonada, sujeta al descuido y al maltrato. Se vendía o se rentaba. Hubiera sido ideal, por ejemplo, para un hostal (con cine y todo). Por fin, parece que alguien se animó a darle nueva vida. Esperemos que sea compatible con lo que la casa es. Que sus restauradores, o quienes le metan mano, sepan lo que hacen. Que respeten la pieza que constituye el cine doméstico, cuya factura –probablemente de los años cuarenta- bien vale la pena, y cuyo uso es muy interesante. En la servidumbre poniente hay un baño, agregado probablemente en los sesenta, que convendría eliminar en beneficio de la integridad estilística de la finca. El patio de atrás podría ser un excelente jardín. En la azotea, adecuadamente remetidos, se podrían disponer espacios complementarios, jardines…

En fin, esto no es más que una comedida petición para que una casa que tiene una particular connotación entrañable, para que un ejemplar edilicio destacado, encuentre un fin apropiado a su dignidad y su valía. Ya se verá.

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