A moro muerto, gran lanzada: en defensa de Ignacio Díaz Morales (II de II)


Por Juan Palomar Verea

Posiblemente con las consideraciones enunciadas anteriormente puedan tenerse ciertos elementos más objetivos para comenzar a evaluar la figura histórica de Ignacio Díaz Morales (IDM). Algunas reflexiones más: cualquiera que sepa de arquitectura, historia, construcción y estética puede justipreciar su estatura como arquitecto con solamente cuatro obras que, por cierto, no son menores: el Templo Expiatorio (a pesar y quizás por su anacronismo, no determinado por él), la terminación del Teatro Degollado, el Seminario Menor de Guadalajara y la Capilla del Colegio de las Mercedarias de Berriz, sin hablar de decenas de otros trabajos. Otra gran acción discutida: la labor de exposición de los sillares de cantera amarilla que realizó en sus variadas intervenciones en edificios señalados: Catedral, Palacio de Gobierno, Hospicio Cabañas, Museo (en donde ni su discípulo y colaborador en la Cruz de Plazas, Gonzalo Villa Chávez, propuso re-enjarrarlo cuando a su vez lo intervino), San Francisco, San Diego de Alcalá… Habrá quien piense que los enjarres pulidos y pintados en colores pastel que lucían varios de esos edificios eran preferibles estética e “históricamente”. Cuestión de gustos y educaciones. El caso es que el dorado de las canteras tapatías es ya, y desde hace mucho, una nota identitaria de la cara de Guadalajara, pésele a quien le pesare.

Es cierto que IDM es el creador de la idea de lo que después terminó siendo la Plaza Tapatía. Una idea a la imagen de su autor: generosa, desmesurada, polémica. (IDM era, entre los personajes tapatíos que han sido, lo que la expresión inglesa denomina como larger than life; no es extraño que tantas figuras menores le guarden reconcomio: es inevitable.) Pero no fue él el responsable de la forma final de este discutido proyecto. Quizás en sus manos la plaza hubiera sido menos “rentable”, pero más apegada a su idea de la valía social del espacio; y, por cierto, como pueden atestiguar ciertos de sus colaboradores de entonces, entre algunos de sus planteamientos se encontraba conservar la plaza de toros El Progreso. Sobre este tema, queda la especulación y está pendiente —como en todo lo demás— la investigación rigurosa.

Alguna voz insidiosa ha sugerido que su influencia llegó hasta el proyecto de la Villa Panamericana (Proyecto Alameda) en las inmediaciones del Parque Morelos. Una vez más, parece que, patéticamente, la desinformación y el sesgo hacen de las suyas. Fuera de que algunos de los que participaron en ese proyecto fueron sus alumnos, nada puede honradamente achacársele a IDM de este planteamiento. Honradamente, claro; nomás hay que revisarlo con cuidado. Baste decir que para esa iniciativa, abortada por la politiquería y la miopía, no se demolió ninguna finca de valor histórico o artístico, como lo saben bien las autoridades involucradas en la conservación y consta en las licencias de demolición. El resultado de los ulteriores manejos “políticos” se puede ver en la Villa de El Bajío del Arenal. Y, de paso, la consecución en concurso nacional y la posible concreción de la Ciudad Creativa Digital, actualmente en curso, fue solamente factible por la existencia de los terrenos adquiridos por el Ayuntamiento. Por el bien de la ciudad, ojalá sea un éxito.

Finalmente, hay una pieza maestra en la carrera de Díaz Morales. La instauración de la primera escuela de arquitectura formal en el Occidente del país: la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, en 1948. La gesta de esta fundación es, objetivamente, original, extraordinaria, ejemplar. La reunión de talentos locales y extranjeros en la planta docente que IDM logró no tiene parangón en ninguna otra escuela. La obra resultante de las primeras generaciones de egresados, y la de sus maestros, habla por sí misma. No solamente fue una iniciativa académica, fue una obra civilizatoria con repercusiones regionales y nacionales. Pero no hay que olvidar que también se trató de una iniciativa abortada: gracias a las “politiquerías”, y acusados de “elitistas”, IDM, el entonces director Jaime Castiello, el director designado Salvador de Alba y buena parte de los colaboradores más valiosos fueron expulsados en 1963. La Escuela de IDM duró 15 años. Después, es otra historia. En esa historia, entre otras cosas, IDM fue un profesor central en la Escuela de Arquitectura del ITESO, desde 1972 hasta 1992, veinte años.

Es por un ejercicio de mera sanidad moral e histórica que la trayectoria y la personalidad de los grandes hombres de Jalisco deben ser analizadas. Con conocimiento del contexto, con datos ciertos, con rigor intelectual. Ignacio Díaz Morales destaca, aunque les duela, sobre la breve estatura y la mediocridad de muchos de sus detractores. Y su ejecutoria sigue abierta, y qué bueno, a un escrutinio leal.