El Agua Azul perdido


image001Por Juan Palomar

La rústica idea tapatía, prevaleciente por décadas y aún siglos, del “voy derecho y no me quito”, nos ha costado carísima. Desde la destrucción, en el siglo XIX de conventos enteros como el de Santo Domingo, la mayor parte del de San Francisco, todo el de Santa María de Gracia, la mutilación de la Iglesia de la Compañía ya en este siglo y un largo etcétera. Sin hablar del onerosísimo costo de las ampliaciones de 16 de Septiembre-Alcalde, Corona y Juárez. De la misma manera, perdimos el valioso cuerpo frontero de la Penal de Escobedo, que hubiera servido para muchas cosas, o la Escuela del Espíritu Santo, y aún la parte delantera de la Penal de Oblatos. El “progreso” lineal, irreflexivo: continuar a troche y moche las calles, hayan sido las del centro, 16 de Septiembre, Vallarta, Hidalgo… Basta una vista a los planos de París o Berlín, por ejemplo, para darse cuenta de que los edificios valiosos no se destruyen para ir derecho, sino que se rodean con adecuadas medidas urbanas. Pero como aquí, a los coches les da flojera rodear…y es “más simple” demoler, así nos ha ido.

Esto viene al caso por lo que debería haber sucedido con el Agua Azul. Es un inapreciable parque urbano que no ha hecho más que encogerse a través de la historia. Examinando viejos planos y fotografías antiguas es fácil darse cuenta de la enorme pérdida. El trazo de la Calzada Independencia (al principio Calzada Porfirio Díaz) realizado a principios de siglo pasado iba desde la Alameda hasta el límite del Agua Azul: allí, en la década de los treinta el arquitecto Rafael Urzúa, con buen sentido, realizó el remate de este paseo (que realmente lo era). Dispuso dos cuerpos con un arco central a los lados y una fuente sobre el eje. Este gesto quería decir: aquí se detiene la ciudad y comienza el parque, y por lo tanto hay que respetarlo. (Al paso: el trazo de la Calzada también hizo que se perdiera –para edificar la cervecería La Perla- la parte oriente de la Alameda.)

Pasó todo lo contrario. La parte poniente del parque –muy visible en la fotografía que acompaña a esta columna fue mutilada y utilizada para construir edificios oficiales (y el del PRI), cuando no “vendida” a particulares. El gran lago fue desecado. El parque fue partido en dos por la Calzada González Gallo. Sobre sus predios fueron construidos la Casa de las Artesanías, el Teatro Experimental, el actual Museo de Paleontología y el abandonado edificio de Pensiones del Estado. La descongraciada Plaza Juárez no remedió la merma.

¿Qué se debía de haber hecho? Buscar, a toda costa, soluciones urbanas que preservaran, y aún acrecentaran la extensión y unidad del parque. Con el criterio que aquí se utilizó, en París hubieran acabado con el jardín de Luxemburgo, el Bosque de Boloña, el Bosque de Vincennes, las Tullerías… Es más, en Guadalajara el gran derecho de vía y los patios del ferrocarril debieron haber sido adquiridos por la ciudad para así continuar, sobre ese trazo, la extensión verde y el parque hasta las mismas espaldas de San Francisco y Aranzazú. ¿Falta de visión, ignorancia, tontería, provecho de algunos pocos? El caso es que fue una gran oportunidad perdida para siempre. ¿O se puede hacer algo? Por lo menos, se podría hacer una solución vial que una otra vez las secciones norte y sur del Agua Azul; se podrían adquirir bodegas abandonadas y predios sobre la Calzada de las Palmas para acrecentar su área, pagando esta inversión con la edificación de apropiados conjuntos de vivienda vertical en ciertos bordes; se podría recuperar el área de la Plaza Juárez e incorporar la Casa de la Cultura en el parque…

El pasado sirve para aprender, para reconocernos. Pero también para hacer nuevos proyectos, para ver cómo componemos y mejoramos la ciudad.